Jesús está constantemente en camino. Va de un lugar a otro. No tiene casa donde retirarse: "Las zorras tienen madrigueras y los pájaros del cielo nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar la cabeza" (Lc 9,58). Lucas acaba de presentar a Jesús como el itinerante. Es el divino itinerante que descendió del cielo para hacer camino con nosotros, los hombres, y recordarnos nuestro núcleo divino. En su caminar, Jesús se encuentra a menudo con los hombres y mujeres, come y bebe con ellos y celebra la alegría que nace cuando las personas se aceptan mutuamente y se saben amados por Dios.
Al contemplar a Jesús como el itinerante me siento tocado por su libertad y la energía que emana de él. Jesús predica la itinerancia como ideal de vida espiritual. Simplemente va de un lugar a otro. Se encuentra con las personas. Habla con ellas. Cura a los enfermos cuando se le acercan o cuando se da cuenta de sus sufrimientos. Jesús no ha elaborado una estrategia propagandística ni ha planeado una conquista misional. Jesús hace su camino en libertad. Se siente urgido a atravesar los pueblos y decir a los hombres y mujeres: "El plazo se ha cumplido. El Reino de Dios está llegando. Conviértanse y crean en el Evangelio" (Mc 1,15).
Jesús no ha planificado la edificación de la Iglesia, ni la consolidación de los mecanismos del estado, ni ha elaborado una determinada visión política. Está siempre presente cuando se encuentra con alguien. En este momento, esta persona es la más importante para él. Deja a un lado todos sus proyectos de anuncio del Reino y se dedica por entero a ella. En el encuentro con esta persona se manifiesta la proximidad de Dios, Dios se hace visible. Jesús mira a la persona de una manera distinta y así la mueve a abrir sus ojos a la presencia de Dios. Jesús percibe la realidad con una mirada limpia y clara. Admira la belleza de la creación. Observa a los campesinos en sus labores. Percibe todo lo que es. Y en todo ve la obra de Dios y su belleza. Jesús quiere enseñar a los hombres esta mirada sobre las cosas y descubrir en ellas a Dios.
No es de extrañar que la familia de Jesús y la sociedad tuvieran sus problemas con este itinerante atípico que no se preocupaba por el futuro. No había fundado una familia, ni vivía pendiente de su carrera profesional. Simplemente vivía como vagabundo. Él comunicaba a otros su libertad y su sosiego: "No anden preocupados pensando qué van a comer o a beber para sustentarse, o con qué vestido van a vestirse" (Mt 6,25). Conduce la atención de sus oyentes hacia los pájaros del cielo y los lirios del campo. Tienen lo suficiente para comer y van vestidos con más esplendor que el mismo Salomón, cuyo lujo era bien conocido por todos.
Contemplando a Jesús en esta actitud de serena despreocupación yendo de pueblo en pueblo, me doy cuenta de cómo es Dios. Jesús no tiene necesidad de hablar de Dios. En esta libertad interior ya aparece la luz de Dios. Jesús deja atrás todas las enseñanzas de los rabinos que correspondían a corrientes locales fijas. Dios es aquel que nos libera de las preocupaciones. En la historia del cristianismo encontramos a monjes que imitaron a Jesús en su itinerancia. Iban durante toda su vida peregrinando de lugar en lugar sin asentarse en ninguna parte. Querían por amor a Cristo peregrinar y así participar en su libertad, su serenidad y su experiencia de Dios.
Muchas veces tenemos que preocuparnos por el bienestar de las personas con las que vivimos, tenemos que asegurar de alguna manera la subsistencia de la comunidad. Parece que fuera justo lo contrario de aquella despreocupación que vive y nos enseña el divino peregrino. No obstante, este Jesús atrae fuertemente. Pero también en medio de mi trabajo descubro algo de su libertad como itinerante. Me dice que aquí no tengo un lugar fijo, seguro. Con todas mis preocupaciones y solicitudes no puedo alargar nada mi vida. Con todo mi afán de asegurar el futuro no logro ganar la vida. La vida se encuentra en otras actitudes, en la libertad, en la serenidad, en el desapego que nos mantiene en movimiento. Únicamente aquel que está en camino se mantiene vivo.
Mi vida es un camino interior, una peregrinación incesante. No puedo descansar. Tengo que seguir adelante como Jesús, que sintió una urgencia interior: hoy y mañana y pasado tengo que continuar mi viaje..." (Lc 13,33).
Intenta tomar conciencia hoy cuando caminas e imagínate: caminas en libertad y serena despreocupación. Sigues adelante sin cesar. No te paras sino que te transformas con cada paso. Te puedes preguntar:
¿En qué sentido me encuentro inmovilizado/a?
¿En qué aspectos estoy instalado/a? ¿De qué dependo, qué me ata?
¿Qué es lo que me quita mi libertad interior y exterior?
¿Cuál es mi sentimiento primordial en el camino: el miedo o la confianza, la serenidad o la preocupación, el afán de seguridad o la disposición de avanzar por mi camino?"