¿Por qué militar en política? ¿Por qué dedicar mi tiempo libre a la política partidaria? ¿Qué hago un viernes de noche doblando listas en vez de salir con mis amigas? ¿Qué me mueve a dedicarle tanto a un partido o agrupación política? Estas y más preguntas surgen todo el tiempo, especialmente cada cinco años. No en mi, sino en mis círculos más cercanos. Amigos, familiares, compañeros de trabajo… y más aún entre los que tienen más o menos mi misma edad. La respuesta es sencilla y compleja a la vez: el gran motivo es la vocación de servicio, para con mi país y con la democracia.
Pero voy contarles desde el principio... En 2014 acababa de terminar el liceo, seguía medio indecisa respecto a qué camino quería seguir profesionalmente, pero en esa definición había algo claro y creciente hacía un tiempo en mi: la vocación de servicio. En el colegio tuve la oportunidad de conocer el Oratorio, involucrarme a fondo, sentir que estaba haciendo algo por otro, saliendo de mi. Y ese año encontré mi lugar en una obra que estaba naciendo, con mucho por hacer, que encaramos con los Diáconos encargados y algunos compañeros de generación para que siga creciendo. Ese mismo año, cumplí 18, y no era un año cualquiera. Era año de elecciones y me tocaba votar por primera vez. La política partidaria siempre estuvo presente en mi casa. A mis padres les gusta mucho la historia, especialmente la uruguaya más reciente, por lo que era habitual que se colara cada tanto en las conversaciones familiares. Con una fuertemente identificada con un partido político en específico.
A medida que yo fui aprendiendo sobre la historia de nuestro país, con lo que escuchaba en mi casa y lo que estudié y leí por mi lado, llegué a una fuerte identificación con el mismo partido del que me hablaron en casa, aunque no necesariamente con la misma perspectiva. Esa historia da muestras de lucha por los vulnerables, un partido atento y cuidadoso de las causas sociales y representante y voz de minorías. El partido que fue el más fuerte defensor de la democracia cuando nos fue arrebatada.
Y es la democracia el mayor motivo, su defensa incansable. Aún quedan heridas abiertas de esa época oscura y basta con mirar las redes sociales o el televisor para ver cómo en otros países, no muy lejanos al nuestro, no gozan de tenerla. La democracia es nuestra garantía de libertad. Es el principal valor que una sociedad merece. Es, a través del voto universal y libre, la voz de cada uno de los ciudadanos, es nuestro poder, nuestra posibilidad de decidir en qué país queremos vivir, qué sociedad queremos ser.
Don Bosco decía que debíamos educar y ser educados como “buenos cristianos y honrados ciudadanos”. Es nuestra responsabilidad como ciudadanos, y mayor aún como cristianos, el comprometernos con nuestras vidas y nuestro medio, siguiendo los pasos de Jesús. Un Jesús que se comprometió con la sociedad de su tiempo. Desde la preocupación y el trabajo por los más vulnerables, hasta cumpliendo con la ley y pagando sus impuestos. De todo eso se trata.
Este accionar político de Jesús nos dice a quienes nos involucramos en la actividad política reconociéndonos cristianos, que debemos ser más responsables, más prudentes y más comprometidos con nuestro trabajo, con esa vocación de servicio público, que es trabajar por el bien común.
Con ese compromiso es que yo decidí involucrarme en la actividad política, entendiéndola como una herramienta y no como un fin en sí misma. La política es una manera de abarcar más espacios, de lograr una incidencia mayor. Pero no es solo cosa de quienes somos militantes políticos, sino de todos y todas. Somos seres políticos y nuestro accionar cotidiano es nuestra expresión política constante. Un ejemplo: tirar basura al piso o guardarla hasta encontrar un basurero o clasificarla, es una decisión política, que incide en la vida de todos y todas, en el medio ambiente, en nuestra sociedad.
Este sabernos políticos, esta constante incidencia en la sociedad y su transformación podrá verse manifestada de diferentes formas y cada uno se verá llamado a distintos espacios de acción y repercusión: el oratorio, los gremios estudiantiles, sindicatos, partidos políticos, ONGs, acciones de voluntariado, el estudio, el trabajo. Todos son espacios de influencia política y social, la clave es ser coherente con las ideas y convicciones que cada uno tenga, sin ser ajenos al otro, a los otros, al bien común.
Entonces, ¿es la política lugar para los jóvenes? ¡Claro que sí! Nosotros, los jóvenes, somos los mayores dueños de nuestro tiempo, nadie mejor que nosotros mismos para saber en qué sociedad queremos vivir, qué país y qué futuro queremos. No solo podemos, sino que tenemos que hacer escuchar nuestra voz. Un primer paso puede ser el voto, pero también es importante animarnos a formar parte de agrupaciones políticas, ser militantes sociales, ofrecer nuestro tiempo como voluntarios o movilizándonos por las causas que consideremos justas.
Que la clave sea siempre tener presente el respeto por el que piensa diferente, saliendo de uno mismo para comprender la realidad y necesidad de ese otro, y promoviendo siempre la discusión y el intercambio para enriquecernos mutuamente. Sin oponernos porque si, más bien aceptando y entendiendo las discrepancias y resaltando las coincidencias. Celebrando esa diversidad que es la base de la libertad, y de la democracia.
Desde mi experiencia les puedo contar que es que es posible. El camino no es corto ni fácil, pero las ideas y las convicciones pueden prevalecer. Ser coherentes es responsabilidad de cada uno. Es cuestión de animarse, levantar la voz y encontrar acuerdos con otros. No ser indiferentes a lo que pasa a nuestro alrededor. Creer en uno mismo y en un nosotros. Agarrar nuestras ideas y levantarlas como bandera. Dar un paso al frente y hacernos cargo. Prepararnos para dar la pelea y darla. Por nuestro país, por nuestro entorno y por nosotros mismos.