“Resulta que gigantes y dragones eran enemigos desde siempre. Pero habían aprendido mucho. Ya no eran tan tontos de montar guerras con terribles batallas en las que morían miles de ellos. Ahora lo arreglaban cada año jugando partidas de bolos. Un gigante contra un dragón. Quien perdía se convertía en esclavo del ganador. Si un dragón ganaba tendría un musculoso gigante para todas las tareas pesadas. Si lo hacía el gigante, tendría vuelos y fuego gratis para todo un año.
Así habían evitado las muertes, pero cada vez se odiaban más. Cada año los ganadores eran más crueles con los perdedores, para vengarse por las veces que habían perdido. Llegó un momento en que ya no querían ganar su partida de bolos. Lo que querían era no perderla. Y el que más miedo tenía era el gigante Clemente, el mejor jugador de bolos. Nunca había perdido. Muchos dragones habían sido sus esclavos, y se morían de ganas por verle perder y poder vengarse. Por eso Clemente tenía tanto miedo de perder. Especialmente desde la partida del último año, cuando falló la primera tirada de su vida. Así que decidió cambiar algo.
Al año siguiente volvió a ganar. Cuando llegó a su casa con su dragón esclavo este esperaba el peor de los tratos, pero Clemente le hizo una propuesta muy diferente.
- Este año no serás mi esclavo. Solo jugaremos a los bolos y te enseñaré todos mis secretos. Pero debes prometerme una cosa: cuando ganes tu partida el año que viene, no maltratarás a tu gigante. Harás lo mismo que estoy haciendo yo contigo.
El dragón aceptó encantado. Clemente cumplió su promesa: pasó el año sin volar ni calentarse. También cumplió el dragón, y desde entonces ambos hicieron lo mismo cada año. La idea de Clemente se extendió tanto que en unos pocos años ya eran muchos los gigantes y dragones que se pasaban el día jugando a los bolos, olvidándose de las luchas y los malos tratos, tratándose más como compañeros de juegos que como enemigos.
Mucho tiempo después Clemente perdió su primera partida. Pero para entonces ya no tenía miedo de perder, porque había sido él quien, renunciando a esclavizar a sus dragones, había terminado con su odio, sembrando la primera semilla de aquella paz casi imposible entre gigantes y dragones.”
Lo primero a que nos puede llamar la atención de este cuento es que, si bien los dragones y gigantes habían llegado al acuerdo de dejar de lado la guerra, continuaban enemistados. Esto puede significar dos cosas: 1) La ausencia de guerra no es siempre sinónimo de paz; y 2) La existencia de acuerdos entre dos partes tampoco lo es. Lo anterior nos dirige a pensar que la paz es algo más profundo que simples acuerdos o situaciones intermitentes, sino más bien, algo que se conecta con lo más hondo de uno mismo y del otro.
Esta paz, como todo, tiene su antónimo: la intranquilidad. Da la casualidad de que ambos, dragones y gigantes, se encontraban en este estado no tan feliz. Clemente, el gigante, en especial. La intranquilidad que sentía no sería únicamente por el miedo que le generaba pensar en lo que los dragones podrían llegar a hacerle como venganza. No. Seguramente se sentiría intranquilo con él mismo. En su conciencia seguramente pesaba cada vez más el haber hecho sufrir a tantos dragones. Esto fue así hasta que, dejando de lado la comodidad, liberó a su dragón. Lo más curioso es que haciendo esto, también se liberó a él mismo.
Dios nos invita a esto. A estar en paz con el otro, con uno mismo y con Él. Lo difícil muchas veces es caer en la cuenta de que uno no puede estar en paz con Dios sin antes estarlo con uno y con los demás. Tanto es así que momentos antes de recibir la eucaristía nos saludamos dándonos la paz. Antes de encontrarnos con Él, quiere que estemos en paz con los otros, porque estando en paz con el hermano es que se está en paz con Dios.
Es así que nos puede llegar la siguiente pregunta: ¿Cómo hago para estar en paz con el otro? Unas de las posibles respuestas nos las dieron nuestros amigos mitológicos: encontrando lo que tenemos en común y haciéndolo prevalecer ante lo que nos diferencia. En el caso de los dragones y gigantes fueron los bolos… y a vos: ¿qué te une con tu dragón?
Andrés Cardarello
Animador de JMS del Colegio Pío
Estudiante de Psicología