Don Bosco ahora es sacerdote (5 de julio de 1841); sustituye por cinco meses al vicepárroco de Castelnuovo y a comienzos de noviembre entra en el Convicto Eclesiástico de Turín (una especie de especialización para el sacerdocio).
“Anta de tomar una determinación definitiva he querido hacer una visita a Turfn para tomar consejo de Don Cafasso, que desde hace muchos atlas ha sido mi guía en cosas espirituales y en todo tipo de asuntos. Aquel santo sacerdote, escuchó todo... después sin dudar un instante, me dijo estas palabras: Ustedes tienen ahora la necesidad de estudiar moral y predicación. Renuncie por ahora a todas las propuestas que tenga y venga al Convicto”.
Su venida a Turín en noviembre del 1841, lo sumerge en la realidad de una difícil transición, caracterizada por un primer empuje del desarrollo manufacturero y comercial, pero también de un desordenado flujo migratorio de personas de toda condición, desarraigadas por fuerza de la necesidad de sus contextos familiares, y que no habían podido integrarse en el contexto social de la ciudad.
Precariedad ocupacional, bajos salarios, sobrepoblación en alojamientos inadecuados, problemas higiénicos y sanitarios, miseria moral, pobreza educativa, desviaciones y peligrosidad, se cernían sobre la ciudad, con consecuencias de difícil control social.
En las fajas más jóvenes de la población juvenil, las consecuencias negativas aparecían con más evidencia.
La ignorancia y la miseria empujaban a los padres a procurar la inserción social de los niños en el trabajo, en condiciones casi siempre inhumanas, nocivas para su desarrollo físico y para su formación moral. Para agravar la situación, se unía a esto una masa de niños y jóvenes emigrantes temporales, totalmente abandonados a su suerte: fenómeno que preocupaba por los peligros morales y sociales en los que podían caer los menores privados de todo apoyo.
Toda aquella multitud de jóvenes invadía las calles, plazas, campos y prados de la periferia, a la búsqueda de cualquier cosa para solucionar sus necesidades
Don Bosco, descubre todo esto y queda impresionado, sobre todo cuando es llevado a las cárceles de la ciudad.
Escribe: “Lo primero que hizo Don Cafasso, fue conducirme a las cárceles, donde aprendí bien, cuán grande es el valor de la amistad y la miseria de los hombres. Ver multitud de jóvenes de 12 a 18 años, sanos, robustos, de inteligencia despierta, verlos allí ociosos, amenazados por los insectos, hambrientos de espiritualidad y del pan material, fue algo que me hizo horrorizar”.
Don Bosco que, apenas llegado a Turín, se había visto envuelto de: “una turba de jóvenes que me seguían por calles y plazas hasta la misma sacristía de la iglesia del instituto”, quedó impresionado y “se preguntaba qué hacer en esa situación”.
No faltaban instituciones caritativas, tradicionales y nuevas (las fundaciones de la Marquesa Barolo, la experiencia de D. Cocchi, el celo de jóvenes sacerdotes atentos a las necesidades de la juventud y dispuestos a comprometerse en algo en concreto).
El encuentro casual con Bartolomé Garelli (8 de diciembre de 1841 en la sacristía de San Francisco de Asís) le abrió una perspectiva siempre en el sentido de los muchachos zafreros, sin familia y completamente desvinculados de la iglesia.
“La idea del oratorio nace de frecuentar las cárceles de esta ciudad. En estos lugares de miseria espiritual y material estaban muchos jóvenes en la flor de la edad, de buena inteligencia y buen corazón... Entonces se afirmó en el hecho de que estos jóvenes habían llegado a esto por falta de instrucción moral y religiosa y que estos dos medios educativos, eran los que podían cooperar eficazmente por el momento, para conservarlos en el bien, y de recuperar a los echados a perdes cuando salieran de los lugares de reclusión y de los penales.”
Desde el 1842 (el número de muchachos giraba alrededor de los veinte) hasta abril del 1846 (los muchachos que reunieron los prados de Valdocco eran algunos centenares)el Oratorio es itinerante.
Más allá de lo anecdótico es importante evidenciar algunos elementos, que, teniendo en cuenta la nueva situación, empujan a Don Bosco a realizar algunas opciones que dan forma a “la idea de los oratorios”:
1. La elección del campo: los jóvenes pobres y abandonados.
Don Bosco, desde los primeros pasos de su servicio sacerdotal, optó por la juventud “más abandonada y en peligro”, por aquellos “que son pobres, hambrientos y más ignorados porque tienen necesidad de asistencia para mantenerse en el camino de la salvación eterna”.
Estas expresiones se repetirán cada vez más frecuentemente en los escritos de Don Bosco para indicar una neta elección de campo: era aquella franja de jóvenes zafreros y de jóvenes trabajadores, alejada de la familia que no se la podía reunir o no quería integrarse en las estructuras civiles y eclesiásticas.
2.Escoger el sistema educativo, junto al sistema pastoral.
Esto, le permitía una completa y eficaz acción de transformación interior y de incidencia positiva “en el desarrollo y en la formación de las cualidades humanas, para llegar a hacer capaz a cada uno de tomar decisiones libres y personales, una generosa opciánde vida individual, social, moral y religiosa.”
Escribe Teresio Bosco: “El oratorio salesiano es pues esto: una mezcla de oración, juegos, paseos, amistad con el animador, deseos de colaborar con el que lo encaminará hacia la meta única: llegar a ser apóstoles como él.”
Don Bosco dedica su obra a San Francisco de Sales, “porque nuestro ministerio exige gran calma y mansedumbre, nos habíamos puesto bajo la protección de este Santo para que nos obtuviera de Dios la gracia de poderlo imitar en su extraordinaria mansedumbre y en el ganar las almas”.
Y esta bondad se manifiesta:
estos ayudan en la animación del grupo y en numerosas inciativas; se manifiestan como modelos incisivos para los muchachos habituados a ambientes y estilos de vida bien diversos.
Don Bosco mira a su alrededor.
A veces da la impresión de que en muchos oratorios no se mira alrededor. Se repiten siempre las mismas actividades, siempre los mismos esquemas mentales, como si en el ambiente no cambiase nada. Es imprescindible el análisis de la realidad, de las necesidades de los jóvenes.
Como en los tiempos de D. Bosco, en la iglesia, entran los buenos y los que son peligrosos. En el proyecto educativo de cualquier oratorio el primer capítulo debería ser el análisis de la situación y de las demandas:
La elección educativa.
Don Bosco, no se limita a su ministerio sacerdotal, a rezar misa, a la catequesis. Don Bosco no se avergüenza de ir dando vueltas buscando muchachos, de jugar con ellos. No se contentaba con estar detrás de los muros seguros de una parroquia, se lanza a la pastoral de los encarcelados: elige la educación.
La educación coloca como centro al muchacho no la actividad. El animador será un educador que se interesa también de la marcha de los estudios, del comportamiento dentro de la familia, en el deporte, interesándose por el crecimiento de la persona y sus procesos de mejora.