Material teórico y reflexiones sobre educación ambiental para educadores
Este trabajo está realizado por Lucía Ferrés Canabarro junto
al equipo coordinador del Sector Social, y es un fragmento
de la “Propuesta didáctica sobre el cuidado de la casa común
elaborada para el Sector Social Juan XXIII”; en mayo 2020.
Lucía es Licenciada en Educación con énfasis en Tiempo
Libre y Recreación (Universidad Católica del Uruguay). Es
también Técnica en Educación Social (Instituto Superior
Salesiano y Universidad Católica del Uruguay).
A partir de la realización de la memoria de grado “Educación
y desarrollo sustentable. Una mirada a la educación
ambiental en la escuela uruguaya”, comenzó a trabajar en
la creación e implementación de proyectos de educación
ambiental. Ahí surgieron el Proyecto Búmeran, en el Colegio
Maturana, y el Proyecto Triciclo, en el Centro Educativo
Providencia. En este último trabajó como referente de
educación ambiental hasta el 2019, cuando decidó irse a
España, donde actualmente está cursando un Máster en
Educación Ambiental (Universidad Pablo de Olavide, Sevilla).
Es actriz, animadora y educadora de Grupo Texas desde
2006. Ha trabajado como Tallerista de Teatro en instituciones
educativas formales y no formales: Centro
Educativo Providencia, Colegio Maturana y Colegio Divina
Providencia, entre otros.
Introducción
La idea buscada a través de estas páginas es aportar algunas bases teóricas para la reflexión sobre la educación ambiental: por qué y para qué se hace necesaria, cuáles son sus principales características y cómo se relaciona con nuestro rol como educadores cristianos. Para eso, los principales pilares serán la Carta Encíclica Laudato si’ del Papa Francisco (2015) y los aportes de María Novo, referente española en educación ambiental.
Se aclara que, para facilitar la lectura, se utiliza el masculino genérico, incluyendo a los/as educadores/as y a los/as educandos/as.
¿De dónde venimos?
No se intentará aquí describir la crisis ambiental en la
que nos encontramos actualmente.
Esta se hace presente todos los días en las noticias que
nos llegan sobre la contaminación, el cambio climático,
el problema de los residuos y tantos otros aspectos.
Lo que intentaremos es, más bien, acercarnos (muy
brevemente) a algunas de las posibles raíces de esta
crisis.
Para entender dónde estamos posicionados actualmente en nuestra relación con el entorno, es necesario
viajar hacia los orígenes de la Modernidad, donde nos encontramos con esta frase:
“Es posible encontrar una práctica por medio de la cual
conocer la fuerza y las acciones del fuego, del agua,
del aire, de los astros (...) y de esta suerte convertirnos
como en dueños y poseedores de la naturaleza” (Descartes,
Discurso del Método; en Novo, 2006, p. 9). Con
tales palabras, el padre de la época moderna formula,
hace cuatro siglos, ciertas ideas que aún parecen estar
vigentes en nuestros días.
En primer lugar, se expresa una visión dual que separa
al ser humano de la naturaleza, como si no formara
parte de ella. En segundo lugar, se afirma que el ser
humano es capaz de dominar el mundo natural en su
totalidad, ubicándose en una posición superior. Esta
capacidad humana de dominio sobre la naturaleza
vendrá, siguiendo a Descartes, de la mano de la razón.
De este modo, la visión dual se hace presente también
en una supuesta superioridad de la razón sobre los
sentimientos; de la mente sobre el cuerpo (Novo, 2006).
Otro elemento que se deriva de esta perspectiva dual
es la predominancia de la utilidad por sobre la verdad
(Novo, 2006). Gracias a ella, lo útil pasa a ser lo único
verdadero; lo que importa es preguntarse por el cómo,
no por el por qué. La naturaleza, entonces, no se concibe
como un fin en sí mismo, sino que se transforma en
un recurso que tiene que ser útil para nuestros fines
humanos. La sobrevaloración de lo “útil” se expresa en
la forma acrítica en la que hoy aceptamos todo aquel
“bien” que provenga de la ciencia y la tecnología, dándolo
por bueno si sirve a nuestros fines, sin preguntarnos el
por qué, si realmente lo deseamos o cómo ha sido su
proceso de producción. En palabras del Papa Francisco:
“La economía asume todo desarrollo tecnológico en
función del rédito, sin prestar atención a eventuales
consecuencias negativas para el ser humano.” (2015,
p. 85). O, menos aún, en consecuencias negativas para
el entorno.
La posición de dominio de la ciencia y la técnica nos
llevan, por otra parte, a la necesidad de fragmentar el
mundo para conocerlo mejor. Así, nos encontramos
pensando en términos de disciplinas aisladas donde,
por ejemplo, las Matemáticas parecen no tener nada
que ver con la Historia, y donde no somos capaces de
ver la realidad de forma compleja y sistémica. Olvidamos
que la fragmentación es solo un método para
estudiar la realidad, pero que el mundo verdadero no
está hecho de disciplinas aisladas, sino de partes que se
interrelacionan e influencian, conformando un sistema
que es mucho más que la simple suma de sus partes.
Esta concepción fragmentada de la realidad se refleja, a
su vez, en la visión lineal que utilizamos las sociedades
occidentales en nuestros modelos de producción. De
esta manera, extraemos los recursos de la naturaleza
para generar bienes cuyos residuos luego depositamos
también en la naturaleza, como si esta tuviese una
capacidad infinita de generar recursos y absorber
desechos. Nuevamente, reflejamos de esta manera
que no actuamos con una mirada integral y sistémica
del mundo:
Todavía no se ha logrado adoptar un modelo circular de
producción que asegure recursos para todos y para las
generaciones futuras, y que supone limitar al máximo
el uso de los recursos no renovables, moderar el consumo,
maximizar la eficiencia del aprovechamiento,
reutilizar y reciclar. (Papa Francisco, 2015, p. 20).
Finalmente, quizá uno de los más evidentes aspectos
de nuestra problemática relación con el entorno sea
el individualismo que prima en nuestros modos de
consumo. En este punto, también conviene trasladarnos
algunos siglos atrás, donde encontramos dos autores con gran influencia en nuestro actual modelo
económico. El primero de ellos, Locke (siglo XVII),
construye los cimientos del pensamiento liberal al
ubicar la felicidad del hombre en la libertad individual
y la búsqueda del beneficio propio.
Con Locke queda anunciado así (...) el porvenir del
hombre y la mujer modernos. Se anticipa una concepción
según la cual el individuo queda reducido a buscar
el propósito y el sentido de la vida en las actividades
hedonistas de la producción y el consumo. (Novo,
2006, p. 14).
El segundo autor, Smith (siglo XVIII), basa su teoría en
la regulación espontánea del mercado, según la cual se
debería “dejar actuar libremente a los individuos bajo
el único criterio de su interés personal” (Novo, 2006, p.
14). No hace falta desarrollar demasiado para entender
la relación entre estas palabras y nuestras prácticas
de consumo individualistas.
Sin embargo, todas las características mencionadas
no han sido, evidentemente, universales. Los puntos
descritos forman parte de la historia de Occidente. El
problema es que han sido justamente las sociedades
occidentales las que se han posicionado en el mundo
como las “desarrolladas”, como el modelo que las demás
regiones deben imitar. Es en Occidente donde,
a su vez, nos encontramos con que “una minoría se
cree con el derecho de consumir en una proporción
que sería imposible generalizar, porque el planeta no
podría ni siquiera contener los residuos de semejante
consumo” (Papa Francisco, 2015, p. 40).
Estos son algunos de los puntos en los que se asienta
nuestra idea tradicional de “desarrollo”, que implica
una visión lineal de crecimiento en la producción y el
consumo ignorando los límites del planeta, se basa en
la utilidad, promueve el dominio del hombre sobre la
naturaleza y de la razón sobre los sentimientos y tiene
a la sociedad occidental como modelo único a seguir.
Esta concepción, con el neoliberalismo como su forma
más actual, se está viendo profundamente cuestionada
con la crisis del Covid 19. Muchos autores destacan en
esta crisis la oportunidad de que, finalmente, seamos
capaces de comprender como humanidad la necesidad
urgente de transformar nuestras relaciones,
entre nosotros y con la Tierra, cambiando las raíces
profundas de este modelo de desarrollo basado en la
economía de mercado, la explotación y la acumulación.
Entre estos autores, destacamos a Leonardo Boff,
quien hace énfasis en cómo esta pandemia nos está
recordando eso que tanto olvidamos o despreciamos:
nuestra interdependencia. Nadie se salva solo: “No
hay un puerto de salvación. O nos sentimos humanos,
co-iguales en la misma Casa Común o nos hundiremos
todos” (Boff, 2020, p. 16).
Para Boff, nos encontramos ahora con “una oportunidad única” para transformar los principios por los que nos regimos. Se hace evidente (si ya no lo era antes de la pandemia) que necesitamos abandonar la lógica individualista, de acumulación, competencia, consumismo, despilfarro e indiferencia en la que estamos actualmente inmersos y, en su lugar, asumir como principios “el cuidado, la solidaridad social, la corresponsabilidad y la compasión” (Boff, 2020, p. 14). Se destaca que no se habla de “colaboración” o “ayuda”, sino de “corresponsabilidad”, asociada a esa comprensión de que dependemos unos de otros y necesitamos asumir esa responsabilidad colectiva en el cuidado mutuo, de nosotros mismos y de nuestra casa.
¿Cuáles de estos aspectos ven reflejados
en nuestra vida cotidiana actual?
¿Cuáles creen que están cambiando?
¿Podríamos nombrar ejemplos?
Frente a la situación de la pandemia, “¿Seremos capaces de captar la señal que
el coronavirus nos está enviando o
seguiremos haciendo más de lo mismo, hiriendo
a la Tierra autohiriéndonos en el afán
de enriquecer?” (Boff, 2020, p. 42).
Para profundizar...
¿Hacia dónde necesitamos ir?
Si nos basamos en las ideas planteadas se hace evidente que, si queremos encontrar una relación de mayor equilibrio y armonía con nuestro entorno, necesitamos empezar a pensar en términos de mayor integración e interdependencia. Y esto implica, en primer lugar, comprender la idea de “medio ambiente” desde esta mirada integral.
Cuando se habla de «medio ambiente», se indica particularmente una relación, la que existe entre la naturaleza y la sociedad que la habita. Esto nos impide entender la naturaleza como algo separado de nosotros o como un mero marco de nuestra vida. Estamos incluidos en ella, somos parte de ella y estamos interpenetrados. (Papa Francisco, 2015, p. 108).
Necesitamos, entonces, comprender el medio ambiente como un sistema que, como tal, es mucho más que la simple suma de sus partes; un sistema donde unos dependemos de otros y, por lo tanto, las acciones de unos tendrán efectos sobre el resto. En esta relación de interdependencia, las problemáticas ambientales se entienden de manera compleja y multicausal, donde no existe una única respuesta ni se pueden establecer relaciones simples de causa-efecto.
Transformar nuestra visión simple y lineal en una mirada
más compleja, que tenga en cuenta los ciclos y
las interrelaciones, se hace entonces imprescindible.
Una vez más, el Covid 19 representa una gran oportunidad
de acercarnos a esta complejidad que supera
las relaciones simples de causa y efecto.
En esta integralidad, las dimensiones natural y social
no se separan: “Es fundamental buscar soluciones
integrales que consideren las interacciones de los
sistemas naturales entre sí y con los sistemas sociales.
No hay dos crisis separadas, una ambiental y otra
social, sino una sola y compleja crisis socio-ambiental”
(Papa Francisco, 2015, p. 108). En este sentido, necesitamos
comprender que no estaremos cuidando el
medio ambiente si nos preocupamos por preservar
la naturaleza pero no nos cuidamos entre nosotros.
Del mismo modo, pensar en nuestra relación con el
entorno desde esta perspectiva implica entender que
el medio ambiente es uno: un único sistema del que
todos formamos parte. Aquí es interesante recordar
la etimología del término “Eco”, proveniente del griego
“oikos”, que significa casa / morada. (https://es.wiktionary.
org/wiki/eco-#Etimolog%C3%ADa_1) La “ecología”,
entonces, es el estudio de esa “casa”, a la cual el Papa
Francisco se refiere como “nuestra casa común” (2015).
Es decir, una casa cuyo disfrute es para todos, pero
de cuyo cuidado también somos todos responsables.
En este punto, se hace clave la palabra comunidad.
“Hace falta la conciencia de un origen común, de una
pertenencia mutua y de un futuro compartido por
todos” (Papa Francisco, 2015, p. 155). Cambiar nuestra
mirada requiere, entonces, superar el individualismo
para pensar desde lo cooperativo y comunitario, entendiendo
que nos necesitamos entre todos (no solo
los seres humanos, sino todos los seres del planeta).
A su vez, pensar desde lo comunitario requiere la
comprensión de que, si la casa es de todos, es fundamental
que se escuchen todas las voces, no solo las
de las minorías dominantes. Así, la participación se
transforma en otra de las palabras clave.
Participación que parte de la valorización de cada
grupo, de la sabiduría local y la particularidad de cada
contexto: “No se puede pensar en recetas uniformes,
porque hay problemas y límites específicos de cada
país o región” (Papa Francisco, 2015, p. 108). Una vez
más, se hace necesario recordar la idea de complejidad,
donde las problemáticas ambientales no tienen
respuestas únicas.
La educación ambiental como camino
En este recorrido desde una concepción individualista,
fragmentada y antropocéntrica, del ser humano
como dueño de la naturaleza, hacia un estilo de vida
sostenible, cooperativo e integral, la educación ambiental
se vuelve absolutamente esencial. Como toda
concepción, también la educación ambiental es una
construcción con múltiples interpretaciones. Por eso,
es importante destacar algunas características que
considero deberían estar presentes si pretendemos
una educación ambiental que sea verdaderamente
transformadora.
1. Educación que promueva el pensamiento crítico.
Siguiendo a Ubal y Píriz, tenemos básicamente dos
maneras de entender la educación: como forma de
adaptación al mundo o como mecanismo de transformación
de ese mundo. Dichos autores definen
la educación como “los procesos de circulación del
patrimonio cultural, seleccionado por una sociedad
en determinado momento histórico y que contribuye
a la construcción de nuevos sentidos y alternativas,
y/o la reproducción del status quo” (2010, p. 9). En este
trabajo se entiende que solo estaremos trabajando
verdaderamente en educación ambiental si buscamos
ser críticos frente a ese “status quo”, si intentamos
desnaturalizar lo que está establecido, visibilizar lo
invisibilizado, buscar construir esos “nuevos sentidos”,
esas nuevas formas de mirar el mundo y actuar sobre él.
Nunca está de más recordar los planteamientos de
Paulo Freire, quien sostiene que la educación debe
llevar al educando a lograr el pensamiento auténtico,
porque en él se encuentra su verdadera liberación
(1970). No es función de la educación (ni ambiental ni
ninguna otra) que el sujeto se “adapte” al mundo y a su
realidad, sino que la comprenda y sea capaz de, desde
su libertad, elegir transformarla. Así, la promoción de la
reflexión crítica se vuelve central en la tarea educativa;
reflexión que permitirá la constante búsqueda de un
mundo mejor, más justo y más humano. En palabras del
citado autor: “La liberación auténtica (...) es praxis, que
implica la acción y la reflexión de los hombres sobre el
mundo para transformarlo” (Freire, 1970, p. 84). Freire
se refiere a la educación en general, pero sin dudas
la educación ambiental necesita enmarcarse en esta
misma perspectiva.
2. Educación que toma al educando como centro y
protagonista
La educación ambiental aquí concebida parte del
sujeto: de sus intereses, experiencias y conocimientos
previos. No se trata de un modelo que pueda ser
universalizado, sino que se nutre de la realidad de
cada contexto, cada grupo y cada sujeto y aprende
de ella; trabaja sobre la cotidianeidad de la persona,
abordando como centros de interés problemas reales
que atraigan a los educandos, les generen preguntas,
les preocupen y desafíen (Novo, 1998).
3. Educación transversal y sistémica
Muchas veces caemos en la tentación de “encasillar” a
la educación ambiental en un taller concreto, o pensar
que solo la estamos abordando cuando trabajamos
contenidos como los recursos naturales, la contaminación,
el cambio climático, etc. Pero la educación
ambiental no puede concebirse como una disciplina
más, sino que necesita ser planteada como un enfoque
interdisciplinario y transversal a toda la acción
educativa, que afecte al conjunto de nuestra labor y
no simplemente a aspectos particulares.
Si volvemos a la idea de medio ambiente como sistema
complejo, donde todas las partes se influencian unas
a otras, recordaremos que los problemas ambientales
no son conflictos aislados, sino que existen en ellos
relaciones políticas, económicas y sociales. Por eso,
la educación ambiental no se hace real solo cuando
trabajamos acerca de la naturaleza, sino que está presente
siempre, aunque no seamos conscientes de ello.
4. Educación que necesita del pensamiento complejo
y las múltiples respuestas
En palabras de Novo:
…la educación ambiental tiene como misión fundamental
la de ayudar a las personas a cuestionarse
sobre los orígenes (no solo sobre los efectos) de los
problemas ambientales. Ello supone situarse en una
posición de búsqueda activa, en la que las soluciones
no son únicas ni aparecen dadas. (1998, p. 103).
Si los problemas ambientales son complejos y multicausales,
también lo serán las posibles soluciones.
Esta manera de entender a la educación ambiental lleva
directamente a la búsqueda de estrategias pedagógicas
en las que se fomente en los educandos la variedad
de respuestas y soluciones y la complementariedad
entre las mismas. Para ello, fomentar la creatividad y
plantear el aprendizaje como un trabajo cooperativo,
donde se contrasten múltiples perspectivas y opiniones,
será fundamental.
5. Educación que va de lo local a lo global
La práctica de la educación ambiental busca trabajar
a partir de la percepción del entorno más próximo
para llegar, a partir de ella, a la conciencia del medio
ambiente global (Novo, 1998). Aprender a valorar y a
amar el entorno más próximo (el Oratorio, el centro
educativo, el barrio) será el primer paso en esta tarea.
Se trata, para el educador ambiental, de saber encontrar
en el contexto local problemas reales e interesantes
para los educandos; problemas desde los cuales poder
cuestionarse y reflexionar, ampliando poco a poco esta
reflexión y trasladándola a los problemas más globales.
Se trata también de que los centros educativos
no funcionen de manera aislada, sino que se abran
al territorio, vinculándose con este. Como escribe la
autora citada: “es ahí, en ese encuentro con lo real,
donde puede asentarse el conocimiento personal y
crítico y donde cada persona puede descubrir que
tiene un papel responsable en el mejoramiento del
ambiente” (Novo, 1998, p. 179).
6. Educación enfocada en la responsabilidad y la
participación
La reflexión y el ejercicio crítico fomentados por la
educación ambiental se encaminan a la formación de
ciudadanos que actúan con responsabilidad ambiental.
Tal responsabilidad implica cuestionarse sobre
las acciones propias cotidianas y las consecuencias
que ellas tienen o pueden tener, incorporando así el
pensamiento sobre el mediano y largo plazo.
La educación ambiental entiende que la responsabilidad
ciudadana trae implícita a la participación. Para ello,
la toma de decisiones será un tema central en la labor
pedagógica. La educación ambiental debería plantearse
como objetivo “que las personas internalicen que, ante
los conflictos ambientales, no existe neutralidad posible
en la que refugiarse y siempre es necesario adoptar
posturas informadas y responsables” (Novo, 1998, p.
196). Esta adopción de postura implica una constante
toma de decisiones, entendiéndose que decidir actuar
o no hacerlo frente a un determinado conflicto es ya
una forma de posicionarse. El trabajo educativo-ambiental
no puede limitarse a la reflexión teórica, sino
que debe traer consigo la toma de decisiones activa
sobre temas reales.
Educar en la participación ciudadana responsable como
la entiende Novo (1998) implica favorecer la toma de
decisiones en dos ámbitos. Por un lado, en las acciones
directas y cotidianas que llevan a la sustentabilidad.
Pero, por otra parte, también en la capacidad de influenciar
en las decisiones de aquellos que tienen el
poder de gestionar los recursos de la población. Esto
último podría comenzar en la relación del centro educativo
con el territorio, buscando estrategias para que
los educandos puedan intervenir positivamente en él,
manifestando sus opiniones y realizando propuestas
a las autoridades locales más cercanas.
7. Coherencia del educador y su metodología
Por último, es fundamental destacar el hecho de que
la educación ambiental necesita de la coherencia
del educador y la metodología que este elige para
enseñar. El educador ambiental debe tener bien claro
que la metodología nunca es neutra, sino que incide
directamente en el mensaje que llega a los educandos.
La educación ambiental entendida de este modo
atraviesa todos los componentes que forman parte del
acto de enseñanza-aprendizaje: los aspectos físicos
y edilicios del centro educativo, la organización del
espacio, el trato que tienen los educadores hacia los
educandos, los materiales utilizados... cada detalle
muestra, para la educación ambiental, una forma de
entender la realidad y una opción por reproducirla o
transformarla.
La educación ambiental en la catequesis
¿Cuáles son nuestros desafíos particulares como
cristianos? Podemos plantear las catequesis desde
un lugar antropocéntrico, donde el ser humano sigue
siendo el centro y donde Dios es un ser separado de la
naturaleza, o podemos cambiar la mirada y entender
que es justamente en esa naturaleza (donde se incluyen,
por supuesto, las relaciones humanas) donde Dios se
hace presente, donde encuentra una forma de comunicarse
con nosotros. Alicia Puleo, autora que escribe
acerca del Ecofeminismo, lo propone de esta manera:
…cambiar la imagen patriarcal de un Dios separado
de la Naturaleza y sustituirla por una visión de Dios en
la Naturaleza que permita extender la compasión, la
empatía y el respeto no sólo a los humanos, sino también
a los demás seres vivos y al resto de la Creación
como parte de la Divinidad. (s. f., p. 10).
En grupos de a 2 o 3 personas,
elegir uno de los fragmentos
acerca de la educación
ambiental.
¿Lo vemos presente en la
práctica del Oratorio? ¿De qué
manera?
En base a lo leído, ¿podríamos
cambiar algo de nuestra
dinámica diaria como
educadores?
Puesta en común. Sería bueno
registrar las ideas que surjan,
para tenerlas presentes en
planificaciones o futuras
reflexiones.
En síntesis, plantearnos nuestra relación con el medio
ambiente como cristianos implica analizarnos en lo
más profundo, como educadores y como personas,
entendiendo que:
La cultura ecológica no se puede reducir a una serie
de respuestas urgentes y parciales a los problemas
que van apareciendo en torno a la degradación del
ambiente, al agotamiento de las reservas naturales y
a la contaminación. Debería ser una mirada distinta, un
pensamiento, una política, un programa educativo, un
estilo de vida y una espiritualidad que conformen una
resistencia ante el avance del paradigma tecnocrático.
(Papa Francisco, 2015, p. 88).
“Dios omnipotente,
que estás presente en todo el universo
y en la más pequeña de tus criaturas,
Tú, que rodeas con tu ternura
todo lo que existe,
derrama en nosotros la fuerza de
tu amor
para que cuidemos la vida y la belleza.
Inúndanos de paz,
para que vivamos como hermanos
y hermanas sin dañar a nadie.
Dios de los pobres,
ayúdanos a rescatar a los abandonados
y olvidados de esta tierra
que tanto valen a tus ojos.
Sana nuestras vidas,
para que seamos protectores del mundo
y no depredadores,
para que sembremos hermosura
y no contaminación y destrucción.
Toca los corazones
de los que buscan
sólo beneficios a costa de los pobres
y de la tierra.
Enséñanos a descubrir el
valor de cada cosa,
a contemplar admirados,
a reconocer que estamos
profundamente unidos
con todas las criaturas
en nuestro camino hacia tu luz infinita.
Gracias porque estás con nosotros
todos los días.
Aliéntanos, por favor,
en nuestra lucha
por la justicia, el amor y la paz”
Papa Francisco, 2015
Referencias Bibliográficas
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