Durante mucho tiempo no le presté mucha atención a este tiempo, no significó para mí nada más que una cuenta regresiva hacia la Pascua. Pasaba el tiempo, llegaba la Pascua, pasaba la Pascua y el año simplemente continuaba…
Las muchas cosas que me han tocado vivir me ayudaron a resignificar este tiempo, entenderlo como un tiempo de cambio que el sentido se lo va dando la vida de cada uno, acompañado de la fe.
Los sacrificios “personalizados” deben ayudarlo a uno a seguir dándose por entero. Ya sean momentos específicos para dedicarle a nuestra familia o ciertos despojos de cosas que nos cuestan; siempre nos ayudan a ir preparando el corazón.
Después de mucho discernirlo, rezarlo y cuestionarme, el año pasado me sentí llamado a realizar una experiencia de misión por un año fuera del país; puede ser casualidad o no, pero llegué a Ecuador en Miércoles de Ceniza… por lo tanto, mi misión comenzó junto con la Cuaresma y eso me ayudó muchísimo a interiorizarme y poder vivir ambas cosas desde mi adentro y con Dios.
Aprendí a vivirlo apoyado en Él, hablándole con confianza y a veces gritándole por no comprender sus planes, pero sobretodo guiado por su mano y abandonado a su llamado. Entendiendo que sus planes siempre van más allá que los nuestros, todo lo vivido es aprendizaje y que Él siempre está ahí pa’ lo que necesitemos.
En Ecuador viví momentos hermosos y algunos pocos de los no tan hermosos, pero la Cruz nunca dejó de ser mi sostén, una suerte de “muleta” que me ayudó siempre a mantenerme de pie.
La cuaresma pasa a ser un hermoso tiempo de cambio interior, de conocimiento propio y aceptación personal. Me ayuda mucho a conocerme y aceptarme, de a poco voy animándome a ser un poco más yo y así poder ser más por los demás.