Se trata de otra escena a la vez familiar y extraña. Familiar por el tema que nos narra que es conocido por todos, pero es extraña la forma de presentárnoslo.
La escena la cuenta Lucas de esta manera (Lc 22, 15-23)
En torno a una blanca mesa cuadrada se agolpan los discípulos apretujados, como si no hubiera demasiado sitio. Solo hay un personaje sombrío de pie, que parece huir oculto entre las sombras: Judas. Cada uno de los discípulos está individualizado por el color de sus vestiduras y por el gesto de sus caras y sus manos.
Quizá lo que más llame la atención es precisamente lo que no se ve: la figura de Jesús. Solo se le ven las manos y su rostro reflejado en el vino.
En el centro de la mesa el pan está partido y dividido formando uno de los signos más antiguos del cristianismo: el Crismón. Se trata de una figura compuesta por las letras griegas “ro” (en forma de “p”) y “ji” (en forma de equis). Se trata de las dos primeras letras del nombre de Cristo en griego. Fue una de las primeras maneras de representar a Jesús para los antiguos cristianos en las catacumbas.
Casi imperceptiblemente, la sombra de una cruz se proyecta por toda la escena dividiendo en cuatro el cuadro.
Se trata de un cuadro cargado de simbolismo y de matices. Contemplémoslo despacio.
El hecho de situar la figura de Jesús en el plano del espectador, es una clara provocación para quien contempla el cuadro. Se nos está invitando a ponernos en su lugar, a mirar la escena tal y como Él la mira.
En primer lugar, sé consciente de que Jesús ya está en ti. Ha estado presente en tu vida en muchas ocasiones, y ahora te pide que mires con sus ojos, con su manera de ser.
Su rostro solo se puede ver reflejado en el vino y su nombre solo se puede leer escrito con los trozos del pan. El pan y el vino que Él mismo dijo que eran su cuerpo y su sangre. El mismo cuerpo y sangre que en cada eucaristía se nos da para que lo comamos y bebamos.
Pero ¿qué quiso decirnos con este gesto de la eucaristía?
Jesús quiso quedarse para siempre con nosotros eligiendo una realidad cotidiana, accesible a todo el mundo: el pan. Es más, se trata del alimento básico para la mayoría de las culturas. Él quiere ser eso: alimento básico para nuestra vida. Pero no solo eso. Él dijo:”este es mi cuerpoque será entregado por vosotros”. Jesús no nos deja su cuerpo, sino su cuerpo entregado. Por eso, el pan encima de la mesa, es un pan partido.
El gesto de partir el pan era capital para los primeros cristianos. Lo que Jesús nos deja como su presencia no es solo su vida, sino su estilo de vida, esa manera de ser que le llevaba a estar siempre al servicio de los demás. Por eso su nombre no está escrito en un pan entero sino en un pan hecho trozos. Un pan, un cuerpo, que se deja destruir para servir de alimento a muchos.
Mira el pan partido: ¿estarías dispuesto a comer ese cuerpo entregado?
El rostro reflejado en la copa de vino y la sombra de la cruz que se cierne sobre toda la escena son símbolos íntimamente conectados.
El vino de la copa nos recuerda lo que Jesús dijo después de partir el pan: “Tomad y bebed, esta es mi sangre, Sangre de la nueva Alianza que será DERRAMADA para el perdón de los pecados”. Otra vez aquí Jesús nos ofrece su sangre en el símbolo del vino. Pero no es un vino cualquiera: es un vino derramado, derrochado, vertido y perdido por el suelo.
El vino, la sangre, hace referencia a su sacrificio, a su muerte sangrienta en la cruz. En ella Jesús asume todas las muertes y sufrimientos inocentes de todos los hombres y mujeres que son oprimidos injustamente. En la cruz él se entrega para ser solidario con todos nuestros sufrimientos. Él sufre en sí la consecuencia de todas nuestras injusticias, prepotencias, insultos, traiciones, errores, groserías, mentiras, vejaciones. Por eso la cruz acecha proyectando su sombra sobre la mesa. La entrega de Jesús en la cruz no es una entrega simbólica, es un sacrificio violento. Y todo por amor. La sangre derramada es el mejor símbolo del derroche de amor que mana del Corazón de Dios. Dios no ama como nosotros, esperando ser amados. Dios ama dándose por entero, desparramando su misericordia sin pararse a calcular si será recogida por alguien. Dios es amor que se derrama como una fuente inagotable.
Por eso, Jesús no puede ser alguien que despierta simplemente simpatías, o alguien sobre el que se puede opinar pero que te deja indiferente: ¿te quedarías tú indiferente ante alguien que se dejara matar en tu lugar?
Cada vez que celebramos la eucaristía, Jesús vuelve a derramar su sangre, vuelve a derrochar su amor generoso para todos. ¿Estarías tú dispuesto a beber de ese cáliz?
Mira ahora la escena desde los ojos de Jesús. Ahora comprendes los símbolos y sabes qué es lo que hay en el corazón de Dios. Ponte en su lugar ¿qué piensa Jesús mientras mira a sus discípulos? ¿Qué quiere transmitir al repartir el pan, que es su cuerpo? ¿Qué siente al verse reflejado en la sangre, al recordar todo su sacrificio de amor por los hombres?
Mira a cada uno de los apóstoles como si fueras Jesús, ¿que le dirías a cada uno?
Ahora se trata de ponerse en el lugar de los apóstoles. Ellos representan a los creyentes de todos los tiempos. En realidad, ahí estás tú. Observa sus rostros, sus vestidos, sus gestos. El apóstol de la izquierda, vestido de azul, ha recibido el pan, mientras el de rojo, está recibiéndolo en este preciso instante, con una intensa actitud de aceptación interior. Mientras, otros discípulos miran sorprendidos, hay uno que parece esconderse como si le diera miedo; otro apoya su cabeza en la mano mirando con curiosidad pero con indiferencia; otro alarga la mano con un rostro adusto, como si aceptara un reto; otro está ensimismado, perdido en sus pensamientos. En frente, hay un discípulo que toca con la mano la sombra de la cruz de una manera curiosa, como si fuera un fenómeno extraño, pero parece ausente de lo que está ocurriendo en la parte frontal del cuadro. Al fondo, mientras un personaje se tapa la mitad del rostro, no sabemos si por vergüenza, por miedo o por piedad; otro sostiene algo en las manos; y, por último, uno mira sorprendido la fuga entre las sombras de Judas.
Todos representan distintas actitudes ante la entega de Jesús. Identifícate en cada uno de ellos. ¿Quién eres tú?
¿Miras de frente a Jesús que se entrega? ¿O estás distraído? ¿Miras con curiosidad pero sin terminar de creerte lo que está aconteciendo? A lo mejor te sientes escandalizado: ¿cómo va a entregarse todo un Dios por mi? O no aceptas que la cruz sea parte de nuestra vida y te preguntas ¿por qué? ¿no sería mejor salvar el mundo de buen rollo?
Puede que te dé miedo y por eso te escondes, o te tapas la cara. Puede que, simplemente, todo esto te resulte curioso, bonito, interesante, pero no haya tocado todavía tu corazón.
Puede que estés a punto de huir, como Judas, porque en el fondo te interesan más otras cosas. ¿Eres de los que se escandalizan como el discípulo que mira sorprendido a Judas? O sea, de esos que se creen fieles y no pueden concebir que ellos pueden llegar a ser traidores también?
¿Miras a Jesús o estás mirando a otra parte?
Y ahora concéntrate en Jesús. ¿Aceptarías el pan que te ofrece? ¿Beberías del mismo caliz que él? ¡Ojo! Aceptar el pan de las manos de Jesús quiere decir asumir su mismo proyecto de vida, vivir para los demás, entregarse, renunciar a muchas cosas por darse a los que más lo necesitan. ¿Aceptarías su pan, comerías con él?
Dialoga con Cristo y ofrécele todos tus sentimientos, ya sean positivos o negativos.
El milagro de la comunión
No sé si te habrás dado cuenta que, a pesar de la actitud de cada uno, excepto Judas, todos están juntos, alrededor de la mesa, apretujados, como si no hubiera espacio entre ellos. Además forman una elipse casi perfecta, un círculo casi cerrado.
Esto es lo que pasa cuando celebramos la eucaristía, cuando dejamos que entre Dios minimamente en nuestro corazón, se produce el milagro de la comunión. Sin que nos demos cuenta, Dios hace que nos unamos, que nos sintamos más hermanos. De repente, las dificultades en las relaciones no son insalvables y nos entra ganas de seguir luchando con el otro a pesar de sus defectos. No es algo que nosotros consigamos por nuestros medios, es un don que nos ofrece Jesús con su pan y su vino, con su cuerpo y su sangre.
Por eso tenemos que disponer nuestro corazón para recibirlo y para percibirlo.
SEÑOR RESUCITADO,
TÚ SALES A NUESTRO ENCUENTRO DE TANTOS MODOS, ESCONDIDO EN MILES DE ROSTROS, PERO SIEMPRE PRESENTE EN TODOS NUESTROS ENCUENTROS.
DANOS TUS OJOS PARA VER COMO TÚ NUESTROS CORAZONES Y RECONOCERTE EN CADA ENTREGA.
DANOS TU CUERPO Y TU SANGRE Y HAZNOS SENTIR GANAS DE ENTREGARNOS A LOS DEMÁS IGUAL QUE TÚ LO HICISTE POR NOSOTROS.
NO DEJES QUE NADA NOS DÉ MIEDO Y AYÚDANOS A CONSTRUIR LA COMUNIÓN QUE YA HAS SEMBRADO EN NUESTROS CORAZONES, ASÍ LLEGARÁ UN DÍA EN EL QUE PODAMOS VER QUE LA FRATERNIDAD HUMANA ES UNA REALIDAD.