Shemá es la palabra con la que comienza el primer mandamiento de la Ley judía; Jesús la retomará más adelante cuando hable del mandamiento más importante. Shemá ‘oye’, escucha. La escucha, que lleva a la obediencia es la primera actitud con que se puede rendir homenaje a Dios que nos dirige su Palabra.
Este nombre se eligió para un proyecto que busca animar experiencias que ayuden y acompañen a los jóvenes en sus decisiones vitales. Es para aquellos que se preguntan por el proyecto de Dios en sus vidas, para aquellos que están en búsqueda y quieren hacer partícipe a Dios de esas búsquedas y proyectos. Es una experiencia de escucha de Dios.
• Shemá en el éxodo: experiencia de peregrinos
• Shemá en el desierto: experiencia de retiro
• Shemá en la misión: experiencia misionera
Shemá está pensado para jóvenes mayores de 18 años dispuestos a entrar en un camino de discernimiento en el encuentro con Dios.
Se preguntan fundamentalmente qué quiere Dios de ellos, pregunta que se refleja en cuestionarse sobre su vocación, sobre cómo entra Dios en la vida de ellos, sobre su historia y vínculos personales, y sobre sus proyectos a futuro. Se ven con la necesidad de seguir creciendo, de hacer las cosas bien, tomar en serio su vida. ¿Cómo unir profesión y experiencia de fe? También está presente la pregunta por la misión apostólica: ¿podré encontrar a Dios allí?
Los cuestionamientos y las preguntas existenciales que los jóvenes traían consigo fueron el sustrato donde sembrar, abonar y cosechar sus propias reflexiones, oraciones y propósitos de conversión. Acompañamiento, discernimiento y resignificación son los pilares que sustentan la experiencia de Shemá: con la ayuda de otros se reconoce y descubre en las vivencias personales la voz de Dios que, con su presencia permanente, y a veces escondida, llama a vivir de cierto modo a través de toda la historia de cada uno.
La dinámica espiritual que se propone en Shemá – acompañamiento, discernimiento, resignificación – tuvo el objetivo puesto en distintos focos que sintetizan las preguntas de los jóvenes participantes. Estos focos fueron trabajados en cada una de las instancias de Shemá con distintos énfasis y con un grado muy alto de interrelación entre ellos, si bien identificables.
Por la etapa vital en que se encuentran los participantes de Shemá, el tema vocacional es el que más aflora y al que los jóvenes quieren discernir en mayor profundidad. Toca todos los aspectos más relevantes de la vida juvenil: amor, consagración, trabajo, fe, desarrollo intelectual, transformación del mundo, felicidad… A esa altura de la vida cada quien debe (tanto como por derecho como por obligación) hacerse cargo de la vida, sin trasladar a otros la responsabilidad.
Dice la invitación para vivir la experiencia de Shemá en el Éxodo: “Descubrir el sentido de nuestra vida y reconectarnos con nuestro ser interior es una de las llaves a nuestra felicidad.”
Muy ligado a la búsqueda vocacional está la pregunta por Dios. Es la apertura de la interioridad, gestada en el silencio del retiro y en la progresiva liberación de todas las ataduras personales. “Este Dios que conoce nuestra realidad, sabe lo que nos pasa. Quiere ser confiable y entablar conmigo una relación de alianza como lo ha hecho con tantos”.
La experiencia de Shemá propicia la búsqueda de Aquél que da sentido a la vida y que ha hecho alianza con todo lo humano y habita en la historia de cada uno. El sentido sacramental de la vida, así como la vida sacramental de cada uno, posibilita el encuentro del Dios de la alianza.
Shemá quiere posibilitar una experiencia de Dios más madura, romper con la idea mágica de Dios.
“El silencio de Dios quiere decir que sos tú mismo que te tenés que hacer cargo de tu vida”.
Animador, participante de una de las experiencias
La historia de cada joven es un entretejido de colores más luminosos y más opacos, de brillos y sombras, de hilos que no se anudan y de nudos que son muy apretados.
La invitación de Shemá para cada joven es a sumergirse completamente en sí mismo, en la historia personal, para que le permita descubrir cosas nuevas de su vida y consiga asumir plenamente todo lo que ha vivido; así comienza el camino de liberación.
Los jóvenes pueden preguntarse: “¿Qué sentiré cuando empiece a tocar mi propia historia?” Tenemos la misma incertidumbre, aunque sin duda estará presente la fibra de la queja, de la rebelión, del enojo; de la necesidad de enfrentar aquello con lo que no estoy de acuerdo.
Asumir la historia pasa también por reconciliarse consigo mismo, con todo aquello que causa dolor, frustración, enojo, desagrado. La relación con la familia, las experiencias afectivo-sexuales, las falsas expectativas, son algunos de los aspectos que los jóvenes anhelan reconstruirlos con otras claves. También sobre opciones morales, sobre todo de pareja, les plantea la necesidad de clarificarse ellos mismos por dónde van a ir optando.
Para eso Shemá propone pasar de la sinceridad a la verdad, tocar el barro para recrearlo. La reconciliación significa poder perdonarse y ser perdonado, sanar aquellas culpas latentes que necesitan una reconstrucción desde la distancia.
Como toda la dinámica de Shemá, experiencial y sacramental, la experiencia de la Misión parte de un servicio concreto (en el Cottolengo masculino) para ir más allá de lo visto. Vivir la misión y el servicio lleva a preguntarse por el sentido de eso y a dar un nuevo significado a esas acciones. Así, el servir se puede llegar a entender como un ministerio de amor, a ejemplo de Jesús, que se compadeció por los pobres y sufrientes.
La Misión lleva a preguntarse sobre aspectos más escondidos y cuestionadores de la existencia: reconocer los límites, ver cómo superarlos, trascender el límite y descubrir lo que el límite puede despertar o posibilitar. Es preguntarse por la fragilidad y por cómo Dios está presente en ella, y desde ahí posibilita una vida plena. En la búsqueda de construir el bien para otros iremos más allá del límite.
Otro aspecto clave de la Misión es el hecho de permanecer en los demás: lo que el otro ha despertado en mí, también con su límite y por lo que éste genera de conversión en mi persona, se convierte en misionero a través de mí. La misión alcanza su máximo nivel de resignificación cuando cada uno se descubre como portador de la presencia de Cristo.
El éxodo te reconcilia. El silencio te expande el espacio interior de diálogo contigo y con Dios. La misión te mueve a trascender el propio límite, las propias capacidades, te mueve a ir más allá, encontrar una misión que te va a comprometer toda la vida orientado por Dios. El acompañamiento va ayudando a la resignificación.
Joven participante de las experiencias
El éxodo te reconcilia porque te permite el reproche a Dios; Él mismo te va llevando a una mirada compasiva de ti mismo, porque es un Dios compasivo. La confrontación con “la Ley” (el deber ser) es motivo de frustración. Sin embargo, el encuentro con un Dios que va más allá de la Ley, libera.
El silencio es ir al límite de la experiencia de Dios; exponerte a lo que es verdaderamente presencia, palabra, voz de Dios, más allá de lo que sea experiencia racional, creada.
La misión es encontrarse con un Dios encarnado, presente y vivo en la historia y en lo que nos pasa. A Dios se lo encuentra en el límite.
Shemá en el éxodo ayuda a encontrarse con un Dios interlocutor. En la misión aparece la Providencia de Dios: hay realidades que tienen sentido pero sólo se explican desde el plan salvífico de Dios.
En todos está la dimensión vocacional: alguien que llama y yo respondo, tengo que discernir, hacerme cargo; a veces tengo el deseo de estar con otros y servirle. Tengo que asumir mi propia historia. La vida es para ser entregada.
Shemá es una experiencia extraordinaria, sin réplica en la comunidad local. Las distintas etapas de Shemá buscan desinstalar, desacomodar al joven de sus zonas de confort o lugares comunes de reflexión y oración. En todas hay una fuerte presencia de encuentro, con Dios, con uno mismo, y en la Misión, con el otro.
Shemá apela a abundantes referencias a lo simbólico y a lo sacramental; a las propias experiencias y la fuerte carga de signos que hay en cada una de ellas. Surge de la convicción teológica de la mirada de un Dios encarnado e histórico.
La presencia de Dios sacramental en la eucaristía, adoración, reconciliación es constante. En las experiencias de Shemá hay espacios relevantes de tiempo y de lugares para ello. Al final de una experiencia la celebración de un sacramento toma especial relevancia y significatividad.
En Shemá en el Éxodo y en el Silencio lo bíblico es lo que más resalta y nutre la propuesta.
Cada experiencia de Shemá tiene una gran conexión entre todos los aspectos: lo bíblico, lo teológico, lo estético, lo litúrgico, lo comunicativo. Hay una gran continuidad y unidad interna a lo largo de cada encuentro (Éxodo, Silencio, Misión) y a lo largo de todos los encuentros. En Shemá todo expresa lo que estamos viviendo.
Como las propuestas son exigentes es necesario hacer un camino gradual de introducción a la temática y a la dinámica (por ejemplo, en el Éxodo hay que caminar varios kilómetros en el día, en el Silencio hay que permanecer callados la mayor parte del tiempo, en la Misión se trabaja con personas muy frágiles física e intelectualmente).
Al igual que en otras propuestas de retiro para jóvenes, el silencio es una componente fundamental en Shemá. Silencio como ejercicio espiritual, como dinámica de apertura a la interioridad, como espacio de escucha a Dios. El silencio es mucho más que “callarse la boca”. Por eso, todas las instancias de Shemá proponen y exigen apaciguar los ruidos externos y externos (también la vida en el ciberespacio).
En Shemá no se escatiman recursos de animación pero estos son austeros, centrados en lo imprescindible para propiciar momentos de oración, encuentro y reflexión. En las exposiciones y dinámicas se evita todo lo que distraiga a lo esencial de la propuesta.
Cada experiencia de Shemá tiene una gran conexión entre todos los aspectos: lo bíblico, lo teológico, lo estético, lo litúrgico, lo comunicativo. Hay una gran continuidad y unidad interna a lo largo de cada encuentro (Éxodo, Silencio, Misión) y a lo largo de todos los encuentros. En Shemá todo expresa lo que estamos viviendo.
Como las propuestas son exigentes es necesario hacer un camino gradual de introducción a la temática y a la dinámica (por ejemplo, en el Éxodo hay que caminar varios kilómetros en el día, en el Silencio hay que permanecer callados la mayor parte del tiempo, en la Misión se trabaja con personas muy frágiles física e intelectualmente).
Se anima desde la presencia discreta, haciendo el mismo proceso que los participantes, compartiendo sus actividades: hacer la experiencia hace a los animadores entrar más rápidamente en comunión con los jóvenes. Es una clave muy salesiana de animación: asistente, compañero, sin que esté centrada en nadie. La animación de religiosos y religiosas, jóvenes con compromiso, moviliza lo vocacional en lo participantes.
El acompañamiento, aquella experiencia de sentirse amparados, contenidos, desde la presencia del otro que me permite conectar y decirme a mí mismo, es espontáneo: siempre, en cualquier momento, con quien el joven quiera (sólo en Shemá en el Silencio hay una instancia en que se pide especialmente a los jóvenes que tengan la oportunidad de acompañarse). El acompañamiento es una instancia de gran valor en cuanto que el otro “me escucha, me recibe tal cual vengo y me hace sentir amparado”.