El amor no puede permanecer en sí mismo. No tiene sentido. El amor tiene que ponerse en acción. Esa actividad nos llevará al servicio. Muchas veces basta una palabra, una mirada, un gesto para llenar el corazón del que amamos. Si no se vive para los demás, la vida carece de sentido.
Sin embargo, hay algunas "enfermedades" que impiden poner en acción la dinámica del amor. Vamos a conocerlas...
Reconocer dos «enfermedades» que impiden ser solidarios y encontrar «remedios» para estas enfermedades. Pero deben ser recetas caseras, aplicables en la vida cotidiana y que sirva a muchas personas.
La acedia (que viene del griego y significa indiferencia, falta de cuidado, negligencia) es una de las enfermedades de la conciencia que lleva a rechazar el amor de Dios y la alegría que proviene de Él.
Es el “avinagramiento” del alma, la tibieza y acidez del espíritu. Como se dice en el Apocalipsis acerca del extinguido primitivo fervor de la comunidad eclesial: “tengo contra ti que has perdido tu amor de antes” (Ap 2,4); “puesto que no eres frío ni caliente, voy a vomitarte de mi boca” (Ap 3,16).
Una de las consecuencias del rechazo al amor de Dios es la pérdida de la percepción del bien y la confusión del mal con el bien. Vamos a ver esto...
La tristeza por el bien de la caridad solo es posible cuando no se ve ese bien o se lo ve como mal.
Es propio de Dios y de una conciencia engrandecida por el amor mostrar o hacer ver los bienes de la salvación, y actuar por ellos: “en tu luz vemos la luz” (Sal 35,10); “ábreme los ojos, Señor, y contemplaré las maravillas de tu voluntad” (Sal 118,18).
Dice el profeta Isaías (5, 20):
¡Ay de los que llaman al mal bien y al bien mal,
que tienen las tinieblas por luz y la luz por tinieblas,
que tienen lo amargo por dulce y lo dulce por amargo!
Entristecerse por el bien del que goza la caridad, como hace la acedia, es dar por mal ese bien, dar lo dulce por agrio o por amargo, dar la luz por tinieblas. Esta confusión de bien por mal, este trastorno de la percepción es característica de la acedia.
En el juicio final a las naciones narrado por Mateo (25,31-46), se dice que serán juzgadas por la misericordia respecto a los “hermanitos míos más pequeños”. Se trata de los discípulos de Jesús.
La acedia tiene por objeto a Dios y a todo lo que tiene relación con Él, los hombres con Él vinculados, su lenguaje, los signos y acciones simbólicas que expresan esa relación. La acedia se entristece por la caridad, por el amor a Dios y, como consecuencia, por el amor al prójimo. Como rechaza el amor de Dios, rechaza el amar al prójimo.
El video muestra de manera significativa y simbólica una nueva enfermedad que se está volviendo muy común en los últimos tiempos, la que denomina “acardia”. Parece extraño este nuevo mal y si nos ponemos a averiguar la etimología encontramos que significa “la ausencia de corazón” (a – sin, kardios, corazón).
Científicamente hablando podríamos decir, una situación incompatible con la vida, pues ¿quién podrá sobrevivir sin un órgano fundamental para la existencia como el corazón? Incluso, se han descrito casos de malformaciones genéticas con esta manifestación, claro está incompatibles con la vida.
Pero hoy no se nos está hablando en este sentido. El corazón no sólo se entiende como el órgano biológico, sino – como en muchas épocas y culturas – como la fuente y el origen de lo más profundo del hombre, las intenciones, el bien, los sentimientos, las pasiones, la inteligencia, entre otros. Además, este es el sentido que generalmente tiene en las Sagradas Escrituras.
La acardia, en este caso entonces, corresponde a la limitación y más aún la imposibilidad para el bien, para el amor, para las buenas intenciones. Se expresa como menciona el video en la indiferencia, el no salir al encuentro del hermano más necesitado. Situación que también pone en juego nuestra vida – en un sentido existencial y espiritual – pues sin amor nuestra vida carece de sentido.
Esto es un llamado a renovar la práctica de la solidaridad. Porque la solidaridad es una expresión muy concreta del amor cristiano, es la manifestación del Amor que recibimos de Dios, que ya se ha entregado solidariamente por cada uno de nosotros y nos enseña a amar, a entregarnos y a vivir el servicio.
Quizá algunos piensen que es exagerado decir que la “acardia” sea un mal de nuestro tiempo, sustentando que “todavía hay personas de buen corazón y sentimientos”, “las personas buenas somos más”, “generalmente hay muchos que no hacemos mal a nadie” y muchas otras ideas que se escuchan con frecuencia.
La realidad hay que asumirla con valentía y reconocer que no es suficiente ser bueno o creerse bueno por no hacer mal; es importante además vivir de acuerdo a ello. Practicar el bien.
La solidaridad y el amor no son meros sentimientos e intenciones buenas, son acciones concretas. Son acciones que brotan del corazón lleno de amor por los demás, no sólo cuando es fácil, cuando es cómodo, cuando tengo a la persona cerca, cuando tengo tiempo. El amor, parafraseando a la Madre Teresa hay que vivirlo hasta que duela. Con sacrificio en muchas ocasiones y con gran generosidad.
Aquí se presentan dos «enfermedades», pero podrían encontrarse más, como el egoísmo, el desprecio del otro o la pereza.
Personalmente:A partir de experiencias personales cotidianas de desinterés por la solidaridad o la atención generosa al otro
En grupos de a 3:
Compartir y sintetizar estas resonancias personales.
Finalmente, se propone encontrar «remedios» para estas enfermedades.
Pero deben ser recetas caseras, aplicables en la vida cotidiana y que sirva a muchas personas.
Un doctor de la ley se levantó y, para ponerlo a prueba, le preguntó a Jesús:–Maestro, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna? Jesús le contestó:
–¿Qué está escrito en la ley? ¿Qué es lo que lees? Respondió:
Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas, con toda tu mente, y al prójimo como a ti mismo.
Entonces le dijo: –Has respondido correctamente: obra así y vivirás. Él, queriendo justificarse, preguntó a Jesús:
–¿Y quién es mi prójimo? Jesús le contestó:–Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó. Tropezó con unos asaltantes que lo desnudaron, lo hirieron y se fueron dejándolo medio muerto. Coincidió que bajaba por aquel camino un sacerdote y, al verlo, pasó de largo. Lo mismo un levita, llegó al lugar, lo vio y pasó de largo. Un samaritano que iba de camino llegó adonde estaba, lo vio y se compadeció. Le echó aceite y vino en las heridas y se las vendó. Después, montándolo en su cabalgadura, lo condujo a una posada y lo cuidó. Al día siguiente sacó dos monedas, se las dio al dueño de la posada y le encargó: Cuida de él, y lo que gastes de más te lo pagaré a la vuelta. ¿Quién de los tres te parece que se portó como prójimo del que cayó en manos de los asaltantes?
Contestó: –El que lo trató con misericordia.
Y Jesús le dijo: –Ve y haz tú lo mismo.
Lucas 10, 26-38
En grupos de a 3:
¿cuáles son las recetas para intentar sanar estas enfermedades?
Buscar en el evangelio lo qué nos sugiere Jesús para hacerlo
Se comparten las distintas "recetas" buscando los puntos en común.
Con la proyección del video, que invita a contagiar el bien, se finaluza el encuentro.El que tiene a Dios en su corazón, desborda de alegría. La tristeza, el abatimiento, conducen a la pereza, al desgano. Nuestra alegría es el mejor modo de predicar el cristianismo. Al ver la felicidad en nuestros ojos, tomarán conciencia de su condición de hijos de Dios. Pero para eso debemos estar convencidos de eso. Superemos siempre el desaliento... nada de esto tiene sentido si comprendemos la ternura del amor de Dios. La alegría del Señor es nuestra fuerza. Todos nosotros, si tenemos a Jesús dentro nuestro, llevamos la alegría como novedad al mundo. La alegría es oración, la señal de nuestra generosidad, de nuestro desprendimiento y de nuestra unión interior con Dios. Cuando nos ocupamos del enfermo y del necesitado, estamos tocando el cuerpo sufriente de Cristo y este contacto se torna heroico; nos olvidamos de la repugnancia que hay en todos nosotros. Preferiría cometer errores con gentileza y compasión antes que obrar milagros con descortesía y dureza. Qué descuido podremos tener en el amor? tal vez en nuestra propia familia haya alguien que se sienta solo, alguien que este viviendo una pesadilla, alguien que se muerde de angustia, y estos son indudablemente momentos bien difíciles para cualquiera. El amor no puede permanecer en sí mismo. No tiene sentido. El amor tiene que ponerse en acción. Esa actividad nos llevará al servicio. Muchas veces basta una palabra, una mirada, un gesto para llenar el corazón del que amamos. Si no se vive para los demás, la vida carece de sentido
Santa Teresa de Calcuta