El Oratorio de Don Bosco es una experiencia genial para los jóvenes.
Aquí podrás encontrar ocho indicadores que te servirán para soñar con esperanza el oratorio.
El oratorio como Don Bosco lo ha vivido y lo ha enseñado no está constituido por estructuras: es ante todo una disposición espiritual y psicológica de la cual emanan el entusiasmo, paciencia, constancia...
Para hacer “Oratorio” se requiere una dedicación total, sin romanticismos, es algo que compromete toda la persona.
En el Sistema Preventivo, Don Bosco escribe: “el educador es un individuo consagrado al bien de sus alumnos, por eso, debe estar pronto a afrontar toda molestia, todo cansancio, para conseguir su fin que es la educación civil, moral, científica y religiosa de sus alumnos”. Quizás se le debería dar más peso a la palabra “consagrado” en la elección y en la formación de tantos animadores.
“Mi vida es estar con ustedes”, repetía D. Bosco; sin embargo, sabemos cuánto sacrificio, cuánto cansancio le ha costado todo esto en ciertos momentos. Es así para todo educador que no trabaja para sí mismo ni para su prestigio personal, pero que ama con todo el corazón a sus gurises.
¡El Oratorio era el corazón de Don Bosco! Hoy, el oratorio es el corazón de cuantos saben darse con la misma generosidad que él, “hasta el último aliento”. Y aquí, en esta pasión educativa por los jóvenes, en una vida jugada en función de su realización humana y cristiana, en este darse gozoso sin cálculos, está el secreto del oratorio de ayer y de hoy.
Es mirando a Valdocco que queremos evidenciar algunos elementos “perennes “que nos ayuden en el hoy, para que aquella “ansia de oratorio” que estalló hace 150 años, continúe contagiando a muchos, “para el bien de la juventud en peligro”.
¡EL ORATORIO ESTÁ EN TÍ: ERES TÚ!
“L'amorevolezza” sinónimo de caridad y de afecto, es el centro de todo. Se traduce en expresiones de confianza y de familiaridad, en el aprecio de las cosas que aman los jóvenes y de sus justas peticiones.
Un amor que se expresa así, si es percibido, ahuyenta todo obstáculo y constituye un canal privilegiado para las propuestas de valores y para la educación, porque habla el lenguaje del corazón y conquista los corazones de los jóvenes.
Como Don Bosco, el animador va a buscar a sus muchachos, conoce su historia y sus cualidades, los entretiene con alegría, sabe hacérselos amigos. Elige a los que tiene mayores posibilidades de riesgo, habla con ellos con frecuencia, no los abandona; tiene un cuidado personal de cada uno.
“Es necesario que los jóvenes no sólo sean amados, sino que ellos mismos se den cuenta de que son amados... Quien quiere ser amado, es necesario que haga ver que ama... Quien sabe que es amado, ama; y quien es amado o obtiene todo especialmente de los jóvenes”
“Cuando llegamos a la puerta, antes de atravesar el patio, Don Bosco gritó fuerte:
- Madre, ven un poco aquí, ven a ver quién ha llegado.
Gritó así, haciendo fiesta, como cuando llega un pariente o un hijo... Desde aquel momento, el oratorio fue mi casa y Don Bosco, mi padre.”
La persona del muchacho recibida y amada como el es y por lo que es, con sus límites, con sus potencialidades y es valorada. El saludo, el diálogo cordial, el compartir el juego y los problemas de cada día, la capacidad de escucha, la disponibilidad paciente: son condiciones en las que se concretiza un recibimiento amistoso.
Para recibir, hay que estar presente: la asistencia salesiana hecha de presencia significativa y educativa, especialmente en los momentos de recreo:“El maestro que sólo se lo ve en la cátedra, es maestro y nada más; pero si va al patio con los alumnos es un hermano. Si a uno se lo ve sólo predicar desde el púlpito, se dirá que hace ni más ni menos que su deber, pero si dice una palabra en el recreo, es la palabra de uno que ama”.
Es la misma presencia del educador/a la que asegura el clima hecho de respeto de las cosas de las personas, de cordialidad y de progresiva integración. Si no es ambiente educativo, el oratorio es una casa de acogida sólo de palabra y muchas veces no lo es, justamente porque faltan las figuras de referencia que “como padres amorosos hablen, sirvan de guía en los acontecimientos, den consejos y corrijan con cariño”.
Cada una de estas palabras es un elemento importante para construir “el clima”.
Don Bosco, no fue sólo un organizador, sino el que conocía a los jóvenes personalmente y sabía hablar al corazón. Los colaboradores, adultos y jóvenes, eran elegidos con cuidado por sus dotes personales, la madurez humana y el nivel de ejemplaridad y de vida espiritual: enriquecían el ambiente con su presencia significativa y amigable. Cada uno de ellos era un “pequeño Don Bosco” entre los compañeros, en la calle y en los juegos...
Un ambiente educativo es el primer paso para una buena educación. Habla a los jóvenes por una multiplicidad de lenguajes y entra “por la piel”.
Podríamos decir que el oratorio es un genial instrumento de comunicación global: basta integrarse para ser envueltos y percibir los valores traducidos en experiencias formativas, en un estilo de vida y de relación. El ambiente llega a ser un fascinante y envolvente método de formación humana y cristiana: los mensajes propiamente religiosos y los humanos de ciudadanía, de moralidad, de sociabilidad, se entrecruzan y se integran.
Los jóvenes no son tratados como simples destinatarios de las iniciativas propuestas por los educadores. Don Bosco sabe que los jóvenes son los mejores educadores de sus compañeros, por esto desde la iglesia al patio, desde la formación a la expresión, están todos envueltos en una misma experiencia de la que son corresponsables: juegos para todas las edades, habilidades físicas, roles diversificados en la oración, etc.
En el camino de la integración no se quiere excluir a ninguno, se adapta a la capacidad de cada uno y lleva a los más dotados a una creciente tensión misionera y espiritual.
Cuando Don Bosco encontraba un grupo de jóvenes, en su mente aparecía un plan en tres tiempos:
Es la consecuencia del espíritu de familia, que se respiraba en el oratorio: si se está en familia, todos tiene el derecho-deber de dar una mano.
Responsabilizar, significa ayudar al joven a asumir poco a poco su rol en la sociedad, a la que aportar aquellos valores participados y vividos en el oratorio.
Concretamente, esto comporta:
Los jóvenes no son tratados como simples destinatarios de las iniciativas propuestas por los educadores. Don Bosco sabe que los jóvenes son los mejores educadores de sus compañeros, por esto desde la iglesia al patio, desde la formación a la expresión, están todos envueltos en una misma experiencia de la que son corresponsables: juegos para todas las edades, habilidades físicas, roles diversificados en la oración, etc.
En el camino de la integración no se quiere excluir a ninguno, se adapta a la capacidad de cada uno y lleva a los más dotados a una creciente tensión misionera y espiritual.
Cuando Don Bosco encontraba un grupo de jóvenes, en su mente aparecía un plan en tres tiempos:
Es la consecuencia del espíritu de familia, que se respiraba en el oratorio: si se está en familia, todos tiene el derecho-deber de dar una mano.
Responsabilizar, significa ayudar al joven a asumir poco a poco su rol en la sociedad, a la que aportar aquellos valores participados y vividos en el oratorio.
Concretamente, esto comporta:
El carácter popular y misionero del oratorio, de Don Bosco, forma un espacio de convocación juvenil desde los primeros tiempos; el oratorio se ha caracterizado siempre por una pedagogía de grupos.
Don Bosco, ha obtenido resultados estupendos con una presencia personal, continua y directa, con el aporte de tantos colaboradores, la subdivisión ordenada de los quehaceres y de los roles y la promoción de un ambiente de propuesta...
Pero una de las estrategias más eficaces ha sido la creación de grupos y de asociaciones, que le han permitido ofrecer continuos, cualificados y mayores estímulos de crecimiento a los más receptivos y al mismo tiempo, encontrar, colaboración eficaz.
Las “Compañías” eran grupos en los que circulaban propuestas educativas en los que daban garantía de empeño y de eficaz inserción apostólica en el ambiente. En este equilibrio entre cuidar de la gran masa y la atención a la formación de pequeños grupos escogidos, (y al muchacho en particular) está uno de los secretos más preciados de su pedagogía.
Toda la obra de D. Bosco demuestra una gran preocupación por “la salvación” de los jóvenes”. Es el corazón y la finalidad principal que sostiene toda su acción, por la cual “se forma a sí mismo, se realiza a sí mismo, y se lanza a la batalla porque se siente dentro del plan de Dios Salvador.”
Para Don Bosco, evangelizar, significa:
Construir un ambiente en el cual hablar de Dios, hacer propuestas religiosas y de trabajo apostólico, y esto sea percibido por los jóvenes, como fidelidad a una identidad irrenunciable.
En Valdocco los jóvenes aprendían a conjugar al mismo tiempo los verbos “jugar, estudiar, y rezar”. Don Bosco les presentaba una santidad fácil, alegre, y a la puerta de todos: hacer bien los propios deberes de estudiante (o trabajador) y de buen cristiano.
La vida de todos los días con todas las obligaciones, era el lugar en que tenían que demostrar que eran cristianos.
Encaminar a los jóvenes hacia la oración y los sacramentos: dentro de la atmósfera del oratorio rica de presencia de Dios, nacía la invitación oferta de momentos de oración de catequesis. “Se pasaba del patio a la Capilla, del juego a la oración con naturalidad y con la misma naturalidad se volvía al ambiente de estudio. Todo esto, era hacer el propio deber, como enseñaba Don Bosco”, recuerdan algunos alumnos de los primeros tiempos.
“La confesión y la comunión frecuentes, la misa de todos los días, son las columnas que deben sostener un edificio educativo, del que se quiere tener lejos la amenaza de la castigo” (Sistema Preventivo).
Es en esta escuela “sacramental” en la que maduran las columnas del oratorio primero, y de la Congregación Salesiana después.
En otras palabras, Don Bosco presenta su obra educativa ante todo como un lugar de educación en la fe. En su programa la educación religiosa mantiene el primado, constituye el fundamento y la opción en la que hay que trabajar por la juventud. De este tipo de educación (nunca impuesta, pero siempre ambientada: “1dése amplia posibilidad”! ) surgen en los jóvenes motivaciones interiores, energías de empeño y de tensión espiritual.
En este camino de evangelización tiene un puesto de relevancia la devoción a la Virgen, invocada con el título de Auxiliadora. Señala a los jóvenes a María como Madre y Auxilio de su juventud. “Te daré una maestra” (sueño de los 9 años) Resulta para él un deber de regalar a todo joven que encuentra y que aún hoy pasa por sus casas el amor de y para “su” maestra.