Ya en el Antiguo Testamento, en la misma forma de actuar de Dios con Israel descubrimos algunas actitudes que nos hablan de acompañamiento:
+ Dios camina con su Pueblo (Dt 31,8) y lo guía para que escoja el sendero de la Vida (Dt 30, 15-16).
+ Dios sale permanentemente al encuentro del hombre (Sal 42,3) y desde antes de su nacimiento cada persona disfruta ya de la cercanía cariñosa y comprometida de Dios (Jer 1,5).
+ Dios está en medio de su Pueblo (Is 7,14) y habla y comprende al hombre, es Padre, pastor (Is 40,11), envía mensajeros que acompañen al pueblo en su camino y revelen su voluntad (Jer 1,4-10).
+ Dios desde todo los tiempos se nos revela a cada uno en particular y nos acompaña en el camino hacia Él. Su presencia en medio del pueblo, su confianza en cada uno de nosotros, su esperanza en la nueva humanidad, su entrega universal para todos se personalizan en Jesús de Nazaret.
Éste es el camino propio de la educación en la fe: colaborar con la persona para que ésta se abra a la propuesta de Dios, acompañar un proceso, no como quien dirige sino como quien ayuda, habiendo hecho uno mismo y reconociendo el propio proceso y reconociendo en la propuesta de Dios el mayor BIEN de nuestra vida.
Si hay algo que podemos comprobar en un recorrido por la Biblia es esta pedagogía de Dios, que atiende a los procesos humanos y que en ellos se va develando y revelando.
Por otra parte, podemos afirmar que la misma pedagogía de Jesús nos lleva una vez más hacia el acompañamiento:
+ Jesús reúne a los apóstoles para que estuvieran con Él (Mc 3,14); los llama uno a uno, personalmente (Mc 1, 16ss) y antes de enviarlos crea con ellos su pequeña comunidad donde vivir la comunión, la amistad, la fraternidad.
+ Jesús llega hasta el corazón de la experiencia en la vida de cada uno. La pedagogía de Jesús conduce al diálogo, el interés, la superación de la enemistad para, a partir de ahí, entablar una relación nueva de encuentro y amistad.
+ Jesús está abierto a recibir las preguntas de todos (Jn 3,1), no condena (8,11), pero es claro en sus planteos y sabe a dónde apuntar para cambiar la vida de las personas (Lc 19,9-10).
+ Jesús educa sobre todo por su manera de comportarse entre los hombres, sus testimonio, sus gestos, sus palabras convierten su presencia en acontecimiento gozoso y salvador. Ejerce con ellos en todo momento una relación de acompañamiento siendo el Maestro, modelo de todos aquellos que buscan acompañar a los jóvenes.
Esta lista puede continuarse. Encontrar más elementos de la forma de educar y acompañar que tenía Jesús ayudará a comprender mejor y darle más valor a nuestra tarea de educación integral de los niños, adolescentes y jóvenes.
Para ello te proponemos leer alguno de los episodios en que Jesús se encuentra y dialoga con alguna persona, para desentrañar algunas claves en el itinerario de todo buen acompañamiento.
Habrá que preguntarse por los personajes, por los gestos y actitudes de cada uno, por la forma en que son cuestionados, por las transformaciones que se van dando...
Animar cualquier realidad educativa (oratorio, escuela, grupos asociativos, jóvenes, catequesis, etc.) con criterios de acompañamiento a los “alumnos y alumnas”, es poner sólidos fundamentos educativos y carismáticos que supone la creación de un significativo y cuidado ambiente pedagógico.
Se requiere cultivar la confianza y la esperanza en los jóvenes, como lo hizo Don Bosco que repetía: “En cada joven, aún en el más abandonado hay un punto accesible al bien, y es deber de todo educador encontrar esa cuerda sensible y hacerla vibrar”. Es esa la actitud que nos permite descubrir en ellos, los valores y las potencialidades a desarrollar y no considerarlos como un problema que hay que gestionar.
Es también importante cultivar la paciencia histórica frente a los procesos personales y comunitarios.
Pero, ¿qué esperamos de este camino educativo del acompañamiento de los adolescentes y jóvenes?
favorecer en los jóvenes la experiencia de saberse amados, para alimentar la confianza, la asunción de las propias limitaciones y responsabilidades, el sentido de pertenencia a una comunidad, a una cultura, a un mundo;
cuidar la formación de la afectividad en una época de extendido analfabetismo emotivo;
educar para considerar la vida como una cosa buena, un don, un tesoro. Es importante acompañarlos para que encuentren nuevamente el sentido de sus raíces y la meta que los espera;
ofrecer el anuncio explícito y gozoso de Jesús. Para creer, los jóvenes necesitan el contacto con el manantial del amor, necesitan autenticidad y testimonio por parte de personas que viven la experiencia del encuentro con Él como fuente de alegría.
Aquí hay un listado de elementos imprescindibles en el acompañamiento de nuestro jóvenes. Quizás suenen un tanto abstractos...
Es cierto, pero tienen como meta que podamos generar nuestras propias herramientas, según nuestro ambiente y nuestras posibilidades.
Como todas las demás listas, queda abierta para que la enriquezcamos con los elementos propios de nuestra experiencia, y luego podamos aplicarlos.