Don Bosco era, por encima de todo, un presbítero lleno de Dios en su corazón. Y con un corazón de educador que buscaba siempre suscitar en sus muchachos el sentido religioso y la confianza en Dios. Naturalmente no podemos imaginarnos a un Don Bosco fuera de su tiempo, ni de la mirada religiosa y teológica de aquella época, pero es bien cierto que la concepción y representación de Dios a la que llega Don Bosco en su madurez como sacerdote y educador es fruto de un largo camino recorrido.
Sabemos por la historia salesiana que en su infancia predomina la imagen de un Dios severo. Mamá Margarita, auténtica catequista de Juanito Bosco, le inculcaba el sentido de la presencia universal de Dios y de su justicia rigurosa: “Dios te ve era la palabra con la que les recordaba que siempre se encontraban bajo la mirada del Dios grande que un día los habría de juzgar”. Al mismo tiempo les transmitía el sentimiento de agradecimiento al Dios creador, omnipotente, que daba los bienes de las cosechas pero también las tempestades y la pérdida de las mismas. Cuando se perdía una cosecha a causa del granizo o de otras circunstancias naturales, Mamá Margarita decía a los suyos en casa: “El Señor nos lo había dado, el Señor nos lo ha quitado. Él es el dueño. Todo será para mayor bien; pero sabed que para los malos son castigos y que con Dios no se juega” .
Esa misma concepción es la que encontramos en lo que vive Don Bosco en el seminario de Chieri, y en la enfermedad y muerte de su amigo Comollo. En labios del joven próximo a la muerte, las palabras que Don Bosco le atribuye tiene toda una visión tremenda de un Dios que llega a ser implacable en su justicia: “ Siento que el frío invade todos mis miembros, me duele la cabeza, tengo ocupación de estómago; el mal me importa poco, pero lo que me aterra (y esto me lo decía con voz seria) es el tener que presentarme al terrible juicio de Dios” . En alguna meditación de su obra El joven cristiano Don Bosco se refiere a lo terrible que puede resultar el juicio de Dios y cómo el alma acudirá a la misericordia divina, pero encontrándose con que la muerte es el punto final para la divina misericordia .
Sin embargo esta no es la única mirada ni la única fuente de formación de Don Bosco. En el Convictorio eclesiástico Don Bosco vivió y aprendió a ser ‘cura’, bajo la guía de Don Cafasso y Don Guala, con una moral (inspirada en San Alfonso María de Ligorio) que era más equilibrada y tendía a superar el rigorismo. El joven sacerdote Don Bosco descubre que el camino para acercar a las almas a Dios, especialmente en sus muchachos, no es el rigor sino la bondad, la benignidad y la misericordia.
Es con esta convicción con la que escribe su obra Ejercicio de la Misericordia de Dios, escrita en 1846, poco después de salir de su enfermedad y convalecencia, en los comienzos de la implantación del oratorio en Valdocco, poco después de dejar las obras de la Marquesa Julia de Barolo.
Es interesante la historia de esta obra. La Marquesa de Barolo tenía en su corazón la difusión de la devoción a la misericordia divina. En las obras de beneficencia que estaban bajo su protección, donde Don Bosco había ejercido su ministerio en los primeros años, existía una práctica devota para implorar la misericordia divina. Era una práctica sencilla de una semana de devoción. La Marquesa deseaba que ésta fuese una devoción establecida en todas las parroquias e iglesias públicas. El arzobispo de Turín no quería autorizarlo sin el ‘placet’ de la Santa Sede, por lo que la Marquesa se dirigió al Papa Gregorio XVI. Obtuvo tal permiso e incluso una posterior indulgencia plenaria para quienes participaran en dicha práctica devota.
La segunda parte de esta historia guarda relación con la redacción del librito. La Marquesa quería que algún teólogo competente escribiera una obra sobre la Misericordia de Dios, y ser utilizada en esta práctica devota. Su secretario, Silvio Péllico le sugirió que fuese Don Bosco; ésta lo descartó de inmediato, pero Silvio Péllico, gran amigo de Don Bosco, convencido de que éste era el hombre adecuado para esto, volvió sobre el asunto. Don Bosco aceptó la petición de inmediato. La publicó pagando la impresión con sus propios medios, y se dice que por delicadeza y cortesía hacia la Marquesa no quiso que figurara su nombre como autor. Lo publicó como un libro anónimo. Una vez impreso regaló un ejemplar a cada chica del Refugio y el resto se lo entregó a la superiora de ese centro educativo. La Marquesa lo leyó y aprobó el libro, pero nunca permitió que se dijera, en su presencia, que esa obra estaba escrita por Don Bosco.
El Dios que muestra Don Bosco a sus muchachos
Como ya se dijo, Don Bosco también fue conocedor de una teología en la que la severidad del juicio y el temor a la condena eterna estaban muy presentes. En distintos escritos Don Bosco se refiere a lo terrible que puede ser el juicio de Dios, como se lee, por ejemplo, en el Joven Cristiano. Pero también transmite abundantemente a sus muchachos que Dios es, ante todo, Creador y Señor. Adonde quiera que se dirija la mirada se perciben los beneficios de Dios. Ante sus muchachos Dios es nombrado muy frecuentemente como Señor: “El Señor os advierte que, si comenzáis a ser buenos desde la infancia, lo seréis mientras viváis en este mundo, premiando después vuestras buenas obras con una eterna felicidad” , “el Señor nos asegura que reparte sus beneficios indistintamente a justos y pecadores” ; “A la primera lágrima, al primer balbuceo del arrepentimiento, el Señor se mueve inmediatamente a piedad” .
La vida de Don Bosco, sus mismos escritos y lo que de él se nos dice en las Memorias Biográficas, están llenos de huellas de ésta su mirada educativa y pastoral que tanto invita a confiar en Dios y abandonarse en el Señor y en su Misercordia. Son cientos de citas las que se podrían recoger. Tan sólo unas pocas más que nos muestran cómo esa misericordia y protección la sentía muy presente en sus obras, en la Congregación Salesiana y en el Instituto de las Hijas de María Auxiliadora, y también cómo la presencia de Jesús en los sacramentos, y en especial en la Eucaristía y en la Confesión, eran para él pilares fundamentales de esta acción educativa.
Leemos, referido a lo primero: “He podido conocer con certeza que el Señor usa de gran misericordia con nosotros” y “se acerca el tiempo en que buenos y malos quedarán asombrados por las maravillas que se producirán con tanta rapidez; todo es misericordia y todos quedarán consolados” .
Sobre lo segundo podemos leer en Don Bosco afirmaciones como ésta: “Dígase cuanto se quiera sobre los varios sistemas de educación; pero yo no encuentro ninguna base segura sino en la frecuencia de la confesión y de la comunión; y creo que no digo demasiado afirmando que, si se omiten esos dos elementos, la moralidad queda desterrada” .
Podríamos decir que en esta mirada educativa para guiar a sus jóvenes en un camino de fe y de piedad cristiana, en Don Bosco no hay contrastes. Atempera, mitiga la visión y representación del Dios justiciero, quiere mover a sus muchachos hacia la contemplación de un Dios que les ama, que es misericordioso, pero que también espera una vida cristiana auténtica: “Dios es misericordioso y justo. Es misericordioso con quien quiere aprovecharse de su misericordia, pero descarga el rigor de su justicia sobre quien no quiere aprovecharse de su misericordia” .
Concluyo esta breve referencia a Don Bosco recordando, cómo para él, los sacramentos eran canales de la misericordia divina y cómo María es el canal perfecto de la gracia y de la Misericordia de Dios. Sería impensable una acción educativa y pastoral en Don Bosco si la Madre, María Inmaculada y Auxiliadora no estuviese presente ante la mirada de sus muchachos, para acercarlos a Dios.
Extractos de la carta del Rector Mayor, Ángel Fernández, -Lectura salesiana del Año Jubilar-