Así comienza el relato de la Pasión según San Lucas: Jesús con sus discípulos en la mesa junto a ellos, compartiendo la misma suerte, incluso está a la mesa con quien lo traicionó (cf. v.21). Da lecciones sobre quién es el más grande (cf. v26-27) pero no sólo con lo que dice, sino que, como bien lo sabemos, con su propia vida.
En este momento de la historia podemos caer en dos actitudes extremas frente a la pandemia y la “responsabilidad” de Dios. Podemos hacernos una imagen de Dios que castiga, y por lo tanto esta situación es enviada por Dios o podemos ir a otro extremo, más sutil, que este, pero igual de peligroso: es responsabilidad del ser humano, debemos ver cómo lo resolvemos, dejemos a Dios tranquilo.
Quisiera concentrarme en el segundo, ya que el primero es claro que así no es, Dios no puede ser la causa de un mal, aunque no niego que pueda haber gente que sostenga que la pandemia es un castigo de Dios. Pero el segundo enfoque me parece el más peligroso porque es más sutil ya que “es problema nuestro, no le echemos la culpa a Dios”. Esto puede ser con el afán de defender a Dios (como si necesitara de nuestra defensa) o querernos hacer cargo, las intenciones no están en cuestión. ¿Cuál es el peligro que veo en esta afirmación? Que podemos presentar, o peor, anunciar a un Dios que no le importa nuestra vida. Un Dios que ve cómo nos vamos destruyendo y que ahora está mirando desde el cielo viendo cómo tratamos de arreglárnosla. Sería un Dios tan cruel o más todavía, que aquel que manda castigos para que “aprendamos”.
En esta situación en la que nos encontramos Dios está a la mesa con nosotros. No mira de lejos lo que nos pasa. Muchas veces podemos caer en la tentación en la que cayeron los Sumos Sacerdotes en el momento de la Cruz: si eres tú el rey de los judíos ¡sálvate!, si realmente eres el Dios Todopoderoso ¡sálvanos! ¿Qué estás haciendo viendo cómo se mueren tus hijos a los que supuestamente amas? ¿No ves que no sabemos qué hacer? ¿No ves que los pobres son los que más están sufriendo? Y otro tipo de preguntas válidas, que brotan de un corazón herido por haberse chocado contra su propia fragilidad y la de los demás.
Dios está a la mesa con nosotros, comparte también nuestra vida. Ahora, es un Dios que hace silencio que sufre en silencio, pero no porque no quiere hacer nada o porque espera que le pidamos ayuda para actuar, sino que es la forma de salvarnos: estando cerca. ¿Cuántas veces la sola presencia de una persona nos da paz y tranquilidad?
Me viene a la memoria la imagen del Papa Francisco cuando visitó el campo de concentración de Auschwitz: no hizo ningún discurso. Y la imagen más impactante: el cirio prendido en medio de la oscuridad de la celda donde murió el mártir de la caridad Maximiliano Kolbe. Dios, en medio de la oscuridad, se sienta a nuestra lado, en la mesa y nos ilumina y da calor, para que podamos compartir y ver a los que están a nuestro lado, no encerrarnos en nuestras propias cuestiones, sino saber que son nuestras cuestiones, que estamos con otros, y en especial poder ver a los que están tirados al borde del camino.
Jesús conoce lo que es capaz de hacer el mal, lo vivió en carne propia en su Pasión. Le importa lo que nos pasa, y sabiendo y compadeciéndose del mal que podemos sufrir dice a Pedro: Simón, Simón, mira que Satanás los ha reclamado para sacudirlos como al trigo. Pero yo he rogado por ti, para que tu fe no decaiga (v. 31) La oración de Jesús no es pidiendo que Pedro no sufra, porque sabe que la vida humana trae consigo sufrimiento, pide que su fe no desfallezca.
En la meditación del Padre Cantalamessa del Viernes Santo dijo una expresión que es válida para cualquier persona que esté sufriendo esta situación actual: la pandemia del Coronavirus nos ha despertado bruscamente del peligro mayor que siempre han corrido los individuos y la humanidad: el del delirio de omnipotencia.
En la Pasión del Señor, en cualquiera de los relatos de los evangelios vemos a un Dios lejos del Omnipotente que nos imaginamos: capaz de hacer lo que quiera a su antojo con un solo pase mágico. Y sin embargo, los seres humanos, hemos caído en esto: el delirio de la omnipotencia. No nos hemos dado cuenta, por eso es un delirio, y un microorganismo, de los más simples que existen como son los virus, nos hace caer en la cuenta de qué frágil es nuestra existencia y en qué hemos puesto nuestra confianza: la tecnología, la economía, la ciencia. Todo muy bueno pero donde no se encuentra la salvación.
Dios quiso hacerse frágil, en él vemos al ser humano en todo su esplendor: el esplendor de Dios y del hombre, que Jesús muestra en su pasión es la fragilidad. La fragilidad del ser humano y el querer hacerse frágil de Dios.
Misterio frente al cual nos enfrentamos: el ser humano es frágil y es gracias, por y en esa fragilidad que Dios nos salvó y salva, estando sentado a la mesa con nosotros ya que por sus heridas hemos sido curados. (Is 53, 5)
Nicolás Soto sdb
30 años