Don Bosco, educador eficaz, no tuvo miedo de señalar metas altas. Tengamos, pues, los ojos siempre fijos en Don Bosco. Es importante que nosotros, educadores, sepamos que hay un camino gozoso de santidad capaz de satisfacer las expectativas de un corazón juvenil y, por tanto, sepamos proponerlo a cada uno de los muchachos de nuestro oratorio o centro juvenil o escuela, con las palabras oportunas. Sucederá que en un grupo de jóvenes oratorianos nosotros hablemos expresamente de la santidad o de la vocación, conscientes de que nos comprenderán. En otros casos, se deberá comenzar desde el principio, desmontando la mentalidad, purificando las imágenes falsas de Dios o destruyendo los ídolos que se han creado y que están tratando de reproducir en su vida.
Don Bosco intuyó, desde los primeros años de su sacerdocio, la posibilidad de acompañar a los jóvenes a la plenitud de la vida cristiana, proporcionada a su edad, con un tipo de espiritualidad juvenil organizada en torno a algunas ideas-fuerza abiertas a la fe, tributarias, evidentemente, de su tiempo, pero también proféticas, y llevadas adelante con ardor y con genialidad pedagógica. Factor decisivo de esta genialidad fue, precisamente, la capacidad de implicar a los jóvenes en la aventura y hacerlos los primeros beneficiarios, al mismo tiempo que los verdaderos protagonistas. Los jóvenes mismos ayudaron a Don Bosco “a iniciar, en la vida de cada día, un estilo de santidad nueva, acomodada a las exigencias típicas del desarrollo del chico. Fueron así, de algún modo, simultáneamente discípulos y maestros” . La nuestra es una santidad para los jóvenes y con los jóvenes; porque también en la búsqueda de la santidad, “los Salesianos y los jóvenes caminan juntos”: o nos santificamos con ellos, caminando y aprendiendo con ellos, o no seremos santos nunca.
Las etapas de este camino ya han sido definidas con claridad. El CG23, particularmente, nos las presentó en forma sintética y muy estimulante, invitándonos a organizar la vida de los jóvenes en torno a ellas y a insistir en ellas con opciones de valores y actitudes evangélicos. Os las recuerdo, rogándoos con todas mis fuerzas que toméis el documento para profundizar más el comentario .
una base de realismo práctico centrado en lo cotidiano, que es el lugar donde se reconoce la presencia de Dios y se descubre su incansable actividad, como ya he indicado antes. ”En la vivencia salesiana esto es una intuición, gozosa y fundamental a la vez: no es necesario alejarse de la vida ordinaria para buscar al Señor” . Por eso Don Bosco hablaba muchas veces del “sentido religioso del deber” en los diversos momentos del día;
una actitud de esperanza, empapada de “alegría”. “Voy a indicaros –eran sus primeras palabras en El Joven Cristiano- un plan de vida cristiana que os pueda mantener alegres y contentos”. Ofrecer a los jóvenes la posibilidad de experimentar la vida como fiesta y la fe como felicidad es, ciertamente, un “estilo de santidad (que) podría maravillar a ciertos expertos de espiritualidad y pedagogía, temerosos de que disminuyan las exigencias evangélicas y los compromisos educativos. Sin embargo, para Don Bosco, la fuente de la alegría es la vida de gracia, que empeña al joven en un difícil ejercicio de ascesis y de bondad”;
una fuerte y personal amistad con el Señor Resucitado (cf. Const. 34), “El que da al hombre la capacidad de volver a encontrar su identidad según la medida misma de Dios”. “¿No es tal vez Cristo el secreto de la verdadera libertad y de la alegría profunda del corazón? ¿No es Cristo el amigo supremo y a la vez el educador de toda amistad auténtica? Si a los jóvenes se les presenta a Cristo con su verdadero rostro, ellos lo experimentan como una respuesta convincente y son capaces de acoger el mensaje, incluso si es exigente y marcado por la Cruz”. En contacto con el Señor Resucitado, los jóvenes adquieren un amor más intenso a la vida”; llegados a una relación de estrecha amistad, que supera la simple admiración y la simpatía inoperante, profundiza el conocimiento y la adhesión a la persona de Cristo y a su causa, se abren a la radicalidad evangélica y responden con seriedad y con generosidad.
Para conducir a esta relación de amistad se requiere la oración personal, centrada en la escucha de la Palabra, que ayude a madurar “la visión de fe, aprendiendo a ver la realidad y los acontecimientos con la mirada misma de Dios, hasta tener ‘el pensamiento de Cristo’ (1 Cor 2,16)”. Don Bosco, en particular, pensó en “una pedagogía de la santidad”, en la que se privilegia “el valor educativo de la Reconciliación y de la Eucaristía”; éstas, en efecto, “ofrecen recursos de excepcional valor para educar en la libertad cristiana, en la conversión del corazón y en el espíritu de compartir y servir dentro de la comunidad eclesial” (Const. 36);
un “compromiso” concreto y activo de bien, según las propias responsabilidades sociales y las necesidades materiales y espirituales de los demás. Ayuden a los jóvenes, nos ha pedido el Papa, “a ser ellos a su vez, apóstoles de sus amigos y coetáneos”. “La historia de los jóvenes en el Oratorio, cuando aún vivía Don Bosco, es rica en este aprendizaje de la vida cristiana: estar al servicio de los demás, de manera ordinaria y a veces con formas extraordinarias”. El servicio al hermano mide el camino de la santidad personal y ésta, frente a tantas necesidades, despierta “una nueva ‘imaginación de la caridad’, que promueve no tanto y no sólo la eficacia de las ayudas prestadas, sino la capacidad de hacerse cercanos y solidarios con quien sufre, para que el gesto de ayuda sea sentido, no como limosna humillante, sino como un compartir fraterno”.
“La espiritualidad juvenil salesiana da un puesto de privilegio a la persona de María”, cuya presencia materna domina el proceso en su conjunto e inspira cada una de sus etapas. “Ella representa al vivo el camino fatigoso pero feliz de cada individuo y de la humanidad hacia su plenitud. En María los caminos del hombre se cruzan con los de Dios. Es, por tanto, clave de interpretación, modelo, tipo y camino”. La Virgen tiene, en efecto, una energía educativa excepcional de los hijos de Dios y de los discípulos del Señor Jesús: donde está la Madre de Jesús, los discípulos se hacen creyentes (Jn 2,1-11) y llegan a ser fieles (Jn 19,25-27).