Reconocer que el único camino de liberación para todo el mundo es el camino del servicio. Eso nos enseñó Jesús con su propio camino.
Iniciamos con la señal de la cruz.
Mientras dos integrantes ingresan portando un zapato, una palangana con agua y una toalla, cantamos “Sé como el grano de trigo”
El Animador dirá unas palabras como estas:
Recibimos estos objetos que nos van a ayudar a comprender y a encarnar en nuestra vida el camino de servicio seguido por Jesús.
El Animador anuncia:
La idea central que reflexionaremos hoy es
EL CAMINO DE JESÚS ES EL CAMINO DEL SERVICIO, NO EL CAMINO DE LA DOMINACIÓN
Jesús es nuestro camino. El que no camina por sus huellas, no hace el camino del Reino. Pero ese camino comienza dentro de nosotros mismos y se va concretando en nuestras obras, en nuestras relaciones dentro de la familia, en la comunidad, en el trabajo, en el gobierno de ciudades y naciones.
El único camino de liberación para todo el mundo es el camino del servicio. Eso nos enseñó Jesús con su propio camino.
Y pone un cartel con esta idea sobre el camino.
Antes de la proclamación de la Palabra se invita a cantar: “El alfarero”
El Animador dirá: Preparemos nuestro corazón haciendo el gesto de Jesús. Las personas mayores que están entre nosotros van a sentarse al frente y, quienes deseen, les lavarán los pies.
Mientras se repite el gesto de Jesús en la comunidad un lector leerá en voz alta: Juan 13, 1-21
Después del gesto del lavado de pies, se presenta el zapato como símbolo de todo lo que oprime a las personas y se lee: Marcos 10, 35-45
Luego, el Animador invita a reconstruir entre todos los dos relatos y pregunta ¿Cuál es la enseñanza fundamental de Jesús en estos dos textos?
El Animador invita a los participantes a contar hechos de servicio que se están realizando en la comunidad.
- ¿En qué gestos concretos esta comunidad sigue el camino del servicio que nos trazó Jesús?
- ¿Qué dicen algunas personas para no ponerse al servicio de los demás?
El animador deja que se expresen y compartan sus experiencias.
Posteriormente presenta el texto anexo e invita a leerlo y comentar los puntos más llamativos.
Y se invita a decir más intenciones.
¿Qué hemos aprendido hoy del camino de Jesús?
Dibujemos nuestras manos en un papel, poniéndonos al servicio de quienes nos necesitan y comprometiéndonos a participar de la comunidad y de las acciones de solidaridad que se realizan en nuestro entorno.
Para despedirse se invita a darse unos a otros el abrazo de la paz.
Hay una forma de encarar el servicio, de modo muy sincero y altruista, que consiste en considerar al otro (especialmente al que más me necesita, al más pobre, a mi «prójimo») como digno de la mayor atención, y por tanto, digno de mi servicio. Es más, se trata de llegar a considerar al otro como más importante que yo mismo, y por tanto, merecedor de serle dedicado mi tiempo, mi esfuerzo, mi cariño, mi vida. Esto es verdadero servicio, y solo así podrá ser un servicio liberador.
Es verdad también que en todo esto necesito la fuerza de voluntad para poder contrarrestar las tendencias internas y estructurales que me impulsan a la indiferencia y a la pasividad, y al encerrarme en mí mismo. Sin embargo, el problema aparece cuando asumo el servicio de manera voluntarista, como una obligación ética que me exige sacrificarme por los que me necesitan. Es un problema, porque la mera fuerza de voluntad tiene sus límites, se va agotando, le pesa el cansancio, y siente la tentación de buscar un acomodo.
En esa situación de agotamiento de la propia fuerza de voluntad es que saltan cuestionamientos que vienen desde lo más profundo de uno mismo. ¡Se me terminó la paciencia y no banco más! ¿Por qué tengo que respetar el ritmo de los demás, sino respetan el mío? ¿Para qué tanto trabajar si no hay respuesta, si no se ven los frutos? ¡El esfuerzo que hago es desproporcionado! ¡Me usan! ¡Quiero ser servicial y se aprovechan! ¡Lo justo sería que yo trabaje lo mismo que los demás! Me voy haciendo viejo, soy menos romántico y menos ingenuo, ¿no me habré equivocado de camino'? ¿No será mejor ser más «normal», como «todo el mundo», y pensar más en mí mismo?
El servicio así vivido es un esfuerzo constante, un sacrificio, una negación de sí mismo.
Es en función de los demás, cierto, pero no deja de ser una negación de sí mismo. Por eso agota. Y una vez terminado el entusiasmo inicial, el cansancio lleva a una amargura frustrante. El servicio que se apoya fundamentalmente en un «deber», por verdadero que éste sea, se apoya en las propias fuerzas, y a la larga es un servicio que aniquila al servidor. Un servicio que se vive únicamente como un «dar» y un «darse», frustra.
Pero hay otra forma de vivir el servicio. Nace del mismo Evangelio y por eso es impulsada por el Espíritu Santo.
Cuando Jesús, en su última cena, quiere dejarles su «testamento» a sus discípulos, realiza el lavado de pies como signo de la actitud evangélica que debe guiar la relación con el prójimo: el servicio. Y añade; "mi mandamiento es este: que se amen unos a otros como yo los amo a ustedes" (Jn 15,12), El servicio se constituye así en el termómetro del verdadero amor. El servicio a los demás hasta la entrega de la propia vida, es un mandato inapelable de Jesús, es el criterio del Juicio, es el elemento central de discernimiento del actuar del verdadero discípulo de Cristo.
Sin embargo, Jesús acababa de decir: "todo esto se los digo para que participen de mi alegría y sean plenamente felices” (Jn 15,11). Y esa es la clave del llamado que Jesús nos hace a cada uno de nosotros para seguirlo: que alcancemos la plena felicidad.
El mandato del servicio y la entrega personal hasta dar la vida, es muy claro y terminante. Sin embargo no surge por la necesidad de «cumplir» con una obligación ética, ni por obedecer la arbitraria voluntad de alguien superior, sino que se trata de seguir el camino de la felicidad. Dios no nos quiere como «servidores» ("ya no los llamo servidores" sino amigos" Jn 15,15), no nos llama en primer lugar para que «hagamos cosas buenas», ni para que «construyamos su reino», ni para que «instauremos la justicia», sino que nos llama a ser felices. Lo único, absolutamente lo único que quiere Dios, es nuestra propia felicidad y por eso nos da lo mejor que tiene: su amor compañero: el Espíritu; y su camino: el servicio al prójimo.
“Igual se siente el cansancio". Cierto, pero no amarga. Porque lo primero que busco en el servicio no son los resultados sino el servicio mismo. El servicio deja de ser un sacrificio, una negación de mi mismo en favor del otro. Por el contrario, el servicio se convierte en una alegría, en un encontrarme conmigo mismo, en un descubrir fuerzas, carismas y potencias que yo mismo desconocía en mi. Servir no es tanto «dar la vida» como el «encontrarla» (cfr. Lc 9,23-26).
Por P. Javier Galdona