Una propuesta de contemplación a través de la obra del sacerdote y pintor Sieger Koeder
La escena está desbordada por las dos manchas de color que definen a los dos personajes. Parece como si los dos personajes no tuvieran espacio suficiente dentro del cuadro y tuvieran que superponerse uno al otro en una postura forzada.
Jesús está arrodillado a punto de lavarle los pies a Pedro, justo antes de la última cena. Recordemos la historia.
(Jn 13, 1-15)
Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, él, que había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el fin. Durante la Cena, cuando el demonio ya había inspirado a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarlo, sabiendo Jesús que el Padre había puesto todo en sus manos y que él había venido de Dios y volvía a Dios, se levantó de la mesa, se sacó el manto y tomando una toalla se la ató a la cintura. Luego echó agua en un recipiente y empezó a lavar los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que tenía en la cintura.
Cuando se acercó a Simón Pedro, este le dijo: «¿Tú, Señor, me vas a lavar los pies a mí?». Jesús le respondió: «No puedes comprender ahora lo que estoy haciendo, pero después lo comprenderás». «No, le dijo Pedro, ¡tú jamás me lavarás los pies a mí!». Jesús le respondió: «Si yo no te lavo, no podrás compartir mi suerte». «Entonces, Señor, le dijo Simón Pedro, ¡no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza!». Jesús le dijo: «El que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque está completamente limpio. Ustedes también están limpios, aunque no todos». Él sabía quién lo iba a entregar, y por eso había dicho: «No todos ustedes están limpios».
Después de haberles lavado los pies, se puso el manto, volvió a la mesa y les dijo: «¿Comprenden lo que acabo de hacer con ustedes? Ustedes me llaman Maestro y Señor; y tienen razón, porque lo soy. Si yo, que soy el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros. Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes.
Pedro está sentado, los pies descalzos en introducidos en el agua. Una mano está suavemente posada con afecto, casi con ternura, en el hombro de Jesús, lo cual indica la relación de intimidad que hay entre los dos personajes. La otra se alza escandalizada como queriendo frenar a Jesús. La cara de Pedro es de sorpresa. El pintor ha querido recoger ese momento en el que Pedro dice “Jamás me lavarás tú a mi los pies”. Sin embargo, Jesús no le está mirando, no puede ver el gesto de espanto de Pedro, porque está completamente inclinado sobre su acción. No le mira a la cara, a Jesús no le interesan las excusas o los reparos de Pedro, con esa postura forzada, completamente inclinada, casi hasta la humillación, está concentrado en los pies. Los pies, sin duda, era la parte del cuerpo más sucia, más indigna, al estar constantemente en contacto con el polvo del camino. Los pies sucios representaba simbólicamente la parte pecadora del hombre.
En aquel tiempo ningún judío estaba obligado a lavar los pies a sus propios amos, para mostrar que un judío no era esclavo. Únicamente una madre o un esclavo hubiera podido hacer lo que Jesús hizo aquella noche. La madre a sus hijos pequeños y a nadie más. El esclavo a sus dueños y a nadie más. La madre, contenta, por amor. El esclavo, resignado, por obediencia. Pero los doce no son ni hijos ni amos de Jesús.
Jesús está vestido con el “efod” o manto, típico de los rabinos y de los sacerdotes. ¿Cómo es posible que un judío honorable, se rebaje a hacer un trabajo de esclavos? ¿Cómo es posible que todo un Dios, se abaje, se humille hasta lavar los pies de un pecador?
El cuadro, así como el relato de Juan, nos cuentan la crónica de un escándalo mayúsculo. Así les debió de parecer a Pedro y a los discípulos. Se preguntarían seguramente ¿quién es este Dios que viene a lavarnos los pies?
Es curioso que el rostro de Cristo solo se puede ver reflejado en el agua sucia del barreño. Se trata de un misterio que iremos desvelando poco a poco.
Ponte en el lugar de Pedro. Descálzate. Pon encima de la mesa todo aquello que te da vergüenza. Tus errores pasados, tus pecados inconfesables, aquello que no te gusta de ti. De todo esto están tus pies manchados. Normalmente no dejamos a nadie que se acerque a estos episodios que son como heridas en carne viva. Hacemos todo lo posible para mantenerlos en la oscuridad. Creemos que si los demás conocieran esas faltas, nos dejarían de amar, experimentarían en mismo rechazo que nosotros sentimos cuando los recordamos. En el fondo no somos tan distintos de Pedro. Aquel que negará tres veces a su amigo, ahora no quiere dejarse lavar los pies. ¿Cómo va a permitir que su maestro se rebaje a limpiarle los pecados a él? No lo permitirá.
Nosotros hacemos lo mismo. Creemos que nuestro pecado no es digno de Dios y rechazamos la idea de que Dios quiera limpiarnos. Como si Dios se escandalizara de nuestra debilidad.
Pero Jesús insiste: “Si no te dejas lavar los pies, no tienes nada que ver conmigo.” ¡Qué contundente! Contienen una tremenda dureza: si no te dejas lavar, no tienes nada que ver conmigo. Es como si dijera: si no me dejas entrar hasta lo más oscuro de ti, aquello que rechazas profundamente en tu interior, no descubrirás nunca quien soy.
Es precisamente en el agua sucia de nuestra debilidad donde descubrimos el verdadero rostro de Dios y nuestro verdadero rostro.
Dios no es, como creemos, ese ser absoluto que domina todo lejanamente. Es el Dios que se encarna, que se abaja, se hace pequeño, se humilla, hasta el extremo, como nos muestra la Carta a los Filipenses: “Quien, siendo Dios, no tubo como algo codiciable el mantenerse igual a Dios, sino que se anonadó (se hizo nadie), tomando la condición de esclavo y haciéndose semejante a los hombres” (Fil 2, 16). Así, surgió en él, pero en una profundidad insondable a toda cualquier psicología, la voluntad de “anonadarse” a sí mismo, de despojarse de esa existencia gloriosa, de esa plenitud soberana de amor a nosotros. Por eso, en el cuadro, Jesús está encorbado de una manera exagerada, completamente volcado en la misión de llegar cuanto más abajo mejor. Esa es la razón de su vida, su manera de ser, el objetivo que desde siempre ha deseado Dios: llegar a lo más bajo del hombre y una vez allí, amarlo profundamente.
Por eso, el verdadero rostro de ese Dios que se hace pequeño para encontrarnos solo se puede ver con autenticidad, si lo miras reflejado en el agua sucia de tus heridas personales.
Míralo de frente, ¡cómo te ama incluso en tus fracasos! Fíjate en el camino de vaciamiento, de anonadamiento, que ha hecho para bajar a tu miseria. Y todo para decirte: “déjame amarte ahí, donde te duele. Porque me hice hombre y pasé por la cruz, para encontrarme contigo precisamente aquí, en el agua sucia de tus errores”.
Hay dos detalles en el cuadro que nos indican que lo que está ocurriendo, ocurre también hoy, en el tiempo presente. Jesús está vestido de un blanco inmaculado y ha tirado su manto azul debajo del cubo donde lava los pies a Pedro. El blanco es el color de la resurrección y el azul siempre se ha aplicado en el arte cristiano a la naturaleza divina de Cristo. De esta manera, Köder nos está indicando que es Cristo Resucitado el que está lavándole los pies a Pedro. Es más, quizá ni siquiera sea Pedro el que está sentado con los pies en el agua, sino que sea la representación de un creyente actual. Es una invitación a que ocupes tu sitio en el cuadro.
Ponte en el lugar de Pedro y déjate lavar los pies. ¿Qué sientes? ¿Cuáles los defectos, errores o pecados que más te duelen? ¿Te cuesta ponerlos a la luz? ¿Cómo mira Jesús tus zonas oscuras?
Ponte en el lugar de Jesús: Estás llamado a hacer con otros lo que Jesús hace contigo. ¿Te cuesta servir, abajarte, vaciarte? ¿Qué pies crees tú que podrías lavar?
SEÑOR JESÚS,
REY SERVIDOR,
TÚ QUE DEJASTE TU GLORIA A UN LADO
Y TE CONVERTISTE EN ESCLAVO
PARA MANIFESTARNOS TU AMOR,
TOCA NUESTRO CORAZÓN INSEGURO
CON TU MISERICORDIA.
Y ASÍ,
SINTIÉNDONOS AMADOS
DESDE LO MÁS OSCURO DE NOSOTROS MISMOS,
PODAMOS PONERNOS AL SERVICIO
DE LOS QUE SON MÁS POBRES Y DÉBILES QUE NOSOTROS.