La espiritualidad salesiana hace de la educación una experiencia no solo humanamente significativa, sino un verdadero "sacramento" del encuentro con Dios. Don Bosco se encontró con Dios en los jóvenes y les pidió que hicieran experiencia de Dios como parte del proceso educativo.
Su propuesta para la experiencia de Dios en el camino educativo que involucra a jóvenes y adultos, la educación humana y la educación en la fe, se puede resumir en torno a dos términos clave: acogida y animación.
Cuando decimos acogida, en el ambiente salesiano se piensa inmediatamente en el oratorio, donde constantemente hay gente yendo y viniendo, gente joven y adulta conversando y bromeando, un cruce rápido y amistoso de educadores y jóvenes... La acogida, el recibir de la mejor manera posible, habla del "corazón oratoriano", que Don Bosco propuso como una forma de vida en cada una de sus casas.
¿Qué expresa esta forma de recibir a cada uno? La hospitalidad salesiana es una cuestión de espiritualidad: es el reconocimiento de la presencia activa de Dios en la historia personal y colectiva; la confianza en los jóvenes es la concreción de la fe en Dios.
El educador no le da dignidad a las experiencias de los jóvenes para asegurar su simpatía y aprobación. Reconoce una dignidad preexistente, incluso si a menudo se ve amenazada, que nace de Dios que ama a esos jóvenes. El educador es consciente de ello y vive un encuentro original con Dios, a través del "sacramento de los jóvenes".
Esta convicción religiosa ilumina el marco educativo. Todas las experiencias humanas de los jóvenes están cargadas de dignidad, porque en todas ellas el Espíritu Santo está trabajando, para autenticar, consolidar, purificar, convertir: en una palabra para salvar.
Sin embargo, todas las experiencias necesitan este proceso de purificación. El educador, por tanto, se pone al lado de los jóvenes para activar este proceso. En esto sabe que es un colaborador de Dios. El proceso educativo tiene lugar en un clima de confianza en los jóvenes que no está libre de momentos de incomprensión y tensión, pero que a la larga crea una relación de aprecio recíproco, de aceptación y confianza entre jóvenes y educadores.
Todo lo que se le ha dicho a un joven sobre la presencia de Dios en la historia personal y colectiva, es necesario que logre vivirlo en su relación educativa. Vivir la espiritualidad salesiana significa reconocer la presencia de Dios en los educadores: a pesar de todas las carencias, son un "sacramento" de encuentro con Dios para los jóvenes, son destello de espiritualidad. Así como el adulto tiene que tiene una profunda confianza y arraigo en Dios y reconoce que, como dijo Don Bosco, "en cada joven, incluso el más desafortunado hay algo de bueno" para iniciar un camino de bienvenida y educación, cada joven considera al adulto educador como lugar de la memoria histórica, cultural y religiosa, de la cual tiene mucho que aprender.
La acogida salesiana no es una declaración de principio, sino una forma de vida con los jóvenes: es empaparse en la condición de los jóvenes, en sus problemas, en sus inquietudes, en su ansiedad, en sus aspiraciones, en sus experiencias reales, en sus lugares de encuentro, en sus lenguajes expresivos.
Considerada como una de las características más notables del estilo salesiano, esta manera de acoger a los jóvenes es aquello del "ven y verás" evangélico. Es una bienvenida activa y dinámica: no se contenta con esperar a que vengan los jóvenes, sino que va a buscarlos. Es una bienvenida que se convierte en una presencia amable y continua que comparte todo con los jóvenes: estar con ellos, hablar con ellos, "perder el tiempo" con ellos.
El "patio" es una figura salesiana clásica de esta disponibilidad cotidiana para recibir a los jóvenes. Y la ''asistencia", otra característica típica del salesiano, es esta continua presencia amiga, simpática, dialogante, amorosa y solidaria, animadora y movilizadora. Esto implica "cuidar el contacto personal con los jóvenes para despertar en cada uno de ellos la necesidad y la búsqueda de valores, desde la escucha y el acompañamiento.
La presencia educativa salesiana no es solo la acogida sino también la animación que caracteriza todo el recorrido educativo. La animación, en la espiritualidad salesiana, es el estilo que caracteriza el quehacer educativo, es una "cualidad" que debe dar sabor a todo el camino de la educación, la socialización, el desarrollo de habilidades y saberes para la vida.
¿Qué cualifica la animación? Animamos cuando permitimos que los individuos participen activamente en la gestión de los procesos educativos en los que están inmersos, para que puedan desarrollar sus características específicas, su personalidad y, al mismo tiempo, asimilar en forma creativa y crítica, la experiencia acumulada en la sociedad.
La elección por la animación implica un delicado trabajo de ejercicio de la libertad para que las decisiones estén motivadas interiormente, el cuidado de las formas de interrelación y del diálogo (reciprocidad, escucha, comunicación), y el recurrir al espíritu de familia en sus diversas expresiones de bondad y de servicio.
La animación no es para imponer itinerarios o programas, sino para garantizar que florezcan los talentos del otro, que sean capaces de elecciones autónomas, impulsos creativos, un sentido de responsabilidad personal y corresponsabilidad hacia toda la comunidad. Involucra a todos y a toda la comunidad con la mejora de las funciones y los dones personales.
El animador salesiano encuentra la motivación más profunda de estar con los jóvenes y de educarlos, en una persona que llena su vida, Cristo resucitado. Quiere educar a los jóvenes hasta el punto de poder contar su experiencia de fe, la experiencia de Dios que ha transformado su vida desde adentro, hasta el punto de decir que, a pesar de todo, la vida es una fiesta.
Él sabe que misteriosamente cada hombre se encuentra con Dios cuando vive su vida con dignidad y lo acoge como un misterio que lo supera. Sin embargo, siente profundamente la ansiedad de compartir con los jóvenes las "buenas noticias" de Cristo resucitado y del Reino de Dios, porque es decisivo que cada joven pueda ser consciente de la construcción de su persona a la luz del plan de Dios.
Sin embargo, él sabe que no siempre es fácil y posible hablar de Jesús. Por eso, el animador vive constantemente el discernimiento pastoral sobre el anuncio explícito de Jesús a la diversidad de jóvenes, a veces desilusionados, a veces desconfiados, otras veces indiferentes. ¿Cómo hacerlo pues?
Encontramos la respuesta en una historia.
Se le pidió a un rabino, cuyo abuelo había estado en la famosa escuela de Baalschem, que explicara cómo contar una historia. "Una historia, dijo, debe ser contada de tal manera que pueda ayudar". Y relató: "Mi abuelo era paralítico. Un día se le pidió que contara algo de su maestro; el abuelo comenzó a decir cómo el santo Baalschem rezaba, saltaba, bailaba… Mi abuelo se puso de pie y contó. La historia lo transportaba tanto a aquellos momentos que sentía la necesidad de mostrarlo cómo lo hacía el maestro, saltando y bailando también, y así, después de una hora, fue sanado. Esa es la forma de contar las historias".
Este texto ayuda a responder a la pregunta inicial: sólo hay una manera de hablar de Jesús Señor de la vida: hablar de Dios haciendo bailar a los lisiados, anunciar el Reino de Dios como lo hizo Jesús, curando al paralítico, dando vista a los ciegos, devolviendo la vida a su amigo Lázaro y al hijo de la viuda de Naim.
Solo hay una manera de hablarle a los jóvenes sobre la gran noticia que cada cristiano trae y lo hace feliz: hacer milagros. Don Bosco lo había comprendido profundamente y obró milagros cotidianos con sus jóvenes y para sus jóvenes: quererlos, acompañarlos, sufrir y reír con ellos, estar presente… Así les contó a los jóvenes, mientras daba su vida por ellos, la gran historia del Señor de la vida. ¿Hay alguna otra forma seria de anunciarlo?