Pudimos encontrarnos con un Dios que siempre tiene algo nuevo para decirnos y que, a cada una según su historia y su momento de vida, nos estaba invitando a dar pasos e ir a más
Alejandra Lucia, animadora de Domingo Savio
Ayer nos hicieron una pregunta que debíamos responder en 15 minutos. La verdad es que, después de lo vivido en esos días y de todo lo que he venido rumiando hace algún tiempo, no pude responder. En primer lugar, porque había muchas cosas dando vuelta, en segundo lugar, porque soy lenta para dar respuestas y, en tercer lugar, porque sinceramente no tengo una respuesta a esa pregunta. Sin embargo, siento que cualquier aporte de los que vivimos la experiencia de formación en Aguas Blancas puede servirle a otro, o al menos a mí, para poner las cosas en orden.
¿Cómo lograr que la experiencia sea un lugar pastoral?
Sinceramente, podríamos pasarnos otra semana en Aguas Blancas para intentar responder y aún nos quedarían dudas. Podría nombrar muchas cosas de las que me quedaron dando vuelta de los talleres que compartimos, muchos elementos teóricos que me quedaron y que agradezco. Pero creo que la clave está en la experiencia que viví y que fue para mí lugar pastoral sin dudas.
En primer lugar, es bueno aclarar que hace unos años que participo de estas experiencias de formación en Aguas Blancas. Y he tenido todo tipo de experiencias: buenas y no tantas, interesantes y que llenan y otras que han pasado de largo. Pero como siempre se puede sacar algo bueno, porque Dios te puede sorprender, porque uno se encuentra y re encuentra con personas con las que vale la pena compartir unos días y porque Aguas Blancas es un lugar sagrado para mí, siempre digo que sí a la invitación, a veces a regañadientes y con quejas, pero a la larga diciendo que sí. Esta vez, sin embargo, estuve a punto de decir que no. Eran mis últimos días de vacaciones, me resistía a escuchar lo mismo de siempre, y no sabía con qué me iba a encontrar. Lo que me hizo decir sí fue saber que la otra persona que iba al mismo taller que yo era Pame, animadora del DoSa, una gurisa de 17 años que desde que la conozco cuando era alumna del colegio, no deja de interpelarme su vida, su historia y cómo Dios va actuando en ella. Así que, poder acompañarla en una de sus primeras experiencias en Aguas Blancas y en febrero, estar ahí para charlar lo que Dios le iba soplando al oído, era una experiencia que no quería perderme.
Pero no esperaba tanto movimiento en mí tampoco. No esperaba encontrarme con la propuesta de estos días, donde hubo de todo. Sin dudas quedaron mensajes resonando y muchas preguntas en mi interior. No todo lo que escuché era nuevo, pero llegó en un momento oportuno. Y hubo algo que no deja de sorprenderme. Si bien Pame y yo venimos de la misma casa, nuestras historias, nuestros caminos, nuestra formación y nuestras experiencias (así como nuestros años) son bien diferentes: y, sin embargo, las dos tuvimos la experiencia de que esta formación llegaba en el momento justo y pudimos encontrarnos con un Dios que siempre tiene algo nuevo para decirnos y que, a cada una según su historia y su momento de vida, nos estaba invitando a dar pasos e ir a más. Por lo que me atrevo a decir que esta experiencia, fue un lugar pastoral para nosotras… y que ahora hay que seguirlo nutriendo y acompañándolo.
No puedo explicar del todo por qué esta experiencia no fue una experiencia más, sino que fue distinta a otras formaciones y sin dudas, va a quedar resonando en nuestro interior e impulsará nuestra acción pastoral en el DoSa, pero puedo compartir algunos elementos que creo colaboraron.
En primer lugar, la certeza de que, para que sea lugar pastoral, tiene que haber encuentro con el Resucitado, con el que hace nuevas todas las cosas, con Jesús amigo y Jesús Dios. Y no precisamente nos hablaron de él todo el tiempo, porque no es necesario, porque se percibe su presencia en los otros, en los mensajes transmitidos, en el lugar, en los encuentros. Y porque hemos “entrenado” la capacidad de encontrarnos con Él, de verlo en lo de todos los días, de adivinar su presencia que nos llama e invita a descubrirlo. Y eso tampoco puede faltar, ayudarnos a profundizar en la capacidad de trascender, de encontrar a Dios en lo cotidiano, tiene que seguir siendo un elemento fundamental en nuestros patios, en nuestras parroquias, oratorios y colegios. Y para esto, creo que es fundamental saber con quienes estamos, cuales son los lenguajes que entienden nuestros jóvenes y buscarle la vuelta, romper los techos, si es necesario, como los hombres que llevaron al paralitico frente a Jesús. Ese Evangelio me habla de moverse del lugar, de ir más allá, de “cambiar de lugar” como nos propusieron los gurises del pensamiento creativo, pero teniendo claro, que es hacia Jesús a dónde vamos.
Por otro lado, la experiencia de lo comunitario. El compartir con un grupo más pequeño varios días, hace posible que se profundice más y que se den ciertas dinámicas de acompañamiento que para mí son clave. En mi caso, además, había varias personas con las que ya he compartido otras experiencias, por lo que abrirse a compartir la vida de uno y lo que Dios va diciendo con profundidad, acompañándonos mutuamente fue natural. Y eso es clave. Habla de la importancia de compartir, de acompañar lo que va pasando, con sencillez, pero bien de cerca y siendo parte de la experiencia. Y me parece que es fundamental para que las experiencias se vuelvan lugar pastoral. Hay que estar al lado del joven para acompañarlo, dedicar tiempo a ESTAR con ellos. No solo preparando espacios y oraciones, y planificando y pensando. Sino estando. Con cercanía y sencillez.
Podría seguir escribiendo más cosas, pero serían ideas no muy claras; y es que quedan más preguntas que respuestas. Y es que, realmente, no sé para donde iremos ahora, no sé qué de todo esto quedará y qué necesita mi casa… Ahora viene el tiempo de dar un paso hacia otro lugar, de permitirse preguntas, de inventar respuestas que nos parecieron siempre locas o que nunca se nos habían ocurrido. Quizás no surge nada a corto plazo, quizás hagan falta más experiencias de estas, o quizás haga falta un tiempo de no saber qué es lo que hay que hacer.
De todas formas, creo que valió la pena si una gurisa de 17 años re afirmó su vocación como animadora y está dispuesta a encarar su vida, no tan fácil como la mía, al servicio de los demás. Sin dudas valió la pena, porque estoy segura de que ella y nosotros como comunidad, intentaremos ensayar formas nuevas en clave salesiana de ayudar a otros a que sus experiencias sean encuentros, donde se viva la vida como vocación, donde surjan preguntas sopladas por el Espíritu y donde se haga presente siempre a Jesús resucitado en el lenguaje de los más pequeños o en el de los más grandes.