Los principios pedagógicos del sistema preventivo, la amabilidad, la razón y la religión, surgen de la atención que se ofrece a los recursos más profundos y genuinos del dinamismo espiritual de cada persona: el afecto, el entendimiento y la estabilidad. Este dinamismo espiritual se va desarrollando en un proceso gradual de madurez en el que intervienen armónicamente las dimensiones constitutivas de la persona. El proceso vital de cada persona tiende de por sí a la integralidad.
En este proceso de integración, el encuentro vivo con Jesucristo es la experiencia que le da vigor y gracia de unidad, de madurez y de felicidad a la persona.
Dicho en otras palabras, desde el trípode del Sistema Preventivo podemos ver el proceso de madurez humana por el que cada persona manifiesta sus potencialidades antropológicas (virtudes humanas). A través del proceso cotidiano que inspira la pedagogía salesiana, la persona va explicitando unas actitudes de vida y realiza unas acciones responsables. Por su parte, las virtudes otorgadas por la gracia de Cristo, nos van identificando con El y nos habilitan para dedicarnos al Reino y celebrar la salvación.
Veamos ese dinamismo convergente desde cada uno de los principios inspiradores del sistema preventivo.
Hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos (1 Jn 3,14). Este anuncio de la Palabra encuentra en la pedagogía salesiana una traducción: la amabilidad hecha bondad operativa. Es el modo por el que vamos pasando progresivamente de un proceder afectivo hecho de envidia y encierro, desconfiado y resentido, de una vida triste y solitaria a una vida de cooperación, de perdón y de ayuda, de amistad y de diálogo. En el ritmo cotidiano, al lado de los jóvenes, especialmente los más pobres, vamos desarrollando el servicio de la caridad. En el empeño social por construir la civilización del amor, vamos aprendiendo a ser como Cristo Sacerdote, servidores de la fraternidad, que damos la vida porque nos alimentamos de ella y la celebramos en el sacramento de la Eucaristía.
"La verdad los hará libres" (Jn 8,32) En la medida en que nuestra capacidad de juicio se va ejercitando, vamos afinando la conciencia ante la luz de la verdad. Gracias a la verdad, hecha diálogo, instrucción y análisis, podemos disipar de nuestra conciencia la falsedad y la mentira para aprender a vivir de acuerdo al sentido común. El juicio que recibimos de la Palabra de Dios va esclareciendo en nosotros las motivaciones falsas, las fijaciones ideológicas y los temores que empañan nuestras convicciones de vida. El juicio de la buena noticia de Dios lo recibimos por medio de la fe y su luz es la que nos habilita, como a los profetas, para colaborar en la tarea de la reconciliación en medio de una sociedad injusta a causa de la mentira y la falta de participación.
"Los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad"(Jn 4,23). La falsa religión es la que fabricamos según nuestra semejanza para que no toque nuestras depresiones, complejos y esclavitudes. La Palabra de Dios en cambio, que es viva, eficaz, y más penetrante que espada de doble filo, la que penetra hasta la raíz del alma y del espíritu sondeando huesos y tuétanos para probar los deseos y los pensamientos más íntimos (Heb 4,12), es la que mueve nuestra voluntad para que, asumiendo el compromiso de un trabajo responsable, seamos testigos de la esperanza en medio de una sociedad que apuesta a la suerte y al destino. La verdadera religión es la que procura la gloria de Dios porque cuida responsablemente la vida y la dignidad de cada persona. Confirmando el sentido de la vida vivimos el proyecto de salvación inspirado en el Evangelio.
Una lectura transversal del cuadro completo nos permite visualizar la propuesta pedagógica de maduración humana integral hacia la santidad inspirada en san Juan Bosco. El esquema no quiere indicar la separación, sino la distinción de las dimensiones de un mismo proceso gradual e integral hacia la gracia de unidad en nuestra vida y en la vida de los jóvenes.