Don Bosco, educador eficaz, no tuvo miedo de señalar metas altas. Tengamos, pues, los ojos siempre fijos en Don Bosco. Es importante que nosotros, educadores, sepamos que hay un camino gozoso de santidad capaz de satisfacer las expectativas de un corazón juvenil y, por tanto, sepamos proponerlo a cada uno de los muchachos de nuestro oratorio o centro juvenil o escuela, con las palabras oportunas. Sucederá que en un grupo de jóvenes oratorianos nosotros hablemos expresamente de la santidad o de la vocación, conscientes de que nos comprenderán. En otros casos, se deberá comenzar desde el principio, desmontando la mentalidad, purificando las imágenes falsas de Dios o destruyendo los ídolos que se han creado y que están tratando de reproducir en su vida.