Para despedir el mes de septiembre, Mauxi se propuso reflexionar sobre la diversidad. Para ello contamos con la participación de Fede Lombardero, Nacho Escudero y Seba Ferreyra.
Iglesia implica comunidad, que acoge y acompaña. Pero… ¿de qué forma se está acompañando? ¿Se acompaña a todos por igual?
Jesús fue al encuentro de todos, nos invita y quiere a todos. ¿Por qué a veces, como comunidad, nos cuesta aceptar distintas y diversas formas de amar? El amor entendido como algo inagotable y puro. El amor en su forma más pura no debería ser encasillado, es una sensación que muta, fluye, se re inventa constantemente y en la diversidad se encuentra esa pureza.
Dios nos ama con todo lo que somos y nos invita a hacer lo mismo con el que tenemos al lado. Demos el Paso como iglesia, seamos tierra fértil donde plantar la semilla de una comunidad en la cual todos se sientan bienvenidos.
Rota, aburrida, lento, equilibrada, desbordado, sin techo, paralizada por el miedo, radiante, inundado por la frustración, enamorado, necesitada, contradictorio... No quiero entenderte, ni preguntarte, no es mi intención valorar, ni justificar. Ahora, me queda aceptar que sos y si te da, que aceptes quién soy (a veces ni yo puedo). Por mis características me alejás, me aislás, mirás raro. Y sí, a la vista está que tenemos nuestros matices, pero no por eso soy peligroso, ni una amenaza para vos. Si ves más allá de cómo crees que soy, quizás me ves a mi y por ahí nos encontramos. Quién te dice, a lo mejor te descubro y me reconozco.
El año pasado la Congregación Salesiana, por medio del Dicasterio de Pastoral Juvenil, propuso para los salesianos religiosos y laicos del mundo iniciar un camino de reflexión en torno a la educación en el amor y el acompañamiento de la diversidad sexual. Es sin duda un desafío y una necesidad de nuestro tiempo, al que creo con sinceridad que como Iglesia llegamos un poco tarde, pero que decididamente nos pone en marcha hacia la reflexión seria, con el impulso creativo y fiel del Espíritu Santo, de la realidad de nuestro tiempo.
Hay una realidad ineludible. Todos y todas desplegamos la vida con luces y sombras, y esa es nuestra verdad. Verdad que solo se reconoce y madura en el encuentro con los demás y con nuestro Dios. Cada persona es un don y su vida, sus luchas y sus límites son parte de la experiencia de sabernos necesitados unos de otros. La vida del otro es escuela de humanidad, recibirla, acogerla con sencilles y humildad es lo único que podemos hacer con los demás y esperar que hagan con cada uno de nosotros. Eso es lo esencialmente humano: un ser que necesita y cuya necesidad solo encuentra respuesta en los otros y Dios.
Muchas veces, obsesionados con el pecado ajeno y de modo particular el relacionado a lo sexual, no hacemos más que daño, instaurando dinámicas de división y exclusión, que sumergen a los hermanos y hermanas en la soledad y la desesperanza. No desfiguremos aquello que somos poniendo una sombra de muerte sobre los demás, sino que vivamos la alegría del encuentro, de acompañarnos, de sabernos compañeros de un mismo camino, conducidos y llamados a un don que nos trasciende, la comunión.
Releyendo la última Carta Encíclica del Papa Francisco, Frattelli Tutti, sobre la fraternidad humana y la amistad social, encontré la actitud para asumir el diálogo que necesita nuestro tiempo y sobre todo como creo necesitamos mirarnos frente a la reflexión y la actitud que se despierta cuando asumimos como cristianos la realidad de la diversidad sexual. La actitud cristiana que hunde sus raíces en el Evangelio de Jesús es la de aquel samaritano que se hace prójimo, saltando barreras sociales, prejuicios y actitudes deshumanas, que conducen al enfrentamiento, la división y no a la comunión en el amor. Solo quien ama evangélicamente es capaz de saltar cualquier barrera para hacerse prójimo. El amor es en definitiva el criterio de verificación de la actitud verdaderamente cristiana, él articula y ordena toda la vida del creyente. Por esto mismo, no hay espacio para actitudes movidas por otras fuerzas, porque eso es lo auténticamente humano y querido por Dios.
El Papa Francisco nos invita a recomenzar desde la esencia fraterna de la Iglesia. En vez de acentuar odios y resentimientos, desde el icono del buen samaritano, nos llama a «ser constantes e incansables en la labor de incluir e integrar, de levantar al caído; aunque muchas veces nos veamos inmersos y condenados a repetir la lógica de los violentos» (FT, 77). Necesitamos mirar más el ejemplo del samaritano que atravesó todas las barreras culturales e históricas para hacerse cercano y presente al hermano (cf. FT, 80). El amar nos coloca como personas en un dinamismo universal capaz de traspasar todos los prejuicios, todas las berreras históricas o culturales, todos los intereses mezquinos (cf. FT 83) que nos alejan del “prójimo”, del herido, de aquellos que yacen en el borde del camino, muchas veces despreciados, ignorados, por tantos otros.
Ya en una entrevista realizada en el 2013, el Papa Francisco decía: «La religión tiene el derecho de expresar sus propias opiniones al servicio de las personas, pero Dios en la creación nos ha hecho libres: no es posible una injerencia espiritual en la vida personal». La actitud eclesial a cultivar es la del servicio, la del samaritano. Frente a la realidad de la diversidad sexual, de lo experimenta cada persona frente a su propio cuerpo, su modo de percibirse, de comprender sus impulsos, de buscar construirse y relacionarse y en definitiva de ser en el mundo, la actitud cristiana es estar al servicio, acercarse, sanar las heridas y servir en cada camino de realización. La Iglesia debería verse a sí misma como «un hospital de campaña tras una batalla», en busca de sanar las heridas y no obsesionarse «por transmitir de modo desestructurado un conjunto de doctrinas para imponerlas insistentemente». Francisco es claro y devuelve a la actitud cristiana frente a los planteos sexuales de nuestro tiempo, la mirada, y los gestos de Jesús, demasiadas veces oscurecidos, por el apuro para juzgar y condenar.
El «quién soy yo para juzgar» de Papa Francisco, no podemos comprenderlo como un desentenderse del tema, sino todo lo contrario. Hace referencia ante todo a que el otro es persona humana y no se define por una u otra orientación sexual, por un modo de percibirse o de percibir el mundo. La dignidad humana regalada por Dios y el llamado universal a la santidad y salvación es para todos y todas y por ello el respeto y la acogida es el modo cristiano de ubicarnos delante de toda persona. Asumamos como cristianos el don de la fraternidad y de la comunión y «dejemos a Dios ser Dios». Podemos repetirnos en oración Cuando nos salga la crítica, ¿Quién soy yo para juzgar? cuando queramos señalar el pecado ajeno, ¿Quién soy yo para juzgar? Cuando nuestros actos dividan, discriminen o excluyan, ¿Quién soy yo para juzgar? Cuando nuestra vida tienda a ser una elite de perfectos, ¿Quién soy yo para juzgar? Cuando nuestra imagen de Dios no sea la del Evangelio, ¿Quién soy yo para juzgar? Cuando se instale el odio y el rechazo, ¿Quién soy yo para juzgar? Cuando levantes la mano para tirar la primera piedra, ¿Quién soy yo para juzgar? Cuando mires de lejos con miedo indiferente, ¿Quién soy yo para juzgar? P. Sebastián Ferreyra sdb