«Muchas veces me pidieron pusiera por escrito mis memorias sobre el Oratorio de San Francisco de Sales y, aunque no podía negarme a hacerlo dada la autoridad de quien me lo aconsejaba, sin embargo, no me resolvía a hacerlo por tener que referirme continuamente a mí mismo. Sin embargo, ahora se agrega la orden de una persona de suma autoridad por lo que me es imposible demorar por más tiempo el asunto. Así que me he decidido a exponer detalles confidenciales que pueden echar luz o ser de alguna utilidad para el bien de esa institución que la divina Providencia se dignó confiar a la Sociedad de S. Francisco de Sales.
Quede claro que escribo únicamente para mis queridísimos hijos salesianos, con la prohibición de darlas a la publicidad sea antes, como después de mi muerte.
¿Para qué servirá, pues, este trabajo? Sin duda para que, aprendiendo las lecciones del pasado, se superen las dificultades futuras; para dar a conocer cómo Dios condujo todas las cosas en cada momento; y también servirá de ameno entretenimiento para mis hijos cuando se enteren de las andanzas en que anduvo metido su padre, cosa que ciertamente harán con mayor complacencia cuando, llamado por Dios a rendir cuenta de mis actos, yo no esté ya visiblemente entre ellos.
Ahora bien, si encuentran que algunos hechos están relatados con demasiada complacencia y quizá con aparente vanidad, les pido que sean comprensivos conmigo, ya que se trata sencillamente de los recuerdos de un padre que se deleita contándolos a sus queridos hijos, mientras éstos, a su vez, se han de gozar al conocer las pequeñas aventuras de quien tanto los ha amado y de quien en todas las circunstancias, pequeñas o grandes, siempre quiso hacerles el mayor bien, sea en lo espiritual como en lo temporal.
He organizado estas memorias en décadas, o períodos de diez años, porque en cada una de ellas, nuestra obra tuvo algún notable y significativo desarrollo. Hijos míos, cuando lean estas Memorias después de mi muerte, acuérdense que tuvieron un padre cariñoso que antes de morir quiso dejárselas en prueba de su afecto; y entonces, no dejen de rogar a Dios por mi eterno descanso».
San Juan Bosco