La persona espiritual es la que vive abierta y dinamizada por el Espíritu de Dios que está en nosotros, y no sabemos hasta dónde podríamos volar en la tarea de inventar y crear el futuro más libre y justo para todos, si nos dejásemos impulsar por él. Pero la palabra “espiritualidad” suena a muchos como peligrosa. Tienen razón. A nuestro lado vemos personas que acuden a buscar diferentes experiencias espirituales para aliviar las incertidumbres interiores, pero olvidándose del prójimo, especialmente de los más pobres a los que perciben como una amenaza para su bolsillo, para su tranquilidad o para su tiempo, y apartándose de las luchas de la historia que son necesarias para construir un mundo más humano. Otras personas buscan entrar en el escurridizo mundo de “los espíritus”, para ponerlos de su parte, mediante rituales mágicos que les aseguren buena suerte, el dominio sobre sus enemigos y el control sobre las amenazas difusas que se ciernen sobre su futuro. Hasta en los países más desarrollados, en medio del vacío religioso que deja el ateísmo contemporáneo, han reaparecido innumerables videntes, brujos y expertos en rituales exóticos que tienen clientela de muy buena paga. Mezclando ornamentos que parecen sacados de viejas sacristías con adornos exóticos, exhiben su oferta de felicidad en pantallas y anuncios clasificados.
La persona espiritual es la que vive abierta y dinamizada por el Espíritu de Dios que está en nosotros, y no sabemos hasta dónde podríamos volar en la tarea de inventar y crear el futuro más libre y justo para todos, si nos dejásemos impulsar por él. Pero la palabra “espiritualidad” suena a muchos como peligrosa. Tienen razón. A nuestro lado vemos personas que acuden a buscar diferentes experiencias espirituales para aliviar las incertidumbres interiores, pero olvidándose del prójimo, especialmente de los más pobres a los que perciben como una amenaza para su bolsillo, para su tranquilidad o para su tiempo, y apartándose de las luchas de la historia que son necesarias para construir un mundo más humano.
Otras personas buscan entrar en el escurridizo mundo de “los espíritus”, para ponerlos de su parte, mediante rituales mágicos que les aseguren buena suerte, el dominio sobre sus enemigos y el control sobre las amenazas difusas que se ciernen sobre su futuro. Hasta en los países más desarrollados, en medio del vacío religioso que deja el ateísmo contemporáneo, han reaparecido innumerables videntes, brujos y expertos en rituales exóticos que tienen clientela de muy buena paga. Mezclando ornamentos que parecen sacados de viejas sacristías con adornos exóticos, exhiben su oferta de felicidad en pantallas y anuncios clasificados.
La espiritualidad cristiana es muy diferente. Nosotros creemos que el espíritu humano, de toda persona, está abierto al encuentro y al diálogo con Dios. Nosotros no estamos encerrados en este mundo en una cápsula blindada, sin comunicación con la trascendencia, con el Dios personal que se nos ha revelado en Jesús de Nazaret.
Jesús estuvo tan abierto al Espíritu de Dios, que no había ruptura ninguna entre él y Dios. Es el Hijo de Dios encarnado en un cuerpo humano, en una existencia como la nuestra, discerniendo en cada encrucijada de su vida lo que debía hacer, lo que conducía a la vida en plenitud, en lucha contra las fuerzas destructoras de las personas y causantes de las grandes injusticias en los pueblos.
Jesús vivió la verdadera espiritualidad, porque sintió y actuó según el Espíritu en medio de su pueblo, en plena solidaridad con él. En diferentes momentos de su vida, lo vemos orando, comunicándose con el Padre, para poder encontrase con él, sentir su cercanía, descubrir la propuesta de vida que le brindaba, y realizarla con alegría y fortaleza aunque tuviese que enfrentar grandes amenazas. Por eso, fue toda su vida un ser original y sorprendente, una imagen perfecta del Dios de la vida. Al verlo a él, vemos a Dios en medio de nosotros.
También nosotros, cuando hablamos de espiritualidad, buscamos entender y asumir ese mismo camino de Jesús: vivir según el Espíritu, entrar en comunicación con el Espíritu de Dios que está en la hondura de nuestra persona, y que quiere mantener un encuentro sin fin con cada uno de nosotros, para que podamos ser plenamente nosotros mismos, y así aportemos nuestra originalidad irrepetible en la construcción de la justicia y de la verdad que este mundo necesita, superando todos los obstáculos que la amenazan.
Tomado de Espiritualidad, DONDE ACABA EL ASFALTO