En nuestros sueños, a menudo aparecen puertas. Hay sueños en que no encontramos la puerta de nuestra casa. O bien, la puerta está cerrada y hemos olvidado la llave. Estos sueños nos indican que hemos perdido el acceso a nosotros mismos. Hemos perdido el contacto con nosotros mismos. No logramos entrar en la casa de nuestra vida. Estamos excluidos de nuestro interior.
En el discurso del Buen Pastor que entra por la puerta en el redil, a diferencia de los salteadores y ladrones, Jesús se declara como puerta: "Yo soy la puerta. Todo el que entre en el redil por esta puerta, estará a salvo, y sus esfuerzos por buscar el sustento no serán en vano" (Jn 10,9). Jesús se identifica con la puerta por donde podemos encontrar la vida.
Toca con estas palabras la precariedad y las necesidades de la vida humana. Reconoce que los hombres no estamos en contacto con nosotros mismos, que hemos perdido el acceso a nuestro auténtico ser. Con sus palabras nos quiere abrir la puerta para encontramos con nosotros mismos y con Dios.
Jesús nos promete: quien pase por esta puerta se salvará. Sanará y reencontrará su integridad. Se encontrará consigo mismo. Entrará en contacto con su yo profundo. Y podrá entrar y salir. La puerta se abre y se cierra. Me abre el acceso al interior, a la casa interior. Pero también me deja salir hacia afuera. La puerta señala la comunicación entre interior y exterior. Sólo quien vive simultáneamente en el interior y en el exterior vive de una manera sana. Quien exclusivamente vive por dentro se cierra hacia la realidad exterior. Es estéril. Quien sólo vive hacia afuera se vuelve superficial. Se pierde a sí mismo. Entrar y salir es lo que mantiene a la persona con vida. Jesús es la puerta. A través de él encontramos el acceso a nosotros mismos. Pero Jesús también nos incita a salir para que vayamos al mundo y co-laboremos en su configuración.
La puerta es símbolo de tránsito de un ámbito a otro ámbito, del más acá al más allá, de lo profano a lo sagrado. En muchos pueblos existe la imagen de la puerta del cielo que nos indica el tránsito hacia el espacio divino. Jesús es la puerta por la que no sólo entramos en nosotros mismos, sino que entramos en la casa de Dios, por la que llegamos a Dios.
En el Apocalipsis de Juan, la figura de la puerta se amplía con el símbolo de la llave: "Esto dice el Santo, el Veraz, el que tiene la llave de David, el que abre y nadie puede cerrar, el que cierra y nadie puede abrir" (Apoc 3,7). La llave nos abre la puerta al misterio. Ser poseedor de la llave significa a menudo, en los mitos y en los cuentos, estar iniciado en el misterio, tener acceso al misterio. Jesús es la llave que nos introduce en el misterio de Dios. Nos abre la puerta para que podamos entrar en el ámbito de Dios y sentimos en su casa. Y Jesús es la llave que nos abre el acceso a nosotros mismos, al misterio de nuestra propia realización humana.
Hay momentos en que vislumbro la realidad de estas figuras de la puerta y de la llave. Empiezo a ver algo en mi encuentro con Jesús. Se me abre una puerta y entro en el ámbito de lo real, de la verdad, en el ámbito de Dios, donde llego a encontrarme totalmente a mí mismo.
¿Hay puertas cerradas en tu interior?
¿Te acuerdas de puertas importantes en tu vida por las que lograste un acceso .a personas, a posibilidades?
Contempla la persona de Jesús, su comportamiento, sus palabras, su camino.
¿Se convierte Jesús para ti en puerta, en llave que te abre el acceso al misterio de tu vida y al misterio de Dios?