En vacaciones de julio del año 2012, con los jóvenes de Talleres Don Bosco, fuimos por segunda vez a misionar al paraje “Chileno Chico”, en el departamento de Durazno. Uno de los lugares de nuestro querido país al cual le denominamos “el Uruguay profundo”, por su forma agreste, muy inhóspita, poco transitada, a causa del deteriorado estado de los caminos, la poca gente que hoy queda viviendo en el medio y la rinconada donde se ubica.
Luego de un aventurero viaje en el camión del Paiva, llegamos a nuestra base misionera de alojamiento, el galpón de una estancia a 30 km de Blanquillo, el centro poblado más cercano que teníamos del radio misionero que esperábamos abarcar. A demás de los momentos de reflexión y oración del grupo misionero, nuestros objetivos esta vez eran: recorrer los hogares dispersos entre los 60 km del paraje y lograr dar un paso más en la reconstrucción de la comunidad cristiana de la capilla de esta zona. Iniciamos las tareas visitando las familias, para tener un rato de charla, un momento de oración con el núcleo familiar o agrupando vecinos en alguna de las casas que ellos mismos ofrecían. Culminamos esos días de misión con dos encuentros comunitarios en la capilla, uno de convivencia - planificación con los más allegados a la comunidad cristiana y otro celebrativo, invitando a todos los que habían sido visitados en esos días.
En el primer encuentro realizamos dinámicas colaborando a “soplar las brazas” de los buenos recuerdos, de aquellos años dorados de esa comunidad, re encantarse con el hecho de volver a encontrarse, plantearse sueños en común y la forma de llegar a concretarlos. Esa tarde sobresalía en los vecinos las sonrisas más grandes que habíamos visto en esos días. Brotaban risas al recordar anécdotas, mirando fotos de sus encuentros de antaño, viéndose allí más jóvenes. De lejos se sentían las carcajadas arrancadas por los cuentos de personajes comunitarios que siempre están presentes, haciendo muy agradable y divertidos esos momentos.
Mientras comíamos unas tortas fritas y un chocolate caliente alrededor de la estufa a leña de la capilla, fuimos motivando la expresión de sus sueños. Los vecinos allí se plantearon poner la luz eléctrica en la capilla, hacer un beneficio entre todos para lograr el dinero y tener una misa por mes, con el cura más cercano al lugar, que distaba unos 90km.
Al día siguiente muy de mañanita, finalizaba la misión convocando a todos los vecinos en la capilla, para encender un fuego e ir cocinando un enorme guiso, con el aporte de todos. Unos traían verduras de sus huertas, otros carne del consumo de su casa, otros fideos, porotos y quién no a demás de esos comestibles compartía una repostería casera para ir haciendo boca. Así fuimos cocinando entre vecinos, misioneros, amargueando y comiendo los buñuelos de doña Juana. Cerca ya del medio día, bajo un tibio sol de invierno, mientras se cocinaba el guiso en una enorme olla de hierro, a su costado, comenzamos a celebrar la misa, precedida por el párroco del lugar, ya siendo para ellos el inicio de un sueño casi cumplido.
Luego de leer el pasaje bíblico sobre la unidad ejemplificado con las partes del cuerpo, comienza el párroco a decir unas palabras. Allí lo que sucedió fue causa de asombro de todos los misioneros, una experiencia indescriptible. Cuando el párroco comienza a señalar el valor de los sueños y la forma comunitaria de llevarlos a cabo, Don Raúl levantó la mano, pidió permiso para hablar y le preguntó al cura “¿y usted qué necesita para venir una vez al mes a dar la misa?”, como diciendo “vamos a ir concretando ahora mismo…”. A lo cual el sacerdote comenzó a dar unas explicaciones sobre la distancia y lo mal que estaban los caminos. Don Raúl, ni corto ni perezoso, lo interrumpe y como acelerando el tramite, mientras miraba la camioneta del cura le vuelve a decir: “¿y cuanto gasta usted para venir hasta acá?”. Los ojos de los misioneros eran verdaderos “huevos fritos”, no pudiendo creer lo que estaban presenciando y ni que hablar cuando la gente comenzó a decir cada uno lo que aportaba de dinero para pagar el combustible del cura.
Inmediatamente Silvia una de las más jóvenes de la comunidad, propuso juntarse la semana siguiente para comenzar a preparar el beneficio iniciando la recolección de dinero en pos de la instalación eléctrica. Nos mirábamos entre los misioneros y sin decir nada, parecía decirnos todo, “acá está el Espíritu”. Aquella inolvidable homilía comunitaria, culminó con un gesto de ofertorio, donde diciendo cada uno de los sueños que se habían propuesto concretar, se iba plantando un arbolito al lado del altar, cada uno con su nombre: “Trabajo compartido”, “Luz”y “Misa”. La tarea de los vecinos sería cuidar su crecimiento, como el símbolo del aporte de todos para que estos tres sueños si hicieran realidad.
Luego de la misa siguió la fiesta, con una gran ronda compartiendo el guiso, juegos y baile de campaña, hasta que nos llegó la hora de volver, allí la comunidad agradecida nos despidió con su tremendo cariño.
Esta experiencia misionera comunitaria, me hace pensar en una de las frases de Dom Helder Cámara “Cuando sueñas solo, sólo es un sueño; cuando sueñas con otros, es el comienzo de la realidad”. Los otros, los próximos y lo no tanto, son el motivo para salir de tu individualismo y el sentido del “para qué” estamos caminando juntos, descubriendo que en el encuentro se da el milagro, donde el Espíritu del Resucitado puede hacer posible, el despertar de lo que antes estaba dormido. Deja que Él sople las brasas de tu corazón, para que con otros, se encienda el fuego de la verdadera hermandad.