La vocación: compartir felicidad
agosto 23, 2018La vida, lugar donde hacer experiencia de Dios
agosto 25, 2018
Frente a las necesidades de los muchachos de su época, especialmente los más pobres, Don Bosco quiso dar una respuesta. Deseaba hacerles experimentar que Dios los amaba, que Jesús era el amigo que precisaban para su vida.
Así comenzó una historia que nació en un lugar concreto: el Oratorio de Valdocco. Los jóvenes que llegaban a Valdocco se sentían envueltos en un ambiente de espontaneidad, alegría y fiesta, que brotaba de las relaciones que Don Bosco y sus colaboradores establecían con los muchachos.
Don Bosco invitó a muchos para participar en su misión: especialmente a María Mazzarello, fundadora de las Hijas de María Auxiliadora. Y también a muchos otros, jóvenes llenos de entusiasmo y amor a Dios como él.
Hoy los invitados somos nosotros. Pero los tiempos cambian; no basta con decir y hacer igual que él. Por eso buscamos las características fundamentales del corazón de Don Bosco, para poder imitarlo desde dentro, desde lo que él es en lo más hondo. Y después, movidos por los mismos sentimientos y valores que él tenía, tener las actitudes y gestos concretos que Don Bosco tendría hoy.
El resultado de esta búsqueda es lo que llamamos:
Espiritualidad Juvenil Salesiana
Esta espiritualidad se puede sintetizar de modo sencillo: vivir siempre alegre, con Cristo, en la Iglesia para el bien la sociedad, especialmente para los jóvenes más pobres
Lo cotidiano
se vive en la presencia de Dios. La vida es el lugar de la respuesta de la vocación humana, cristiana y religiosa. La disciplina y el sentido del deber entrenan en la templanza de la madurez espiritual. La presencia cercana y viva de Dios se contempla en la sencillez de lo cotidiano, como María, que conservaba todo en su corazón (Lc 2, 53).
La alegría y el optimismo
brotan en quien se reconoce en el camino de las bienaventuranzas. El clima sereno y familiar alimenta la reciprocidad. Vivir en la Gracia de Dios permite, como María, cantar la alegría y la justicia del Señor (Lc 1,46-55).
La persona de Cristo
impregna la vida con su Palabra, su Cuerpo y su Sangre. Cristo, amigo, alimento y perdón, mantiene vigilante el corazón para cuidar el tesoro encontrado: la gracia de Dios. Con el testimonio de María, la persona aprende a escuchar a Cristo y a celebrar el tiempo de Dios (cf. Jn 2, 1-5).
El sentido de la Iglesia
se vive en la comunión, en el servicio evangelizador y la celebración de la fe. Al lado de la Virgen, como Juan (cf. Jn 19, 26-27), la persona acepta los encargos de Dios para servir a los demás.
El ardor de la caridad educativa
motiva al servicio de la sociedad desde el Evangelio. Como María que al saber de la situación de Isabel va presurosa a servirla y a llenarla de la alegría del Señor (cf. Lc 1,39-45), así la persona sabe ir al encuentro de este mundo para descubrir en cada circunstancia los gemidos del Espíritu.
En conclusión, siempre alegres, con Cristo, en la Iglesia para el Mundo, como María.