“Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad”. Frente a Poncio Pilato, representante del Imperio poderoso, el hijo del carpintero de Nazaret, expresó sin ambigüedades el sentido de su vida. Allí, en el momento culminante, su vocación se le hizo totalmente transparente: dar testimonio de la verdad. La verdad sobre sí mismo, que en definitiva develaba la verdad sobre Dios y la verdad sobre el hombre, sobre todo hombre.Todos en algún momento nos preguntamos: ¿Quién soy? ¿Para qué estoy en el mundo? ¿Qué sentido tiene mi vida? ¿Por qué pasan cosas tan diversas? ¿Qué puedo hacer yo con mi vida?
Un buen educador realiza su misión desde la perspectiva de ayudar a que el niño, adolescente o joven que tiene a su lado, pueda descubrir y desarrollar su proyecto de vida. Un educador cristiano sabe que ese proyecto tiene que ver con Aquel que “al hacerse hombre se ha unido en cierto modo a todo hombre”. En Jesús, el sentido de la vida se ha hecho carne, realidad tangible, hombre concreto. El nihilismo, tan presente en nuestra cultura, no tiene cabida en nuestros ambientes. Ayudamos a la búsqueda personal e intransferible que cada chico hace de su propio proyecto, desde una mirada positiva cargada de sentido. Esta búsqueda tiene que ver, para nosotros, con la vocación, es decir con un llamado que, como semilla buena, Dios ha sembrado en lo más profundo de nosotros mismos. Ayudar a que la semilla germine sin que las piedras, ni las zarzas puedan ahogarla e impedir su crecimiento, ¡vaya tarea!
La mirada realista y positiva de Don Bosco sobre las posibilidades de cada joven, nos alientan a apostar a que los nuestros no se pierdan en la búsqueda egoísta de un proyecto centrado en sí mismos, sino que vayan a más. Que nuestros jóvenes quieran vivir vidas que valgan la pena, llenas de sentido, porque llenas de amor, dispuestas al servicio, plenas de Dios. Así serán felices “en el tiempo y en la eternidad” diría Don Bosco. Hombres y mujeres que se pregunten: ¿qué quiere Dios de mí?
Don Bosco, porque quería como nadie a sus jóvenes, les proponía como meta la santidad. ¿Nos animamos a tanto? ¿Los queremos tanto?
(palabras del Cardenal Daniel Sturla cuando era Inspector salesiano – 2011)