¿Cuál es nuestra actitud ante las experiencias y acontecimientos que viven los jóvenes? Es una buena pregunta que tendríamos que hacernos con más frecuencia. A veces corremos el riesgo de gastar nuestras fuerzas y capacidades en derrochar creatividad, en hacer planificaciones brillantes, hermosos videos y powerpoints, planes formativos geniales... y se nos pasa por alto lo que tenemos delante: la vida del joven y lo que vive en ella. No nos queda tiempo, y tiempo del bueno, para acompañar estos acontecimientos que tanto pueden determinar sus vidas, en todos lo planos, especialmente el vocacional.
Esta sensibilidad, cada vez más creciente, esta demandando un nuevo perfil de educadores, más volcados hacia una labor de acompañamiento personal y quizás no tanto hacia aspectos técnicos de la animación o de la educación. Esto no quiere decir que haya que prescindir de los segundos, sino que los primeros empiezan a ser muy relevantes y significativos en los equipos educativos.
Hay algunas acttitudes fundamentales que, desde este nuevo perfil de educadores-pastores de jóvenes, habría que cuidar.
Sería deseable que tuievieran actitud de prudencia y tacto para comprender, acercarse a la vida de los jóvenes con respeto y delicadeza y ser capaces de dialogar desde la sencillez, respetando su libertad.
Que sean capaces de presentarse como son, en el plano humano y de la fe.
Capaces también de ayudarles a interpretar, dentro de la fe, el significado de los hechos de su vida. Se trata de iluminiar la realidad actual con la luz y la fuerza del Evangelio.
Que ayuden a crear un clima dialogante para hablar con los otros, no a los otros; escuchar juntos la voz de los hechos y los hechos de la Palabra de Dios, caminar juntos y vivir en común para ser creyentes.