Mis maestros. Eso son. Los maestros del encuentro. Saber encontrarse auténticamente con el otro, dejarse encontrar, es todo un arte. Cada mes, un domingo al mes, junto a ellos aprendo algo más de este hermoso y necesario arte de ser más humano.
¿Por qué el encuentro con ellos es tan especial, tan diferente a los cruces que tengo a diario, en lo cotidiano? Se supone que me debería ser más fácil encontrarme con aquellos que son “más parecidos a mi”, y con el tiempo me di cuenta que esta lógica no es tan lógica. Lo parecido a mi no me cuestiona. Me duerme. Invisibiliza al otro. En los “cruces“ cotidiano, en mis diálogos, hablo con un otro que habla mi idioma, y sobre todo… sé que efecto pueden provocar mis palabras, mis acciones. En estos cruces yo tengo el control.
Con ellos , nada es seguro. Me vuelven vulnerable. Me descolocan y sorprenden, me ponen en situaciones incómodas y con una sonrisa me sacan de ellas. Me miran como hijos, como hermanos y, a veces, como Padres. Cada uno es un mundo , tienen su propia forma de sentirse amados…. Me ponen así frente al desafío de tener que descubrirlo, me llevan a poner en el centro al otro como es y no como quiero que sea. Me vuelven vulnerable y me sacan del centro. Pero sólo allí es que puede ocurrir el auténtico encuentro.
Cuando me libero de mis recetas para acercarme a los demás, me olvido de mis carteras y personajes , y me dejo ser. Así es que me enseñan. Sus solas existencias interpelan. Tal vez por eso les tenemos miedo… por el poder que tienen.