Una aproximación y lectura pastoral de la Exhortación del Papa Francisco “La Alegría del Evangelio”, para compartir en grupos de agentes pastorales.
Esta vez comenzaremos el encuentro con la canción “Juan 17” (P. Jorge Pérez sdb), inspirada en la oración sacerdotal de Jesús, aquella que eleva al Padre por sus discípulos durante su Pasión, y luego leeremos el pasaje acostumbrado.
Mateo 28, 18 – 20: Yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo
Acercándose, Jesús les dijo: «Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, entonces, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo».
La unidad, la comunión, el amor fraterno, fue el mayor deseo de Jesús para sus amigos y discípulos. La comunión entre hermanos y con Dios es lo que pedimos y celebramos en cada misa. Pero sabemos, porque nos pasa, que la comunión se rompe a diario, y a la interna de nuestras comunidades – chicas o grandes, jóvenes o adultas, apostólicas o reflexivas – se dan disputas, peleas e indiferencias.
Una antigua fábula llamada “El león y los cuatro bueyes” finaliza con una moraleja muy conocida: "la unión hace la fuerza, y la discordia debilita".
En un rápido análisis:
• ¿cuáles creemos que son las principales discordias que debilitan nuestra(s) comunidad(es)?
• ¿qué causan en quienes nos ven así?
Luego de este primer acercamiento al tema, nos daremos un tiempo personal para la lectura del capítulo de Evangelii Gaudium que habla del tema.
Como siempre, más que la lectura académica de la misma, lo que importa y vale es llevar a la propia vida y experiencia pastoral algún elemento que destaque del texto. Para esta tarea es importante marcar, subrayar, escribir aquello que más nos cuestiona, lo que describe mejor nuestra realidad, lo que me da luz para el futuro.
NO A LA GUERRA ENTRE NOSOTROS
Dentro del Pueblo de Dios y en las distintas comunidades, ¡cuántas guerras! En el barrio, en el puesto de trabajo, ¡cuántas guerras por envidias y celos, también entre cristianos! La mundanidad espiritual lleva a algunos cristianos a estar en guerra con otros cristianos que se interponen en su búsqueda de poder, prestigio, placer o seguridad económica. Además, algunos dejan de vivir una pertenencia cordial a la Iglesia por alimentar un espíritu de «internas». Más que pertenecer a la Iglesia toda, con su rica diversidad, pertenecen a tal o cual grupo que se siente diferente o especial.
99.El mundo está lacerado por las guerras y la violencia, o herido por un difuso individualismo que divide a los seres humanos y los enfrenta unos contra otros en pos del propio bienestar. En diversos países resurgen enfrentamientos y viejas divisiones que se creían en parte superadas. A los cristianos de todas las comunidades del mundo, quiero pediros especialmente un testimonio de comunión fraterna que se vuelva atractivo y resplandeciente. Que todos puedan admirar cómo os cuidáis unos a otros, cómo os dais aliento mutuamente y cómo os acompañáis: «En esto reconocerán que sois mis discípulos, en el amor que os tengáis unos a otros» (Jn 13,35). Es lo que con tantos deseos pedía Jesús al Padre: «Que sean uno en nosotros […] para que el mundo crea» (Jn 17,21). ¡Atención a la tentación de la envidia! ¡Estamos en la misma barca y vamos hacia el mismo puerto! Pidamos la gracia de alegrarnos con los frutos ajenos, que son de todos.
100.A los que están heridos por divisiones históricas, les resulta difícil aceptar que los exhortemos al perdón y la reconciliación, ya que interpretan que ignoramos su dolor, o que pretendemos hacerles perder la memoria y los ideales. Pero si ven el testimonio de comunidades auténticamente fraternas y reconciliadas, eso es siempre una luz que atrae. Por ello me duele tanto comprobar cómo en algunas comunidades cristianas, y aun entre personas consagradas, consentimos diversas formas de odio, divisiones, calumnias, difamaciones, venganzas, celos, deseos de imponer las propias ideas a costa de cualquier cosa, y hasta persecuciones que parecen una implacable caza de brujas. ¿A quién vamos a evangelizar con esos comportamientos?
101.Pidamos al Señor que nos haga entender la ley del amor. ¡Qué bueno es tener esta ley! ¡Cuánto bien nos hace amarnos los unos a los otros en contra de todo! Sí, ¡en contra de todo! A cada uno de nosotros se dirige la exhortación paulina: «No te dejes vencer por el mal, antes bien vence al mal con el bien» (Rm 12,21). Y también: «¡No nos cansemos de hacer el bien!» (Ga 6,9). Todos tenemos simpatías y antipatías, y quizás ahora mismo estamos enojados con alguno. Al menos digamos al Señor: «Señor, yo estoy enojado con éste, con aquélla. Yo te pido por él y por ella». Rezar por aquel con el que estamos irritados es un hermoso paso en el amor, y es un acto evangelizador. ¡Hagámoslo hoy! ¡No nos dejemos robar el ideal del amor fraterno!
Leído y meditado el texto del Papa damos un espacio para compartir impresiones y primeras reflexiones.
Posiblemente la pregunta pastoral más apremiante es: ¿A quién vamos a evangelizar con esos comportamientos? Nuestra fuerza evangelizadora es nuestro testimonio de amor fraterno. No hay otro más.
Por lo tanto, hagamos un decálogo del amor fraterno para nuestra comunidad. Gestos, actitudes, opciones y palabras que queremos vivir para potenciar nuestra vivencia de la ley del amor.
Tal vez no lleguemos a diez puntos; no importa. Con que hagamos unos pocos que nos comprometamos a llevar adelante y nos ayuden a vivir en comunión, alcanza.
¡No es poca cosa!
La Palabra de Dios llega a nosotros para transformarnos; no solo para darnos un lindo mensaje, sino para convertirnos radicalmente. En este momento queremos escucharlo y responderle.
Cantamos nuevamente la canción “Juan 17”, y presentamos nuestro decálogo. Luego proclamamos el evangelio y permanecemos un rato en silencio, orando. Durante este tiempo se pueden ir leyendo los distintos puntos del decálogo.
Les doy un mandamiento nuevo:
ámense los unos a los otros.
Así como yo los he amado,
ámense también ustedes los unos a los otros.
En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos:
en el amor que se tengan los unos a los otros».
(Juan 13, 34-35)