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La vocación: compartir felicidad

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Caminando junto a los jóvenes
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Espiritualidad Juvenil Salesiana
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Todo hombre está hambriento de alegría y felicidad

J. Moltmann

La propuesta salesiana pretende ser una propuesta tejida de felicidad: un ambiente es salesiano si los jóvenes, a pesar de los pequeños problemas y malentendidos de cada día, se sienten impulsados ​​a apasionarse por la vida. No hay miedo a la felicidad: la acumulación de alegría, de fiesta, de una experiencia fascinante de comunidad, de amistad entre educadores y jóvenes conducirá, lentamente, a preguntas como: ¿qué hago con la felicidad que estoy viviendo? ¿Puedo vivir sin ampliar el "círculo de la fiesta" en la que estoy involucrado?

Aquellos que son felices verdaderamente no tienen miedo de jugar sus vidas por una gran causa, por algo valioso.

De la experiencia de felicidad a la vida como una «misión»

Esta es la elección de Don Bosco que recorre las calles de Turín en los años 1840/41 y participa en el sufrimiento de los pequeños aprendices abandonados y explotados por todos.

Frente a esos muchachos Don Bosco decide ensanchar el círculo de la felicidad y dedicarle su vida: hace de su vida una "misión". Él no se siente sacrificado a los jóvenes. Él no se siente perdido. Muchos años después, ya viejo, cuando los médicos digan de él que es como un vestido gastado, que debe quedarse a un lado, Don Bosco se siente feliz, porque sabe que ha hecho felices a miles de jóvenes

La espiritualidad salesiana piensa en la vida como una misión e insta a cada joven a encontrar algo por lo que valga la pena vivir.

La vocación: compartir felicidad

La vida como vocación

Don Bosco no solo fue un gran trabajador y un gran filántropo (así se decía de aquellos que manifestaron un gran interés en los problemas del hombre), sino también y sobre todo un hombre de Dios, un hombre que en todo lo que hizo se sintió inspirado por Dios y completamente dedicado a la causa de su Reino. Vivió para "salvar a los jóvenes", para mostrarles el camino de Dios: sintió su vida como una "vocación": Dios lo llamó para dar su vida por los jóvenes:

"No dio ningún paso, no dijo una palabra, no le puso la mano empresa que no apuntó a la salvación de la juventud"

Don miguel Rua

El rasgo característico de la espiritualidad salesiana es pensar en la propia responsabilidad en el grupo, en la familia, en la escuela y en el trabajo como una "vocación": es decir, lugares a los que Dios llama y el hombre responde. La misión se convierte en vocación.

La vocación no es una voz sutil de la conciencia, sino una vocación "sacramental": Dios se hace presente en las situaciones de la vida, a través de las mediaciones que provienen de las personas con las que vivimos, a través de los mensajes que provienen de todos lados. En todas los acontecimientos vemos una misteriosa solicitud para unificar nuestra existencia dentro de una elección: "Vivo para trabajar por el Reino de Dios".

La elección del Reino se diversifica, entonces, según los dones y los estímulos particulares que Dios ofrece a todos. No hablamos solamente de la vocación de los sacerdotes y las monjas. El matrimonio es una vocación, ser padre y madre, ser sindicalista, enseñar, crear, cuidar... Para todos es Dios quien llama. La espiritualidad salesiana crea un ambiente donde los mensajes y estímulos invitan a todos a realizar el llamado y elaborar con calma y con decisión una respuesta.

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El sentido del trabajo

La elección de amar Don Bosco la tradujo en algo concreto: "trabajo por los jóvenes". Don Bosco fue un trabajador formidable. A sus colaboradores les repitió: «Ánimo ... Descansaremos en el Paraíso».

¿Por qué tanto amor al trabajo? Don Bosco nació agricultor y de la tierra aprendió que no es suficiente tener buenos ideales, que uno debe trabajar duro para obtener buenas cosechas y vino. Pero la razón de su gran trabajo no proviene solo de aquí. Vio en persona la situación de los jóvenes de su época y decidió con gran lucidez que su forma de encontrar y experimentar la felicidad era entregarse totalmente a ellos. Desde entonces, nunca dejó de trabajar.

El apego al trabajo tiene una dimensión claramente religiosa en la espiritualidad salesiana, casi sacramental. Alguien escribió que para Don Bosco el trabajo era "el octavo Sacramento". La respuesta al llamado de Dios en Cristo ciertamente se da con toda la vida, pero se expresa en el trabajo, el compromiso y la actividad con particular intensidad. El trabajo es un lugar de experiencia de Dios, es un instrumento para realizar el Reino de Dios, que no debe esperarse pasivamente, sino que debe construirse día a día animado por el Espíritu de Dios. Por lo tanto, el trabajo surge de la conciencia de que el Reino de Dios está presente en la historia y con el anhelo de ampliar sus fronteras.

Don Bosco dio su vida por los jóvenes, pero no vivió para trabajar: vivió para estar con los jóvenes, para ser feliz con ellos. Pero entendió que no tenía sentido estar con ellos si no les daba un trabajo, una casa, una familia. Para Don Bosco, el trabajo no era el objetivo: el objetivo era amar a los jóvenes.

Hoy trabajamos con un concepto diferente. Para algunos, es solo el precio a pagar por dinero y tiempo libre. En muchos casos no es un lugar donde se realiza la persona. Hay mucha insatisfacción en el trabajo. ¿Qué decir en términos de espiritualidad? Don Bosco enseñó a los jóvenes a ser ciudadanos honestos, a trabajar con pasión, a ser respetados. Esto es urgente hoy también. La construcción de una sociedad integrada y pacífica requiere que todos piensen en la vida como un compromiso con una causa y piensen en la vida, incluido el trabajo, como un lugar en el que realizar su misión.

La espiritualidad salesiana no es la espiritualidad del tiempo libre, sino una espiritualidad de toda la vida, incluido el trabajo.

La vida "dura" del cristiano: tomar la cruz

No se puede hacer poesía sobre la vida y la vocación olvidando que para construir el Reino de Dios hay dificultades que superar o asumir. Hay grandes focos de resistencia contra el Reino: dentro y fuera de nosotros.

El sufrimiento es constitutivo de la vida comprometida con el Reino. El cristiano no va a buscar el sufrimiento. Le basta aquellos propios que implica la vida cotidiana y aquellos que encuentra al llevar a cabo su proyecto de liberación. El llamado es a la fiesta, pero no nos desalentamos ni rechazamos las posibles amarguras a causa del Reino.

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Concretamente, la cruz se manifiesta en una actividad intensa y en la capacidad de trabajar duro y estudiar con dedicación; en un estilo de vida sencillo, austero, lo menos permeable al consumismo posible; en un fuerte sentido del deber diario; en el pensar la vida no como "la vida es mía y la manejo", sino como una búsqueda continua de la voluntad de Dios a través del encuentro con el necesitado, con la comunidad, con la palabra de Dios, con los profetas de nuestro tiempo.

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