En la correspondencia escolar, sobre todo en las cartas enviadas a los jóvenes del Oratorio de Valdocco y de otras casas, a los salesianos y a los bienhechores que conocía personalmente, es donde Don Bosco se manifiesta más personal y original.
En sus casi 73 años escribió muchísimas cartas; veinte mil podría ser un número que no se aleja mucho de la verdad. Naturalmente, no nos han llegado todas, pero sí una buena parte; en la actualidad se poseen algunos miles.
No es fácil distinguir en la correspondencia de Don Bosco los temas puramente pedagógicos de los espirituales. El santo se siente constantemente sacerdote, vive en su pellejo la urgencia de la misión evangelizadora. Su vida está movida por una tensión unificadora, infatigable, entusiasmante, casi obsesiva: la salvación de los jóvenes. Pues bien, ese papel de educador de la fe, que actúa mediante los clásicos instrumentos de la catequesis, de la predicación, de las «prácticas de piedad», de la dirección espiritual, se conjuga en él admirablemente con el de educador simple y llano.
Las cartas de Don Bosco buscan una eficacia práctica, inmediata; son mezcla de tacto humano y sacerdotal, síntesis de afecto, sencillez, audacia y discreción; tienen más el sabor de una colección de normas, aunque en un contexto pedagógico, que de una conversación que se lleva hacia colecciones más amplias.
Esta aproximación a unas poquitas cartas no tiene otro objetivo que ilustrar lo que ya conocemos desde las elaboraciones teóricas del Sistema Preventivo o desde nuestra práctica educativo-pastoral cotidiana. Algunas de las cartas seleccionadas son dirigidas a jóvenes concretos, otras a alumnos del Oratorio o un colegio, y otras a los salesianos.
Los contenidos educativos propuestos a los jóvenes
En las cartas dirigidas a los jóvenes, Don Bosco responde de modo conciso a sus problemas, les aconseja, les invita a que hagan propósitos en orden a una vida cristiana comprometida y a una opción vocacional.
La relación de Don Bosco con los jóvenes es profunda en la esfera humana y en la espiritual, caracterizada por un afecto recíproco y por amor sobrenatural, que suscita confianza y lleva a establecer una relación también con Dios. Don Bosco, como educador, se presenta como amigo del joven, al que aconseja y advierte, sugiriéndole el camino para alcanzar la felicidad y la salvación. Con plena conciencia, trata de evitar una educación intelectualista, solo buena para individuos preocupados por hacer carrera; insiste, además, sobre el compromiso, sobre la buena conducta moral, preocupándose de formar el corazón, la mente, las costumbres. En otras palabras, vive buscando lo que la moderna pedagogía humanista considera condición previa fundamental para cualquier proceso formativo: la genuinidad, la autenticidad.
Educador de educadores
En las misivas personales y en las circulares que envía, Don Bosco apela a su paternidad espiritual, al afecto mutuo como expresión de consanguinidad vocacional; se preocupa por la salvación de sus almas, de la fidelidad al compromiso apostólico y al don de la vocación. Su interés no descuida tampoco la salud, hasta el punto de recurrir a imperativos de prohibición y mandatos.
(texto elaborado en base a Motto, Francesco (1994), Juan Bosco, cartas a jóvenes y educadores)