"Durante este tiempo de cuarentena, que coincidió además con el tiempo de cuaresma, Semana Santa y Pascua, hemos buscado poder acompañar un poco más de cerca a los jóvenes. Son encuentros que antes teníamos de forma presencial, y que hoy, por las circunstancias que nos toca vivir, tenemos que adaptarnos a otras formas de encuentros.
Lo primero que creo importante aclarar, es que no es algo solamente provisional, es una nueva forma de encuentros que se nos está mostrando, y que tenemos que aprender a usar en una medida sana, y sacarle todo el provecho que podamos. Son aprendizajes que no van a ser útiles simplemente en este tiempo de distanciamiento social, sino que vamos a poder llevarlos al resto de nuestras vidas. O sea, tener en claro que esto no es la “vida mientras tanto” y después va a volver la vida real. Esto es la vida real, como nos toca vivirla hoy.
Un aprendizaje clave en este tiempo es buscar la forma leer a las personas de esta forma, virtual. Cuando nos encontramos con alguien en persona, es más fácil leer el lenguaje corporal, sabemos cuándo algo le preocupa, cuando se aburre, podemos intuir mucho más lo que le pasa. En estos encuentros, que entiendo que es muy importante que puedan ser videollamadas y no simplemente llamadas, vemos sólo la cara de la persona, y lo que esa persona quiera mostrarnos, tenemos que aprender a mirar de una forma distinta.
En esta forma de encuentro, como en cualquier otra forma de encuentro, la vida de la otra persona es tierra sagrada. El otro es tierra sagrada. Y hoy más que nunca, por las sensibilidades que se manejan, y porque no podemos ver en persona qué es lo que le pasa al otro, tenemos que caminar con muchísimo cuidado. Hoy más que nunca tenemos que entrar descalzos a esa tierra, y escuchar. Dejar que la vida hable y suceda. Y si hay silencios, dejar que esos silencios hablen. Dejar que pase lo que tenga que pasar. Porque eso que está pasando trae vida, y cosecha la vida.
Hay una imagen que viene circulando, en la que se muestran tres círculos, que son tres etapas en el “quién quiero ser en tiempos de COVID-19”. Algo que he notado y que creo que es importante, es aprender a distinguir en qué etapa de ese proceso está la persona. En este proceso hay tres etapas que están marcadas por pensamientos y sentimientos de la persona. La primera zona es la de miedo, la segunda de aprendizaje, y la tercera de crecimiento. Lo ideal sería que todas y todos podamos llegar a la zona de crecimiento. Lo que sucede en cada zona y cómo lo vive cada persona es distinto, pero aprender a distinguir en dónde está hace que podamos acompañar mejor sus procesos vitales y espirituales.
Hay algunas ideas desde las cuales partir para aprender a vivir el acompañamiento en este tiempo. Primero, desde el asumir que está bien estar mal, que está bien sentirme mal, y que la situación me desborde. No me puedo estancar ahí, no me puede trancar, pero sí está bien transitar esa etapa. Está bien tener miedo, tener incertidumbre. Es parte de la vida que estamos viviendo. También tener en claro que no es una carrera de aprendizajes y logros nuevos. Que no tenemos por qué aprender idiomas, leer un montón de libros, ni hacer nada mágico en este tiempo.
Y saber que todo esto va a pasar, es una etapa, es un tiempo. Y que Dios no se muda. Que Dios no “manda” esto, que no es una “prueba”. Pero que podemos sacar mucha vida de este tiempo, podemos dejar que nazcan cosas nuevas. Creo que algo esencial, como humanos y cristianos, es acompañar a no perder (o recuperar) la esperanza. Y estar atentos a la salud mental. Hoy más que nunca necesitamos desestigmatizar la salud mental, desmitificarla. Y atenderla. Cuidarla.
Por otro lado, saber que cada persona lo vive distinto, porque la realidad de cada una y cada uno es única. Así como su fe. Hay personas que la pasan mal, sea por el vínculo con su familia, por la soledad, por la ansiedad, porque están teniendo una crisis en su fe, porque no logran encontrar momentos para cuidar de su espiritualidad… o por tantas otras razones. Hay personas que pueden mantener su trabajo, o un buen vínculo con sus familias, y el encierro no se les hacer tan pesado. Las hay que no ven un futuro con claridad, y quienes salen a repartir canastas o preparar ollas porque ven en el presente hermanos que la pasan mal."
"Acompañar pastoralmente en este tiempo, es también acompañar estos procesos, y saber que en cada uno es distinto, y que no podemos pretender ni buscar que todas y todos reaccionen y actúen de la misma forma. Es respetar y compartir los tiempos, las crisis, los silencios, los dolores; así como los logros y las alegrías. Es aprender a encontrar (y acompañar en la búsqueda) de sentidos, de libertad dentro del encierro. Aprender a descubrirme acompañada y acompañado en la soledad. Porque nadie está solo.
En cuanto a mí, como persona y acompañante me han surgido muchos sentimientos también. Descubro una impotencia enorme cuando la otra persona se quiebra, porque contener es muchísimo más difícil cuando estamos distanciados físicamente. Las personas estamos hechas para el contacto físico, para el abrazo, la caricia, para compartir el mate. Y hoy eso es lo que nos falta. Y no es reemplazable, de ninguna forma. Pero tenemos que aprender a estar presentes de otras maneras.
Descubro que yo también necesito ser acompañada, también necesito contar eso que me pasa, a mí en lo personal, y al acompañar a otro. Identificar lo que siento, lo que me generan esos encuentros; darle nombre, y cuidarlo y respetarlo. Identificar cuando determinados encuentros no me hacen bien, o me generan ansiedad, y buscar la forma de ir sanando eso en mí. Junto a eso que siento me empezaron a surgir cuestionamientos, en cuanto a vivir este tiempo de distanciamiento social, y de vivir-con-otros esta situación (o situaciones, porque el aislamiento es uno, pero la situación personal de cada uno es distinta).
Es muy desafiante empezar a acompañar a alguien si no conozco a esa persona “en persona”, es raro. Pero descubro que la vida se comparte increíblemente. La vida está abierta al encuentro, en persona o en las pantallas. La distancia no es tan “impedimento” como creía, para relacionarnos con otras personas. “Vive muy lejos”, “se fue a otro departamento”, “vive en otro país”. En este momento estoy descubriendo que sí, las distancias existen, y que no es lo mismo vincularnos con alguien que vive en la esquina de casa, como vincularme con alguien que vive en Indonesia. Pero realmente es posible acompañarnos en la distancia, porque la pantalla no nos hace perder lo más humano que somos.
Pienso mucho en lo que planteaba antes acerca de la salud mental. No podemos separar la salud espiritual, el bienestar, de la salud mental. Y es importante en este momento desmitificarla, sacarle el cuco. Porque estar mal, buscar ayuda no es malo. Y como acompañantes tenemos que estar atentas a aconsejar, a derivar, a buscar ayuda. A escuchar y saber que no podemos resolverlo todo. Desde la humildad buscar que otros también puedan acompañar a las personas, desde otro lugar. Buscar ayuda, y animar a buscar ayuda. Movernos para encontrar personas que estén dispuestas a acompañar, desde la psicología, a tantas personas que hoy pueden necesitarlo. Las hay. Hay muchas personas que lo necesitan, y muchas personas dispuestas a acompañar.
Ahí, nuestro rol es sacar el mito, saber que todo va a estar bien, saber que no lo podemos todo. Y que no tienen nada de malo sentirse mal, estar triste, o tener miedo. Invitar a trascender, pero acompañar también en esos sentimientos. Son parte de la persona, y parte de la vida que se nos presenta. Y son tierra sagrada.
El último cuestionamiento que se me presenta, y creo que es muy importante, es ¿qué pasa con aquellas personas que no tienen conectividad a internet? ¿cómo llegamos a acompañar a quienes no tienen una computadora o un celular con internet ilimitado? ¿cómo acompañamos a los gurises de los oratorios? ¿a las familias? En muchos lugares se hacen ollas o canastas, y es muy importante porque se está dando respuesta a una necesidad urgente de las personas. Pero ¿cómo acompañamos pastoralmente a esas personas?
Y me cuestiono también en cómo llegar a aquellos que por alguna razón no se animan a acercarse a buscar acompañamiento, y que, en otras circunstancias nos lo hubiésemos cruzado por un pasillo, lo hubiese visto en el CML, o en algún encuentro de algo, y me hubiese dado cuenta de que no anda bien. ¿cómo llegar a esas personas? Y estos cuestionamientos me hacen ir hacia una pregunta, que no logré responderla todavía, ¿cómo hacer para que, una vez más, quienes son más privados y vulnerados normalmente, no queden fuera también de esta propuesta?"
Lucía Iruleguy
Comunidad CML - Centro Monseñor Lasagna