Hijos de un soñador, realizadores de una profecía.
Yo mismo buscaré a mis ovejas y las apacentaré…
Yo suscitaré un pastor que las apaciente…
Ponencia del P. Juan José Bartolomé sdb en las XXX Jornadas de Espiritualidad de la Familia Salesiana, que constituyeron el inicio del camino que llevará a la Familia Salesiana a celebrar el Bicentenario del nacimiento de Don Bosco |
«Si no conocemos a Don Bosco y no lo estudiamos, no podemos comprender su camino espiritual y sus opciones pastorales; no podemos amarlo, imitarlo e invocarlo; especialmente nos será difícil inculturar hoy su carisma en los diversos contextos y en las diferentes situaciones. Sólo reforzando nuestra identidad carismática, podremos ofrecer a la Iglesia y a la Sociedad un servicio a los jóvenes significativo y relevante. Nuestra identidad encuentra su referencia inmediata en el rostro de Don Bosco; en él la identidad se hace creíble y visible».1
«Todos estamos llamados a encarnar a Don Bosco. […] Tenemos que conocer a Don Bosco, hasta convertirlo en nuestra mens, en nuestro punto de vista, en nuestro modo de obrar ante las necesidades de los jóvenes. Os invito a amarlo […] Ésta es mi exhortación: conocerlo, amarlo, imitarlo, porque todos somos herederos y transmisores de su espíritu».2 Esta sentida apelación, pronunciada por don Pascual Chávez en la tarde de su elección como Rector Mayor, ha sido un permanente motivo de su ministerio y vuelve a ser retomada con fuerza en el Aguinaldo de este año.
¿Pero dónde encontrar hoy a Don Bosco, su identidad, su proyecto? La tradición salesiana, ya desde Don Rua en adelante, ha creído que las Constituciones son la «descripción de la vivencia espiritual y apostólica del Fundador, continuada por sus hijos»; en ella «están presente Don Bosco, su carisma de Fundador y su santidad».3
Que en las Constituciones encontremos a “todo Don Bosco” no es una ingeniosa creación de sus sucesores.4 La identificación proviene del mismo Don Bosco, que quiso que sus hijos vieran las Constituciones como un imborrable recuerdo de su persona5: «Si me habéis amado en el pasado, seguid amándome en el porvenir, con la exacta observancia de las Constituciones, escribió en su Testamento espiritual.6 Y cuando envió sus primeros misioneros a Argentina, quiso entregar a Don Cagliero, al mando de la expedición, un libro de las Constituciones7; «era como si dijera – comenta Don Rua –: Atravesaréis los mares, iréis a países desconocidos, encontraréis gentes de lengua y costumbres diferentes, estaréis expuestos a graves peligros. Quisiera acompañaros yo mismo, confortaros, consolaros, protegeros. Lo que no puedo hacer yo en persona, lo hará este librito».8
El primer capítulo de las Constituciones SDB, donde se ha querido «delinear los rasgos más característicos de nuestra identidad en la Iglesia»,9 inicia reconociendo que nuestra Congregación debe su origen a una particular iniciativa divina. Para introducir este capítulo ha sido elegida una cita profética en la que se anuncia una intervención inminente de Dios como Pastor único de su pueblo. Buscar personalmente a sus ovejas y confiarlas luego a un pastor que las guíe en su nombre, son las dos actuaciones que el Dios Pastor se propone realizar para salvar a su pueblo. No es difícil intuir la motivación salesiana que ha llevado a elegir esta cita de Ez 34,11.23: «Con la debida acomodación se aplica estupendamente a Don Bosco: subraya el origen divino de su vocación; alude al sueño de los nueve años en el que el Buen Pastor confía al niño Juanito Bosco su rebaño de ovejas; expresa con acierto la misión salesiana: guiar y nutrir a los jóvenes».10
Este primer sueño, del que Don Bosco confesará por vez primera en 1873, «quedó profundamente grabado en mi mente para toda la vida… Las cosas dichas y las cosas escuchadas ocuparon de tal modo mi mente que ya no pude conciliar el sueño durante la noche… Nunca pude olvidar aquel sueño»11. De hecho este sueño infantil condicionó su vida y su forma de pensar; y «en particular, el modo de sentir la presencia de Dios en la vida de cada uno y en la historia del mundo». Hasta el punto de que Don Bosco «tuvo que verlo como una comunicación divina, como algo que tenía todas las apariencias (señales y garantías) de lo sobrenatural».12 Joven sacerdote, volverá a soñarlo en 1844 y, aunque si todavía entonces «poco comprendió del significado», le ayudó a confirmar su vocación personal y lo fue entendiendo «poco a poco, a medida que las cosas se iban realizando».13 Un año antes de su muerte, mientras celebraba la Eucaristía en la iglesia del Sacro Cuore de Roma, mantenía aún vivo ante los ojos la escena que le había hecho soñar la Congregación.14
Pero no sólo el camino espiritual de Don Bosco15, también toda su obra histórica resultarían apenas comprensibles sin una explícita referencia a este sueño infantil16. En él tenemos, como salesianos, uno, el primero, de los momentos fundacionales: somos hijos de un santo soñador y herederos de sus sueños.
1. HIJOS DE UN SOÑADOR
«Don Bosco se caracteriza entre los santos también por ser un soñador»17. De hecho, «el nombre de Don Bosco y la palabra sueño son correlativos… Y fue, en efecto, cosa admirable que, durante sesenta años, se repitiese en él este fenómeno casi continuamente»,18 que fueron los sueños que alimentaron en él la convicción de vivir bajo la guía e inspiración divina y que lo sostuvieron en sus empresas. «Sin los sueños no encontrarían explicación algunos de los rasgos más característicos de la religiosidad de Don Bosco y de los salesianos».19 Por más difícil que sea «delimitar la actitud de don Bosco entre los sueños que piensa o presenta como proféticos y la realidad», no obstante «se tiene la impresión de que él actuaba con la convicción de haber recibido un mandato divino, una meta que alcanzar, algo que realizar aunque no se percibiera – en sueños – toda su entidad».20
Es un hecho que en sueños Don Bosco se sumergía en el misterio de Dios21, entreveía su proyecto, intuía su voluntad. Eran como «un puente lanzado a lo sobrenatural».22 «Estaba abierto totalmente a lo sobrenatural y su comunicación con ese mundo se manifestaba, en particular, en sus sueños… En sentido metafórico, se podría decir que Don Bosco llevaba en su alma un único sueño… Todos los sueños de Don Bosco son, en el fondo, uno solo: tienen por objeto el mismo tema, modulado con diversas variaciones, la salvación de la juventud»23. Y vivió para prolongar ese primer sueño, al que no dudó de atribuir la función de «programa en mis deliberaciones».24
El Dios de Don Bosco, que nos ha llamado a prolongar en el tiempo la misión que le confió en un sueño, sigue estando dispuesto a dialogar con nosotros durante el reposo y a guiar nuestro trabajo. Para que la juventud hoy siga contando con pastores, tiene necesidad de santos soñadores, soñadores que consigan la santidad haciendo, como Don Bosco, realidad sus sueños, el proyecto de Dios. La dureza del momento cultural che atravesamos, las previsibles dificultades del futuro inmediato, el desencanto acumulado después de un pasado más glorioso, o nuestros propios errores, no nos liberan del sueño que heredamos de Don Bosco el mismo día en que Dios nos llamó para ser salesianos. No hemos nacido en la Iglesia «fruto solo de una idea humana, sino de la iniciativa de Dios» (Const 1). Con esta profesión de fe se inicia el texto constitucional. No deberíamos jamás olvidarlo.
Por consiguiente, si cada salesiano asume la salvación de los jóvenes, es decir el proyecto que Dios tiene sobre la juventud, como el sueño que realizar, nada – ¡ni ninguno! – está autorizado a anular este sueño ni legitimado para impedir su realización. Lamentablemente no es infrecuente que se dé entre nosotros quien busca negarlo, o peor aún, destruirlo, no siempre de modo consciente. El cansancio vocacional de alguno, que surge de una entrega auténtica, pero fundada en ilusiones, errada a veces en los modos y en los medios, es cada vez más evidente e se contrapone con quienes permanecen más soñadores, hasta el punto de sentirse con derecho los primeros a despertarlos del sueño o menospreciarlos por soñadores. Fácilmente se olvida de haber nacido en la Iglesia del sueño de un santo, o siendo más exactos, del sueño que ha convertido a un adolescente en padre y maestro de la juventud. Tenemos el deber de respetar los anhelos, los ideales, la fuerza creadora que comportan esos sueños apostólicos que, gracias al «Dios salesiano», siguen dando sentido y alegría a la entrega de los mejores de entre nosotros. Y cada salesiano tiene el derecho de esperar de cuando, como él, comparte el proyecto de Dios y la misión salesiana, no sólo respeto y admiración, sino apoyo continuo y acompañamiento fraterno.
Atentar contra los sueños de un apóstol significa vulnerar la vocación de un hermano, es un atentado contra Dios, del que proviene la vocación y los sueños (cfr. Cost 22). Porque, come da a entender la cita elegida, que fundamenta bíblicamente el nacimiento de la obra de Don Bosco en su sueño de los nueve años, este tipo de sueños, en los que se escucha el propio nombre y se descubre la misión confiada, realizan una palabra profética, es decir, el empeño públicamente asumido por Dios a favor de su pueblo. ¿Por qué no nos sorprendemos de la audacia de semejante lectura ‘salesiana’ de la profecía de Ezequiel?
Como el de Don Bosco, y puesto que lo prolongan en el tiempo, los sueños apostólicos del salesiano no son más que la realización de la palabra de Dios que anunciaba su intervención como Pastor. Si no queremos reducir esta profecía a un simple recuerdo histórico, no la podemos ver limitada en exclusiva a Don Bosco. Y de hecho, es lo que confesamos con gratitud (cfr. Const 1), hemos nacido de una decisión personal, sino de un proyecto salvífico que un niño se atrevió a soñar. Lo que significa que la intervención prometida por el profeta, mientras no esté del todo completada, sigue en proceso de realización. Mientras exista un Dios Pastor y una grey que apacentar, Dios continuará suscitando pastores que lo representen en medio de su grey. La elección de Don Bosco no ha eliminado la de quienes le siguieron y le sigue, más bien es su inicio y preparación y exige, lógicamente, su continuación (cfr. Const 1, 2, 6).
Realizando sus sueños apostólicos, el salesiano ratifica el empeño de Dios a favor de su joven rebaño. No es que nos sea solo lícito soñar con la juventud; es que Dios se juega su credibilidad, la fiabilidad de su palabra, en nuestra capacidad de soñar un futuro mejor para la juventud pobre y abandonada. En consecuencia, por haber creído, y agradecida, que debe su existencia a una iniciativa divina, la Congregación se ha obligado constitucionalmente a reconocer la vocación personal de cada salesiano y a ayudarlo en su vivencia (cfr. Const 22). Seguidores de Don Bosco, los salesianos reconocemos que nuestro origen se enraíza en la voluntad salvífica de Dios, una voluntad siempre por realizar, y nos sometemos a ella haciéndola propia, como María. Tener semejante principio no impide ponernos otras metas.
2. HEREDEROS DEL PROYECTO DE DIOS
Ez 34,11.23, la primera cita bíblica en las Constituciones SDB, abre introduciéndolo el texto constitucional. Esta colocación tiene un preciso objetivo: identifica, de manera implícita, Don Bosco y la Congregación como el pastor prometido por Dios (cfr. Const 10). Da a entender así que «la profecía en cierto modo constituye la identidad profunda de la Sociedad de San Francisco de Sales».25 La cita, además de aludir a la conciencia de Don Bosco de haber sido destinado por Dios para la salvación de los jóvenes, expresa la comprensión de la Congregación, que se ve a sí misma como realización de una promesa divina.
Comprenderse como actuación de una profecía tiene claras consecuencias, que piden ser reconocidas y aceptadas, indagando el sentido de la anuncio salvífico y asumiendo la responsabilidad de hacerlo efectivo. Dios se ha empeñado en salvar a su pueblo transformándonos, por lo mismo, en cómplices de sus sueños y herederos de su proyecto.
2.1. La profecía como promesa
En Ez 34 el profeta proclama la salvación que Dios está dispuesto a realizar a favor de su pueblo, exilado en Babilonia: Dios se empeña en hacer retornar a Israel, profundamente renovado – ¡‘cambiado el corazón’ (Ez 36,26)! –, a su tierra. Y lo hará con una intervención del todo personal. Las desgracias que han caído sobre el pueblo y la soledad en la que vive su impotencia, han hecho que el profeta cambie de ánimo y modifique su profecía. El temido desierto, previsto como castigo, en cuanto supone lejanía de la tierra que es garantía de salvación, y de Dios, Señor en ella, ha convertido al anunciador de desgracias en vidente de alianzas nuevas. A Ezequiel debemos las profecías más estupendas, cargadas de gran expresividad simbólica y un peso teológico innegable (cfr. Ez 36,16-38; 37,1-14), una entre otras, precisamente, Ez 34.
El texto, que sigue de cerca un breve vaticinio de Jr 23,1-6, se presenta en progresivo movimiento: la denuncia de los malos pastores concluye con su destitución y da paso al Señor que apacienta personalmente; reunida la grey, lo conduce hasta la tierra, donde excluirá, separándolos, a los malos; sólo entonces, nombrará él mismo al pastor ideal. La imagen pastoril desaparece para dar paso a una maravillosa visión de la nueva alianza».26 La profecía, más que describir la salvación que viene, anuncia las medidas que Dios va a tomar para hacerla realidad.
El capítulo está dominado por la imagen del pastor, un motivo clásico bien enraizado en la literatura bíblica.27 Israel es visto como grey descuidada, saqueada, dispersa (Ez 34,1-10). Los jefes del pueblo, especialmente el rey, aunque no solo, eran tradicionalmente aceptados como legítimos pastores del pueblo de Dios, sus guías más que sus señores (cfr. Jr 2,8; 3,15; 10,21; 23,4); encargados por Dios y sus representantes, eran responsables ante El de su gobierno (cfr. Jr 21,12; 22,3; 34,8). ‘Pastor de Israel’ era, en realidad, solo (Sal 76, 21; 79,2; Gen 49,24; Is 40,11).
Aquí es significativo, y conmovedor, que Dios se presente a sí mismo pastor, precisamente cuando el pueblo vive inmerso en el desencanto que le han producido sus propios líderes, cuyo desastrosa administración había conducido al exilio. Queda así reflejada la experiencia plurisecular de Israel: los reyes han sido responsables primeros, si no únicos, del aniquilamiento de la nación (597 a.C.) y de la dispersión del pueblo (585 a.C.); solo su destitución aseguraría, pues, la salvación de Israel. Pero Dios no sólo los removerá, los va a sustituir poniéndose El en persona al frente: el pueblo salvado será un pueblo sin jefes, sometido exclusivamente a Dios (cfr. Ez 37,24-25). En la desgracia vivida fundamenta el profeta la esperanza en Dios: El, personalmente, como hace un pastor se ocupará de su rebaño, lo reunirá, lo conducirá a la propia tierra y a nuevos pastos (Ez 34,15). La fórmula que Dios utiliza ‘mi grey’ tiene una connotación clara: no sugiere pertenencia o, menos aún sujeción, sino vinculación afectiva. Dios, empeñando su palabra, se declara garante y apoderado de los que han sido abandonados y despojados.
Para un pueblo de origen y tradiciones seminómadas, la imagen del pastor tenía una gran capacidad de evocación. Quien cuenta con un pastor, sabe que puede contar con una guía permanente que le ofrece compañía, con un dueño que le sirve, con un guardián que con él convive. Ser pastor implica autoridad indiscutida y donación sacrificada, superioridad reconocida y servicio continuo. Aplicando esto a Dios, el Dios en el que Ezequiel sueña, se declara a favor de un pueblo desesperado y desatendido y confirma su compromiso de instaurar una nueva relación, en la que Dios es, al mismo tiempo, único dueño y compañero único en el camino y las fatigas.
Un alternarse de castigos anunciados y de salvación prometida recorre todo el capítulo.28 Pues bien, llama la atención que los dos versículos elegidos de la profecía pertenezcan a la serie de promesas salvíficas hechas por Dios. Para afirmarlas, el profeta da la palabra a Dios mismo: un solemne: “aquí estoy” (Ez 34,10) introduce la primera afirmación, presentándola como una autorrevelación divina: reclamar, buscar, ir detrás, tener cuidado del rebaño son actuaciones que distinguirán a Dios; nadie hará de pastor en adelante, el pueblo es grey exclusiva del Señor (Ez 34,11).
La salvación prometida restablecerá una relación inmediata y personal de Dios con su pueblo. Esta salvación es donada: el pastor nuevo no ha sido elegido por el pueblo, quien lo ha recibido de Dios. Más aún, la exclusividad de la relación se manifiesta en el envío por parte de Dios de un único pastor (Ez 34,23): habrá un solo pastor para un pueblo reunificado. Dios se sienta tan seguro con el nuevo elegido y sabe que lo representará bien que asegura que Israel que continuará siendo “mi pueblo y yo, su Dios” (Ez 34,31).
En estos dos versículos aparece la conciencia de la Congregación de ser, por iniciativa de Dios, una obra de salvación. De hecho, y justamente, el texto constitucional se abre reconociéndolo: “con sentimientos de humilde gratitud, creemos que la Sociedad de san Francisco de Sales no es solo fruto de una idea humana, sino de la iniciativa de Dios” (Const 1); es decir, creemos y agradecemos haber nacido de un Dios que desea salvar a los jóvenes que se encuentren en situación desesperada. Sentirse amados de Dios, objeto de su voluntad de salvación y reconocerse gratificados por su amor es propio de quien se siente llamado a prolongar el sueño personal de Don Bosco, el proyecto salvífico de Dios.
Aquel Dios, de cuya iniciativa hemos nacido, es un Dios empeñado personalmente con un pueblo que parece no tener futuro, dado su extravío actual y la falta de líderes dignos; tras el fracaso de sus representantes, Dios se siente obligado a salir – de nuevo – del anonimato (Ez 34,11). Por más disperso que esté su rebaño, continua perteneciéndole: «también durante el exilio, han permanecido siendo mis ovejas. Cuando salva, pues, el Señor viene a recuperar lo que es suyo».29 La situación de la grey obliga a Dios a convertirse de nuevo en su auténtico pastor (cfr. Miq 2,12-15; Lc 15,4; Jn 10,16). Recuperando personalmente la grey perdida, Dios se recupera a sí mismo como único Pastor. Y el pueblo recupera a Dios, más que como celoso aliado, como lo fue durante el éxodo, come compañero permanente. La nueva relación no se funda en una alianza pactada; se basa más bien en una convivencia continuada, en un régimen de vida que lleva a compartir cansancio y reposo, alimento y necesidades, el sol y la noche, amigos y enemigos (cfr. Jn 10,1-18).
El empeño del Dios Pastor incluye, además, la promesa de dar al pueblo un nuevo lugarteniente, un pastor que lo represente en exclusiva (Ez 34,23). Elegirse un delegado es ya una decisión salvífica. Que sea Dios quien lo decide ofrece al pueblo un motivo para poder confiar en Dios y comenzar a saborear la salvación esperada. La designación del nuevo pastor es prueba sólida de la fidelidad del Dios Pastor y apoyo para la esperanza del pueblo. Uno solo será el pastor, porque la grey, reunificada por Dios, se ha convertido en pueblo de su propiedad. El pastor elegido debe, pues, vivir de forma que reproduzca la voluntad salvífica del Dios que le eligió y el modo de relacionarse con su pueblo. Su existencia ha de ser signo eficaz de la implicación de Dios. El pastor elegido no podrá elegir el «como», el «donde» ni el «por que» vivir, ya que ha sido elegido para representar la preocupación pastoral de Dios. En su modo de comportarse con el pueblo, se debe poder ver su deseo de ser el pastor que Dios le ha prometido a su pueblo. La salvación prometido por Dios no contempla la restauración de una monarquía, por más renovada que se quiera, sino la instauración de una absoluta teocracia: «él las apacentará. Y yo seré su Dios” (Ez 34,24).
Ya que este es el proyecto de Dios, tal es el tipo de pastores del que tiene necesidad la juventud hoy: creyentes que se sientan llamados a hacer concreta y eficaz la promesa que Dios ha hecho a su pueblo. Para que Dios sea creíble y su programa deseado, se precisa de gente identificada de tal forma con el proyecto divino y sus estrategias que se dediquen por completo a difundirlas, no repitiéndolas de memoria, sino asumiéndolas vitalmente. Si no surgen creyentes que se empecinen, como Don Bosco, en ser para los jóvenes los pastores que Dios ha elegido, Dios no podrá mantener su promesa y los jóvenes no se sentirán seguros, cercano a Dios.30
El salesiano cree en el Dios Pastor, por el mismo hecho de haber ser salesiano, es decir, por creer que ha nacido gracias a la iniciativa de Dios que lo ha colocado «en el corazón de la Iglesia» (Const 6). Esta fe debe transformarlo en pastor de los jóvenes, sabiéndose entregado por Dios a ellos como su pastor bueno. El salesiano no puede dar culto a Dios, ni celebrar su nombre, ni testimoniar su palabra, si no acepta la tarea de guiar y acompañar, de liderar y servir, de enseñar y ser amigo de la juventud, «esta porción, la más delicada y preciosa, de la sociedad humana».31
Ser representante del Dios Pastor impone, pues, apropiarse de la promesa divina y asumir su táctica. El salesiano se ha de empeñar, solo porque se siente llamado a representar a Dios, a hacer realidad en el día a día la meta – la salvación – y los métodos – el desempeño pastoral – de Dios. Haber nacido del corazón del Dios Pastor impone una precisa metodología (cf Ez 34,11-16), como tuvo que aprender todavía niño soñador, Don Bosco: «no con golpes, sino con la mansedumbre y con la caridad deberás ganarte a estos tus amigos».32 Tener como origen un Dios Pastor obliga a asumir la caridad pastoral como motor y motivo de la propia vida.
Esta caridad pastoral no es otra cosa que amor teologal, «convertida en pastoral educativa»,33 es la forma salesiana di hacer presente a Dios entre los jóvenes, el modo concreto de ser salesiano. «La caridad evangélica no es solo el motor y la fuente del apostolado, es también el medio, el método específico y fundamental. Del evangelio Don Bosco ha aprendido a educar por medio del amor y por amor, más aún, ha aprendido a educar con amor y a través de él».34 Si los salesianos no se esfuerzan por hacer real una convivencia pastoral con los jóvenes, será muy difícil que logren llevar a cabo la misión providencial a la que han sido destinados, y los jóvenes no logran ver en ellos a «los libertadores en lo que reconocer al Salvador».35
2.2. La profecía como advertencia
No es indiferente que la promesa hecha por Dios de elegir un pastor como representante personal suyo la haya hecho a un pueblo desengañado de sus dirigentes, quienes lo habían conducido al desastre, un pueblo defraudado por sus líderes que se habían enriquecido a su costa y habían despreciado a los débiles y saqueado a los poderosos. El profeta, en este caso, no anuncia la liberación del enemigo opresor, Babilonia, sino que desautoriza a los gobernantes de Israel, sus propios lugartenientes. Antes incluso de decirse dispuesto a apacentar personalmente a su pueblo, Dios repudia a sus enviados: «Esto dice el Señor: Aquí estoy yo para reclamar mis ovejas a los pastores; no les dejaré apacentar más a mis ovejas… Les arrebataré mis ovejas de su boca para que no les sirvan de alimento» (Ez 34,10). Para poder ser pastor de su grey, Dios debe eliminar primero a sus representantes, porque no soporta ya que su pueblo siga estando extraviado y empobrecido, a manos – ¡en la boca! – de quienes Él había enviado para protegerlo y nutrirlo.
No es suficiente, pues, sentirse personalmente llamados, si no se vive para llamar por el nombre a las ovejas del Dios (cfr. Jn 10,3; Const 22). El puede desautorizar a sus legítimos representantes y confiar su grey a otro que lo apaciente según su corazón y con su autoridad (Ez 34,23). Si la profecía es palabra de Dios, continua teniendo validez; tiene por tanto que poner en crisis nuestra proclamada seguridad de ser, sin más, «signos y portadores del amor de Dios a los jóvenes» (Const 2) y debe avivar nuestra responsabilidad ante Dios, quien habló de una futura salvación, y ante su grey, para la que hemos sido llamados a hacer las veces de Dios.
Haber introducido el primer capítulo de las Constituciones con la promesa del Dios Pastor pone a la Congregación, comunidad de pastores de los jóvenes, en la incómoda situación de tener que considerar cuanto ya ha hecho como no del todo satisfactorio. La iniciativa de Dios que está por cumplirse «no autoriza evidentemente ninguna tranquilidad beata; más aún, nuestra responsabilidad se acrecienta gravemente, y nuestra colaboración con el Espíritu se nos convierte en imperiosa necesidad cotidiana ».36
Nuestra existencia en la Iglesia como comunidad apostólica no es sólo un don que suscita el agradecimiento; es, sobre todo, una tarea que realizar, el modo de mantenernos fieles a nuestro origen, un proyecto de Dios desvelado en el sueño de Don Bosco. Estamos realizando la profecía y viviendo el sueño. La fidelidad a nuestro origen facilita a Dios la fidelidad a su palabra. De hijos y herederos de un santos soñador nos convertimos así en ejecutores de la profecía divina. Intérpretes de la Palabra no es quien la sabe decir o explicar a los demás, sino quien, viviendo su sentido y viviendo por él, realiza el sueño de Dios.
Cuando nuestra misión apostólica actúe la Palabra de Dios, cuando nuestra presencia entre los jóvenes represente a Dios y su cuidado por ellos, sabremos que somos el pastor prometido por Dios y nuestros jóvenes se sentirán apacentados por su Dios.
Quien sabe haber nacido de Dios, está seguro de su presente y puede afrontar cualquier porvenir. Si Dios ha estado ya con nosotros – y lo ha estado no por buenos que somos, sino porque somos para ser bue- nos –, no nos abandonará, siempre que nosotros no dejemos de dar cumplimiento a su promesa. La voluntad divina de «dotar a la Iglesia de un cuerpo especializado al servicio de los jóvenes»,37 supone, por tanto, un reto permanente a nuestra fidelidad y una apuesta continua a nuestra supervivencia, puesto que «se puede muy bien «resistir al Espíritu» (Hch 7,51), «apagar Espíritu» (1 Tes 5,19), que, en ese caso, podría confiar a otros la misión salesiana».38 Hay que tomar en serio tan grave advertencia, pues está incluida en la profecía de Ez 34.
Y tomamos a Dios en serio, si no nos consagramos a realizar su promesa. Ella es nuestra cuna…, podría ser nuestra tumba. No seremos los primeros pastores en la historia del pueblo de Dios expropiados de su grey…, y de su vocación. La misma profecía, de la que nos declaramos haber nacido, obligaría a Dios a repudiarnos, ni no fuéramos buenos pastores de la grey. Nuestra fidelidad a Dios pasa inevitablemente por la fidelidad a los jóvenes, a quienes Dios confió nuestras vidas.
Afirmar la fidelidad de Dios a su palabra, que vemos realizada en nuestra existencia dentro de la Iglesia, es un audaz y entusiasmado acto de fe. Al mismo tiempo constituye un exigente desafío compromiso a nuestra fidelidad. Los salesianos – no hay que olvidarlo – decimos creer que debemos nuestra existencia a la preocupación pastoral de Dios por los jóvenes. Con este acto de fe no abrimos un libro de normas, aceptadas libremente; nos declaramos, más bien, dispuestos a asumir, como expresión de la voluntad salvífica de Dios, cuanto libremente hemos profesado. Con este acto de fe hemos empeñado públicamente nuestra palabra, y nuestra vida, para hacer nuestro el proyecto de Dios y realizar el sueño que hizo santo a Don Bosco, hace ya casi doscientos.
Para concluir, me parece oportuno resumir brevemente lo dicho en cuatro afirmaciones:
1. Si la cita profética de Ez 34,11.23 «se aplica maravillosamente a Don Bosco» e “subraya la iniciativa divina de su vocación», además de expresar «muy bien la misión salesiana: guiar y nutrir a los jóvenes», nosotros, familia salesiana, podemos sentirnos orgullosos de ser herederos de un santo soñador. Pero por ello mismo debemos sabernos responsables y administradores de una salvación prometida por Dios mismo. La misión salesiana è parte del proyecto de salvación que Dios ha pensado y está actuando a favor de la juventud. No es un encargo, libremente por nosotros elegido, que podemos realizar autónomamente; es la tarea para la que hemos sido personalmente elegidos. De nuestra actuación depende la realización de la promesa divina: en nuestro poder está que Dios cumpla su palabra. Hemos asumido una grave responsabilidad cuantos nos sentimos herederos del sueño de Don Bosco.
2. En la imagen del buen pastor, presente en la profecía de Ezequiel y en el sueño de Juanito Bosco, no queda asegurada el éxito final del proyecto de salvación de Dios. Viene, eso sí, identificado el método para su realización: la caridad pastoral, ese modo de amar hasta el final (Jn 13,1). «La caridad pastoral caracteriza toda la historia de Don Bosco y es el alma de sus múltiples obras. […] ¡Este es nuestro sello y nuestra credibilidad ante los jóvenes! […] A través de las necesidades y los requerimientos de los jóvenes, Dios está pidiendo a cada miembro de la Familia salesiana que se sacrifique a sí mismo por ellos. Vivir la misión no es, pues, un activismo vano, sino más bien conformar nuestro corazón según el corazón del Buen Pastor, que no quiere que ninguna de sus ovejas se pierda».39
3. El Dios Pastor elige un representante, «un pastor que los apacentará» (Ez 34,11). El cuidado, la protección que personalmente Dios asegura a su grey se hace evidente en la elección de su delegado. No es pastor de la grey de Dios quien quiere sino quien ha sido para ello querido, no lo es quien va y trabajar, sino quien, enviado, no puedo no ir y trabajar. Pero para re-presentar a Dios, su pastor debe vivir de forma que reproduzca la voluntad salvífica de Dios y su modo de relacionarse, cual buen pastor, con el pueblo. Su vida tiene que ser signo fehaciente del compromiso de Dios. El pastor elegido no podrá elegir ni el cómo, ni el dónde ni el para quién vivir, porque ha sido elegido para personificar la preocupación pastoral de su Dios. En su modo de comportarse con el pueblo, ha de resplandecer su empeño de llegar a ser, como su Dios, buen Pastor. Si la grey es su misión, Dios sigue siendo siempre el modelo y el único motivo.
4. Concluyo con una advertencia, que si bien no aparece en el sueño de don Bosco, es parte importante de la profecía de Ezequiel. Antes de comprometerse con pastorear personalmente a su pueblo, Dios ha renunciado a sus anteriores enviados: «Heme aquí, contra los pastores; les voy a pedir cuenta de mi grey» (Ez 34,10). Para poder llegar a ser El en persona pastor de los suyos, Dios tuvo que eliminar a sus representantes. No basta, pues, con ser legítimo pastor, enviado por Dios, si no se llega a ser realmente bueno, es decir, «si no se da la vita por las ovejas…, para que tenga vida y la tengan en abundancia» (Jn 10,11). Quien no es buen pastor, o porque no conoce sus ovejas o porque no entrega su vida por ellas (Jn 10,14-15), no puede re-presentar a Jesús, buen Pastor. Ser el pastor que Dios ha pensado enviar a los jóvenes impone el ejercicio de ese amor que «consiste en “dar todo” […] Es camino de ascesis; no hay presencia animadora entre los jóvenes sin ascesis y sacrificio. Perder algo o, mejor, perder todo para enriquecer la vida de los jóvenes es la base de nuestra entrega y de nuestro compromiso».40 Sin pagar personalmente, sin sacrificio de sí, no se representa fehacientemente al Dios Pastor, peor aún, se corre el peligro de quedar por él despedidos. Solo quien da la vida por los demás, puede ser reconocido por Dios como buen pastor.
Tal fue el sueño realizado por Don Bosco, que prometió «a Dios que hasta el último aliento de mi vida será para mis jóvenes pobres»41.
NOTAS
1 CHÁVEZ P. , Conoscendo e imitando Don Bosco facciamo dei giovani la missione della nostra vita. Strenna 2012, Roma: Tipografia Vaticana, 2011, 3.
2 CHÁVEZ P. , ‘Buenas-noches’, en La comunidad salesiana, hoy. Documentos del Capítulo General 25, ACG 378 (2002) 179.
3 AA.VV., El Proyecto de Vida de los Salesianos de Don Bosco. Guía de lectura de las Constituciones salesianas. Editorial CCS, Madrid 1987, 72-73.
4 «Possiamo dire che nelle Costituzioni abbiamo tutto Don Bosco; in esse il suo unico ideale di salvezza delle anime; in esse la sua perfezione con i santi voti; in esse il suo spirito di soavità, di amabilità, di tolleranza, di pietà, di carità e di sacrificio » (RINALDI F., “Il Giubileo d’oro delle nostre Costituzioni”, ACS 23 [1924] 177).
5 «Haced que cada punto de la santa Regla sea un recuerdo mío», dejó dicho a las salesianas (MB X, 591). A sus salesianos: «Creedme, hijos míos, guardad nuestras santas Reglas! Ese es el mayor y más querido recuerdo, que este vuestro pobre y anciano padre puede dejaros» (MB XVII, 259).
6 BOSCO G., Memorie dal 1841 al 1884-5-6 pel sac. Gio. Bosco a’ suoi figliuoli salesiani [Testamento spirituale], en MB XVII, 226. Ver la edición crítica a cargo de Francesco Motto, en BRAIDO P., (a cura di), Don Bosco Educatore, scritti e testimonianze, LAS, Roma 31997.
7 Fue el mismo Don Bosco quien quiso inmortalizar el acontecimiento y hacerlo público con una histórica, y costosa, fotografía. “Possiamo ritenere quindi questa immagine come emblematica di Lui, la sua ‘fotografia ufficiale’” (SOLDÀ G., Don Bosco nella fotografia dell’800 (1861-1888), SEI, Torino 1987, 124).
8 DON MICHELE RUA, Lettere circolari ai salesiani, Direzione Generale Opere Don Bosco, Torino 1965, 498.
9 Proyecto, 93.
10 AUBRY J., Una via che conduce all’amore. Commento alle Costituzioni salesiane rinnovate, Torino: LDC, 1974, 32.
11 BOSCO G., Memorias del Oratorio de San Francisco de Sales de 1815 al 1855. Estudio introductorio de Aldo Giraudo. Traducción y notas de José Manuel Prellezo, Madrid: CCS, 2011, 62.63.
12 STELLA P., Don Bosco nella storia della religiosità cattolica. Vol. I: Vita e opere, Zürich: PAS-Verlag, 1968, 30.
13 BOSCO G., Memorias 88.
14 Cf. MB XVIII, 340-341. Ver un comentario sobre la importancia del sueño para Don Bosco en, en LENTI A. J., Don Bosco. Historia y Carisma. I: Origen. De I Becchi a Valdocco (1815-1849), Madrid: CCS, 2010, 162.
15 “Le souvenir qu’il [le songe] a laissé, bientôt formalisé dans un récit oral, puis écrit, a subsisté et tenu un place privilégiée dans l’histoire de son âme” (DESRAMAUT F., Don Bosco en son temps (1815-1888), Torino: SEI, 1996, 21).
16 La trama entre historia personal e historia del Oratorio queda en evidencia desde las primeras páginas de las memorias del Oratorio. Comenta Don Bosco, tras haber narrado el sueño de los nueve años: «Los hechos que expondré a continuación le confieren cierto sentido. No hablé más del asunto … Pero cuando, en el 1858, fui a Roma para tratar con el Papa de la congregación salesiana, me hizo narrarle con detalle todas las cosas que tuvieran algo de sobrenatural, aunque solo fuera la apariencia. Conté, entonces, por primera vea el sueño tenido a la edad de nueve a diez años» (BOSCO G., Memorias 12).
17 VIGANÒ E., Un progetto evangelico di vita attiva, Torino: LDC, 1982, 32.
18 MB I, 254-255.
19 STELLA P., Don Bosco nella storia della religiosità cattolica. Vol. Il: Mentalità religiosa e spiritualità, Zürich, PAS-Verlag, 1968, 507.
20 STELLA, Don Bosco I, 161.
21 STELLA, Don Bosco I, 41.
22 VIGANÒ E., Un progetto evangelico 33.
23 NIGG W., Don Bosco. Un santo per il nostro tempo, Torino: LDC, 1980, 75-76.
24 BOSCO G., Memorias 135. Cfr. STELLA, Don Bosco I, 161. En 1876, durante una conferencia a los directores, Don Bosco llegó a afirmar «las demás Congregaciones y Órdenes religiosas tuvieron en sus comienzos alguna inspiración, alguna visión, algún hecho sobrenatural, que dio empuje a la fundación y aseguró su establecimiento; pero, en la mayoría de los casos, la cosa no pasó de uno o pocos de estos hechos. En cambio entre nosotros, las cosas proceden muy diversamente. Puede decirse que no hay nada que no se haya conocido de antemano. La Congregación no dio ni un paso que no fuera aconsejado por un hecho sobrenatural; no hubo cambio, mejora o ampliación que no fuera precedida por una orden del Señor» (MB XII, 68).
25 Proyecto, 80.
26 Cfr. ALONSO SCHÖKEL L. – SICRE J. L., I Profeti, Roma: Borla, 914.
27 Ver, p. ej., Nm 27,17; 1 Re 22,17; Jr 23,1-6; Sal 23; 80; Zac 11,4-17; Lc 15,3-7; 19,10; Mt 18,12-14; 25,32-46; Jn 10,1-18.26-29; 21,15-17; Hech 20,28; 1 Pe 5,1-4; Ap 7,17.
28 Ez 34,1-10: juicio sobre los pastores malvados (1-6: acusación formal; 7-10: publicación del juicio). Ez 34,11-16: autopresentación de Dios como pastor único, que defiende la grey de peligros externos. Ez 34,17-22: juicio sobre las ovejas malas y su expulsión. Ez 34,23-31: presentación del pastor elegido por Dios, nuevo y único intermediario de la alianza nueva.
29 Cfr. ALONSO SCHÖKEL L. – SICRE J. L,, Profeti 917.
30 El pastor descrito en Ez 34,11-16 es «un pastore che cerca le pecore che sono in situazione di grave crisi, disperse nei giorni nuvolosi e di caligine, pecore smarrite… Un pastore che cerca le pecore in situazione di dispersione» (MARTINI C. M., Preghiera e Conversione intellettuale, Casale Monferrato: Centro Ambrosiano – Piemme, 1992, 49-50).
31 MB II, 45.
32 BOSCO G., Memorias, 20.
33 CG20, 45.
34 AUBRY J., Lo Spirito Salesiano. Lineamenti (Roma 1974) 63. 23. CG20, 36.
35 CG20, 36.
36 AUBRY J., Una via, 34.
37 CG20, 14.
38 CG20, 15.
39 CHÁVEZ P. , Conoscendo e imitando Don Bosco, 31.
40 CHÁVEZ P. , Conoscendo e imitando Don Bosco, 31.
41 MB XVIII, 229.