Cuando creías que no estaba mirando,
te vi pegar mi primer dibujo en la heladera
y enseguida quise pintar otro.
Cuando creías que no estaba mirando,
te vi dar de comer a un gato vagabundo,
y aprendí que es bueno cuidar a los animales.
Cuando creías que no estaba mirando,
te vi preparar mi postre preferido, especialmente para mí,
y supe que las cosas pequeñas pueden ser importantes en la vida.
Cuando creías que no estaba mirando,
te vi preparar una comida y llevarla a un amigo enfermo,
y aprendí que debemos preocuparnos los unos de los otros.
Cuando creías que no estaba mirando,
te vi cuidar nuestra casa y a los que viven en ella,
y aprendí que hay que preocuparse de lo que hemos recibido.
Cuando creías que no estaba mirando,
te vi afrontar tus deberes aunque no te encontrabas bien,
y aprendí que cuando sea mayor tendré que ser responsable.
Cuando creías que no estaba mirando,
vi brotar lágrimas en tus ojos,
y aprendí que ciertas cosas hacen sufrir, pero que es bueno llorar.
Cuando creías que no estaba mirando,
veía que te desvelabas,
y quise hacer cuanto estuviera en mi mano.
Cuando creías que no estaba mirando,
aprendí la mayor parte de las lecciones de vida que tendré que saber
para ser persona buena y útil de mayor.
Cuando creías que no estaba mirando,
te miré y quise decirte: «Gracias por todo lo que vi
cuando creías que yo no estaba mirando».
Cada uno de nosotros
(padres, abuelos, tías, tíos, maestros, amigos)
influye en la vida de un niño.
Y lo que importa es saber de qué modo llegaremos hoy
a la vida de alguna persona.
Vivamos sencillamente.
Amemos generosamente.
Cuidemos seriamente.
Hablemos amablemente.