Este encuentro es parte de un retiro espiritual de un día (puede ser de una tarde a una tarde) para jóvenes de 16 años o más. Ha sido diseñado por catequistas del Colegio San Isidro (Las Piedras)
¿Qué esperamos que ocurra en los que participaremos de la propuesta?
Que valoren la riqueza del silencio. Que se desconecten para reconectarse con ellos, con los demás, con Jesús. Que den lugar a su espíritu en lo cotidiano de la vida.
Muchos elementos han sido inspirados en el librro "Descanser: Descansar para ser", de José María Toro.
Propiciar un espacio de “protagonismo de la interioridad” para que, en el silencio, la oración y el encuentro comunitario, los participantes logren conectarse consigo mismos y salir del cansancio que no los deja ser.
En un lugar ambientado con agendas y con otros objetos que los ayude a simbolizar el descanso.
En forma personal:
En una página de la agenda semanal, cada uno detalla cómo es una semana de su vida.
Luego de un tiempo, se les plantea las siguientes preguntas:
- ¿Cuáles son los momentos que más disfruto?
- ¿Y los que menos?
- ¿Con cuántas personas me conecto diariamente?
Colocamos en el pequeño altar un cartel que diga: “un tiempo para el silencio y la calma”
Mientras cantamos: “Rezando agendas”
Mirando nuestras agendas...
¿Qué es lo que más me cansa y agobia de mi rutina semanal? ¿Por qué?
¿Cómo quisiera que fuera mi jornada, mi semana? ¿Le dedicaría tiempo a otras cosas?
¿Cambiaría en algo?
Luego, en plenario, compartimos la siguiente pregunta:
¿Qué necesito para vivir con más vigor y entusiasmo?
Lectura personal de las tres formas de cansancio: “Descanser”, pp. 31-35.</p>
Cansancio por saturación
Estamos inmersos en una sociedad del “exceso”. De coches, de información, de ruido, de polución… Hay también exceso de estímulos, de exigencias, de reclamos, de demandas de todo tipo. Los excesos nos abruman y nos cansan.
Toda saturación implica un “desbordamiento”: estoy desbordado, estoy pasado, estoy hasta acá, solemos decir.
Nuestra cultura nos inculca un cansancio que procede de una cierta estimulación a querer hacer, vivir o experimentar más de lo que cabe en una hora, un día o una vida. No podemos saber de todo ni hacer de todo.
“A cada día le basta su propio afán” (Mt 6, 34). Esta sabia y sabrosa frase evangélica afirma que cumplimos con la Vida realizando un solo logro, una sola tarea importante… por día. Debemos esforzarnos para no preocuparnos anticipadamente.
El desbordamiento significa que, en el exceso, nuestro cansancio se derrama por los bordes; dicho con otras palabras, se ha producido un alejamiento del centro. Desbordarse es descentrarse; por eso el exceso nos coloca en una superficialidad que nos agota. El descanso, nos devuelve al centro.
Esta saturación y desbordamiento responden, en parte, a nuestra incapacidad para filtrar, priorizar y seleccionar. Son tantos los estímulos que nos llegan que es fácil caer al empuje de lo “urgente”. No todo vale ni pesa lo mismo. Cuando pensamos que “todo vale lo mismo”, en el fondo estamos considerando que “nada vale la pena”. Es necesario dar al descanso su peso, su valor, su lugar y su tiempo.
Cansancio por activismo
La actividad justa y adecuada, expresión de nuestro ser más profundo, puede producir cansancio pero no hartazgo. Un cansancio natural que se repone fácilmente, simplemente descansando.
También podemos descansar haciendo una actividad que canalice nuestros dones y habilidades (hobbie, le llamamos). Allí encontramos una recarga de energía.
Otra cosa bien distinta es el activismo que, básicamente, consiste en un hacer compulsivo, en un exceso de actividad que nos conduce a la desazón y al agotamiento.
No solo se observa un exceso en la cantidad de cosas que hay que hacer sino también en la velocidad con la que desarrollamos las tareas. De ahí la imperiosa e inevitable necesidad de reducir la cantidad y aminorar el ritmo, reducir la velocidad con la que conducimos nuestra vida. En la actividad “me expreso” pero con el activismo “quedo preso”, encadenado a un hacer que me arrastra.
La persona que vive en el activismo apenas puede “salir de la cárcel” de su movimiento continuo e incesante, no puede parar ni pararse y sus descansos suelen consistir más en un cambio de actividad que en un “dejar de hacer”.
Cansancio por aburrimiento
Este cansancio no es fruto de la saturación o del activismo sino de la rutina; es un cansancio que alcanza a nuestra dimensión espiritual.
Hay una rutina, un hábito que permite automatizar algunas acciones: las cosas que hacemos cada mañana al levantarnos, el modo en que organizamos el estudio, hasta la forma en que nos preparamos para hacer deportes o ir a un evento. El desgaste sería tremendo si tuviésemos que estar reaprendiendo de nuevo cada gesto, cada movimiento.
La rutina que nos cansa, en lugar de hacer más fácil nuestra vida, es muy distinta.
La rutina es como una rueda que nos mueve una y otra vez hacia lo que ya sabemos, hacia lo ya conocido.
Muchas de nuestras rutinas no son sino legados que hemos heredado, atmósferas que hemos respirado, conductas que hemos imitado, maneras de ser que hemos asumido como propias.
No pocas veces, en esa repetición de lo conocido, de lo que, aunque adverso, nos resulta familiar y habitual, llegamos a encontrar un cierto bienestar envuelto con los moños de la apatía y de la falta de ilusión y entusiasmo.
Hay rutinas que se nos imponen, sobre todo para que nada se modifique, para que todo siga como siempre, para no arriesgarnos a lo nuevo y, sobre todo, para prevenirnos de nuestro espíritu aventurero y creativo que nos susurra otras brisas, que nos adentra por parajes desconocidos y nos encamina hacia horizontes insospechados.
La rutina es el colchón de una comodidad en la que uno va muriendo, poco a poco.
La rutina nos instala en el gesto mecánico, en el movimiento inconsciente, en la vida sin aliento, en los modos sin manera, en el vértigo del estancamiento y en la vigilia adormecida.
La rutina nos convierte en higueras estériles, nos seca, nos vuelve un desierto, sin brillo en los ojos, sin luz en la mirada, sin presencia en nuestro estar en el mundo.
En forma personal:
Nuevamente miro mi agenda semanal…
Al final de cada día, ¿qué formas de cansancio encuentro? ¿En qué lo noto?
¿Qué preciso des-hacer, no-hacer o re-hacer en mi cotidiano para que el cansancio no se adueñe de mí?
Nos encontramos de a tres y compartimos esto. Luego al plenario para que cada grupito exponga una síntesis de lo que conversaron.
Retomamos el momento con el cartel inicial: “un tiempo para el silencio y la calma”
Luego leemos: Eclesiastés 3, 1-9
Hay un momento para todo y un tiempo para cada cosa bajo el sol:
un tiempo para nacer y un tiempo para morir,
un tiempo para plantar y un tiempo para arrancar lo plantado;
un tiempo para matar y un tiempo para curar,
un tiempo para demoler y un tiempo para edificar;
un tiempo para llorar y un tiempo para reír,
un tiempo para lamentarse y un tiempo para bailar;
un tiempo para arrojar piedras y un tiempo para recogerlas,
un tiempo para abrazarse y un tiempo para separarse;
un tiempo para buscar y un tiempo para perder,
un tiempo para guardar y un tiempo para tirar;
un tiempo para rasgar y un tiempo para coser,
un tiempo para callar y un tiempo para hablar;
un tiempo para amar y un tiempo para odiar,
un tiempo de guerra y un tiempo de paz.
Finalmente, hacemos oración en eco
También se puede finalizar con un canto.