En los procesos de educación en la fe repetimos con frecuencia que el objetivo fundamental de toda nuestra tarea es llevar a los jóvenes a encontrarse con Jesús, a hacer experiencia de Dios en Jesús, vivo y presente en nuestras vidas. La etapa de la juventud, es por tanto, donde el fruto de todo proceso tiene que verse patente, es la más indicada para propiciar ese encuentro a través de la Palabra de Dios y especialmente en las celebraciones.
«Nunca ha sido tan difícil hacerse adulto. Lo que nos falta es una orientación interior… una mano simbólica que tome la nuestra y nos guíe durante un trecho del camino. Hace tiempo que no somos tan cracs, ni tan negativos, como en ocasiones pretendemos. Anhelamos seguridades y – sí, eso también – ritos, cosas en la que podamos confiar, que acontezcan una y otra vez…».
Joven de 19 años=
¿No son nuestras celebraciones y ritos que acontecen una y otra vez? ¿No es la Palabra de Dios una guía en nuestros procesos de educación en la fe? ¿Por qué entonces no nos cansamos de repetir que los jóvenes huyen de nuestras celebraciones y que la Biblia se les cae de las manos?
(Pensemos en la experiencia de Taizè, replicada en tantos lugares, que hacen del rito y la repetición - ¡y de la Palabra de Dios! – el centro de la celebración).
¿Cómo ayudarles a descubrir que nuestras celebraciones y que la Biblia pueden ser experiencias de encuentro con esa mano que les acompaña en el camino y brújulas para su vida? Evidentemente solo podremos transmitirles esto con credibilidad si nosotros mismos nos dejamos contagiar y hacemos experiencia continua de ello.
En conclusión, plantear las celebraciones como momentos especiales, unidos estrechamente a la vida cotidiana y, sobre todo, como expresiones centrales de la fe vivida con un proyecto personal acompañado.