
De un modo espontáneo tendemos a las polaridades de contrarios (día-noche, luz-oscuridad, calor-frío…) y quizá, por ello, expresamos la «exterioridad» como lo contrario a la «interioridad», haciendo que nuestra comprensión sobre la contemplación quede condicionada.
Necesitamos reajustar esta comprensión:
“En la vida espiritual lo contrario de la interioridad no es la exterioridad, sino la superficialidad. Interioridad y superficialidad son opuestas, en cuanto que corresponden a dos disposiciones incompatibles ante Dios, ante el entorno y ante uno mismo: una vive de la cantidad; la otra, de la calidad; una de la compulsividad, la otra de la gratuidad; una de la seguridad, la otra de la confianza; una de la inmediatez, la otra de los lentos procesos que se van gestando en la profundidad del corazón humano”.
El imaginario que contrapone la interioridad a la exterioridad es lo que da soporte a la distinción que hacemos entre dos ámbitos a los que dotamos de entidad propia: «vida interior» y «vida exterior». ¿Qué imágenes nos vienen cuando pensamos en cada uno de esos ámbitos? ¿Paz y tranquilidad en uno, ajetreo y barullo en otro? Tan innegable es la necesidad de cultivar la serenidad ante tanto barullo y el pararse ante tantas prisas y urgencias, como el valor de la escucha interior ante tanto ruido ambiental. La cuestión radica en que hemos podido alimentar la idea de ámbitos diferenciados, olvidando que la vida interior, “en cristiano”, no es un ejercicio «espiritual» al
margen de la trama de este mundo nuestro.
Una espiritualidad inspirada en la humildad lleva a la madurez de una personalidad que no se complace en hacerse artificialmente pequeña ni se comporta como quien pide disculpas por haber venido al mundo. La humildad lleva al conocimiento de la realidad interior, al estado de serenidad, a la interpretación de las cosas con sentido del humor. Y el humor hace presentir que todo es posible en nosotros porque estamos formados del barro de la tierra. El humor es reconciliación con nuestra condición humana, con nuestra terrenalidad y limitación.
La persona capaz de contemplar sus defectos con una sonrisa, y la que se sabe enredada en la ligaduras de la materia, está en el camino del humor. Ambas distinguen agudamente la imperfección del mundo pero no con amargura, desprecio, desesperación o protesta. Aman, a pesar de todo, la belleza de este mundo, profundamente convencidos de que incluso en lo imperfecto reina alguna manera el orden. El humos crece en la imperfección de lo creado y llega a su máximo esplendor en el amor del mundo. Conoce las cosas pequeñas y las grandes,tiene suficiente libertad para no irritarse por lo pequeño. Sería una falta incalificable contra la fe pensar que los errores y enredos de los hombres pueden perturbar el gran orden del mundo en su conjunto. No se pueden exagerar las cosas. Sólo así es posible responder a los dones del cielo de la manera que el mismo cielo quiere: con paz, con serenidad, con fe en el resultado final.
La persona espiritual es la que vive abierta y dinamizada por el Espíritu de Dios que está en nosotros, y no sabemos hasta dónde podríamos volar en la tarea de inventar y crear el futuro más libre y justo para todos, si nos dejásemos impulsar por él. Pero la palabra “espiritualidad” suena a muchos como peligrosa. Tienen razón. A nuestro lado vemos personas que acuden a buscar diferentes experiencias espirituales para aliviar las incertidumbres interiores, pero olvidándose del prójimo, especialmente de los más pobres a los que perciben como una amenaza para su bolsillo, para su tranquilidad o para su tiempo, y apartándose de las luchas de la historia que son necesarias para construir un mundo más humano.
Otras personas buscan entrar en el escurridizo mundo de “los espíritus”, para ponerlos de su parte, mediante rituales mágicos que les aseguren buena suerte, el dominio sobre sus enemigos y el control sobre las amenazas difusas que se ciernen sobre su futuro. Hasta en los países más desarrollados, en medio del vacío religioso que deja el ateísmo contemporáneo, han reaparecido innumerables videntes, brujos y expertos en rituales exóticos que tienen clientela de muy buena paga. Mezclando ornamentos que parecen sacados de viejas sacristías con adornos exóticos, exhiben su oferta de felicidad en pantallas y anuncios clasificados.
