Nuestras vidas están cargadas con la luz del Señor Resucitado. Estamos envueltos en luz, somos hijos de la luz. También en momentos en que vivimos nuestras vidas en la sombra de nuestros esfuerzos vacíos, de nuestros fracasos, de nuestra falta de fe. Especialmente cuando no podemos perdonarnos a nosotros mismos porhaberle fallado al mismo Dios. ¡No podemos ver la luz alrededor de nosotros!
Sin embargo, es en medio de nuestras rutinas diarias que el poder de la resurrección actúa en nosotros. El Señor Resucitado llega a nosotros como lo hizo con sus discípulos en la orilla del lago. Él nos asegura que nuestros pecados son perdonados, nuestras fallas no existen más: somos una nueva creación. El nos urge a amar y confesar: "¿Me amas?". Olvida el pasado, come conmigo.
Éste es el tiempo del Dios de la vida.
De la vida dada y de la vida realizada.
De la gloria de Dios y de nuestra dignidad perdida.
Es tiempo de presencias y encuentros,
de paz, comidas y abrazos,
de corazones encendidos y trajes blancos,
de envío a rincones lejanos...
Es el tiempo de la experiencia,
del paso del Señor por todas las tierras
por todos los rincones,
por todas las personas.
¡Tiempo divino para el ser humano en camino!
Es tiempo de liberación,
profunda y definitiva,
de cadenas, amuletos y miedos,
de señores antiguos y nuevos,
para sentir y vivir la vida.
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