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El sistema métrico decimal

(Autor: José Gómez Palacios)

Yo era un pequeño libro de bolsillo envejecido prematuramente por el continuo trajín al que me sometía mi propietario. Recuerdo aquel domingo lluvioso de octubre. Mi dueño, un joven albañil que trabajaba de sol a sol, se levantó del jergón con las primeras luces a pesar de no ser día laborable. No cesó de silbar mientras se aseaba con el agua de una palangana desconchada. Antes de salir a la calle me tomó entre sus manos encallecidas. Leyó mi título una vez más: “Sistema Métrico Decimal”. Sonrió. Me colocó en el bolsillo de su camisa de franela. Se caló la gorra de obrero, salió a la calle y echó a correr por los señoriales pórticos de Turín. Me agarré con fuerza para no salir despedido. Abandonó el centro de la ciudad y se adentró por los caminos embarrados del barrio de Valdocco. Saltaba esquivando los charcos. Yo escuchaba su respiración entrecortada. Llegamos al Oratorio. Se detuvo. Tomó aire mientras buscaba con la mirada a Don Bosco. sistema mtrico

En cuanto el sacerdote le vio, se le acercó sonriendo. Entonces mi dueño me levantó, como quien enarbola la bandera de la cultura, y gritó a Don Bosco: “¡Lo he conseguido: ya soy oficial de primera. Y todo gracias a usted y a su libro! Soy la única persona de la obra que sabe trasladar las antiguas medidas al nuevo Sistema Métrico Decimal”. Hablaron como dos buenos amigos. Me emocioné al saber que aquel cura era el autor que había dado vida a mis páginas. ¡Cuántas horas robadas al sueño para ayudar a sus jóvenes! Me llené de orgullo cuando ponderaron mis tablas destinadas a convertir pies y pulgadas en metros; onzas y libras en kilos… Cuando Don Bosco reparó en mis hojas gastadas, me guardó en su bolsillo y alargó al joven albañil un ejemplar por estrenar diciéndole: “Un oficial de primera debe tener un libro nuevo. Éste se lo daremos a algún muchacho que esté aprendiendo”.

Actualmente me levanto antes que el sol y subo al andamio en el bolsillo de un aprendiz de once años. Las hojas de mi cuerpo siguen manchadas de cal, arena y sudor de niño. A pesar de mis achaques, sigo siendo fiel a mi autor y me esfuerzo por enseñar todos mis secretos al pequeño con quien trabajo. Él también será algún día un digno y “honrado ciudadano”.

La historia: Mayo de 1849. Vista la inminente entrada en vigor del decreto que abolía el antiguo sistema de medidad piamontesas e instauraba el Sistema Métrico Decimal, Don Bosco publica un pequeño libro, de ochenta páginas, para sus jóvenes que trabajaban. Su «Sistema Métrico Decimal» será un modelo que intuición pedagógica, de simplicidad y utilidad.

 

El catecismo de la primera comunión

Soy un catecismo de la parroquia de San Andrés de Castelnuovo. De cuaresma a cuaresma permanezco encerrado en un arcón de madera junto a varias docenas de pequeños catecismos hermanos míos. Mostramos con orgullo nuestro nombre: “Compendio de la Doctrina Cristiana”. 201405 le cose di don boscoLas manos rudas de varias generaciones de niños campesinos no han conseguido desencuadernarme: mis sólidas tapas permanecen unidas a mi lomo. Mis hojas amarillentas son testigo de años ininterrumpidos dando a conocer la doctrina cristiana. Recuerdo aquella cuaresma de 1827. El párroco, don José Sismondo, abrió el arcón como quien abre un tesoro. Nos distribuyó. Me tocó en suerte un muchacho de pelo rebelde y ojos despiertos. Se llamaba Juan Bosco. Me abrió con decisión y su mirada comenzó a acariciar las preguntas del texto escritas en negrita. Leía deprisa. De pronto noté que algo no iba bien. Aquel muchacho tan sólo leía las preguntas… Sus ojos saltaban las respuestas. Era urgente hacer algo. De seguir así no aprendería la doctrina.

Temblaban mis hojas sin saber qué hacer. Antes de dar con una solución, el párroco ordenó cerrar los catecismos y comenzó a tomar la lección. Él formulaba una pregunta y cada muchacho debía recitar de memoria la respuesta. Le llegó el turno al pequeño Juan. Tras la pregunta, un breve silencio. Temí lo peor. Pero el chico respondió con aplomo y perfección. Y en mi mente de papel amarillento, surgió una duda: ¿Cómo sabía la respuesta si tan sólo había leído las preguntas…? Varios días después conocí a su madre, Mamá Margarita… y lo comprendí todo. De ella había aprendido Juan no sólo las respuestas del catecismo, sino también a admirarse ante la inmensidad del cielo, a escuchar la voz de la conciencia, a abrir las manos para recrear el milagro de la solidaridad con los pobres que llamaban a la puerta de su humilde casa… Aquella sencilla mujer era un catecismo vivo con el que yo nunca podría compararme.

 

El establo

Durante las largas tardes de invierno yo era el lugar más apreciado de la casa. El calor de la vaca y el ternero hacían de mí un espacio acogedor, a pesar de mi persistente olor a estiércol y de las incómodas pulgas de las que nunca logré librarme. 201306 le cose di don bosco-il fienileCon la llegada de los primeros fríos me convertía en el centro social de la vida campesina. Pero yo añoraba espacios abiertos. Entre mis muros de establo se apretujaban dos animales, un tronco vacío convertido en pesebre, los haces de heno, varios cedazos redondos colgados en las paredes y algunas horcas polvorientas aguardando el tiempo de aventar la parva tras la trilla. Todo cambió cuando Juan Bosco inició sus reuniones en mi interior. Su voz, todavía de niño, tenía la fuerza y los matices necesarios para hacer añicos los muros que oprimían mis ansias de libertad… Sus palabras abrían ventanas a la fantasía. Escuchándole he sido testigo de la refinada vida cortesana de los Pares de Francia. He presenciado las duras batallas que sostuvo Carlomagno contra el terrible Fierabrás, rey de Alejandría.

He recuperado la libertad de manos de Floripes, la princesa oriental más bella que uno pueda imaginar. En muchas ocasiones se me saltaron las lágrimas de tanto reír al escuchar, de labios de aquel chaval, astucias e ingenios del rústico Bertoldo y de su hijo Bertoldino… Así aprendí que hay un tiempo para llorar y otro para reír. Desde que él marchó, mis inviernos son más largos. El viento helado se cuela por las rendijas de mi desvencijada puerta y añoro aquellas historias que ponían latidos de vida a mi miseria. Hace poco escuché decir que todavía sigue contando historias y abriendo ventanas de esperanza a cientos de niños pobres. Estoy seguro que es así. Juan siempre supo convertir en realidad los sueños que construía con sus palabras.

La historia: Don Bosco cuenta en las Memorias del Oratorio como solía entretener a los amigos y vecinos durante su infancia en I Becchi. En las largas tardes de invierno, en efecto, tenía el hábito de invitar a todos al establo para contar las historias de Los Reyes de Francia y las Aventuras de Bertoldo y Bertolino (Memorias del Oratorio, primera década, n.1)

 

La llave del cofrecito

Soy una pequeña llave de metal dorado. Me cabe el honor de haber custodiado los secretos de un pequeño cofre de madera forrado de terciopelo. Soy fuerte y fiel. Nunca me he vendido a nadie. He preservado, durante más de treinta años, los ahorros de Don Calosso. Este anciano sacerdote, que caminaba encorvado por el peso de los años, fue doctor en teología. Bajo su sotana gastada por los años latió un corazón lleno de sabiduría y bondad.201310 le cose di don bosco-la chiave Hablaba de Dios con palabras sencillas que entendían hasta los campesinos de Morialdo. Mi vida ha cambiado desde hace unas semanas. Don Calosso ayudaba a Juan Bosco, un muchacho de I Becchi que no podía pagarse los estudios. Le enseñaba latín al tiempo que le mostraba el camino para ser sacerdote. Pero un aciago día Don Calosso sufrió un ataque de hemiplejia. Quedó paralizado de medio cuerpo y perdió el habla. Aún le quedaron fuerzas para pedir, por señas, que llamaran a Juan Bosco. El chico voló al lado del sacerdote.

El anciano párroco, con gran secreto y decisión, me entregó al muchacho. A pesar de la tristeza del momento me sentí en buenas manos. Los ojos de aquel chico reflejaban sinceridad. Murió Don Calosso y avisaron a sus sobrinos… Participaron con rutina en el entierro. Concluido el funeral fueron a la rectoría. Al descubrir el cofre se agitó su corazón ambicioso.

Preguntaron por la llave. Nadie sabía nada. Gritaron que ellos eran los herederos. Juan Bosco, que me guardaba en el interior de su mano cerrada, sin pronunciar palabra la abrió. Y aparecí yo. Los ojos de los sobrinos brillaron de avaricia. Me arrancaron de la mano. Se precipitaron hacia el cofre. Abrieron, sacaron el dinero… y marcharon. Juan vivió semanas de dolor, y yo con él. Al final sus ojos se llenaron de vida y comenzó a guardar un nuevo tesoro en el cofre: los libros de Don Calosso. Está decidido a aprender a hablar de Dios con palabras sencillas. Y yo soy la llave que custodia esta sabiduría.

La historia: Don Bosco siempre ha conservado un bello e inolvdable recuerdo de su maestro don Calosso. Es él mismo que, en las Memorias del Oratorio, nos cuenta la historia de la llave del cofrecito (Memorias del Oratorio, primera década, n.3)

 

El palo enjabonado

De aldea en aldea y de feria en feria. Así transcurría mi vida de tronco de cucaña. Siempre me molestó que me embadurnaran con grasa de tocino. Pero era el precio que debía pagar para no verme devorado por las llamas de cualquier hogar campesino. Mi dueño, -un feriante de pobladas cejas y mirada aviesa-, me preparó para la feria de Montafía, un pequeño pueblo de calles sin empedrar y olor a vacas. Amanecía cuando mi amo me transportó hasta la plaza. 201307 le cose di don bosco-lalberoA golpes de mazo me encajó con piedras verticales para que mi cuerpo se mantuviera firme y enhiesto. De mi parte superior colgaban los premios: una bolsa con 20 liras, un salchichón, un pañuelo, una botella de grappa… La plaza fue llenándose tras la misa mayor. Mi dueño voceaba con voz aguardentosa: ¡A cincuenta céntimos el intento! Y enseguida me vi rodeado de jóvenes campesinos ansiosos por demostrar su habilidad. Observaban los premios. Pagaban los cincuenta céntimos. Se abrazaban a mi cuerpo e iniciaban el ascenso con más ímpetu que habilidad. Pero las fuerzas les abandonaban prontamente. Uno tras otro resbalaban y caían entre silbidos. De pronto distinguí la mirada de un joven. No era un campesino. Sus ropas le delataban. Tal vez, un estudiante.

Sus ojos inteligentes examinaban las pequeñas cicatrices que me quedaron al cortar mis antiguas ramas. Cuando le llegó el turno inició el ascenso lentamente. Trepaba aprovechando cada nudo imperceptible. Se apoyaba sobre sus talones para recuperar fuerzas… dominaba la ansiedad. Cuando tuvo los premios al alcance de la mano, se detuvo. Estaba al límite de sus fuerzas. El gentío hizo silencio. Él serenó su respiración, levantó la mano… y de tirón arrancó la bolsa con las 20 liras y el salchichón. Descendió entre aplausos y desapareció rápidamente. Cuando me invade el tedio de ir de feria en feria, pienso en aquel estudiante. Estoy seguro que gastó el premio en libros y llegó a ser una persona sabia y bondadosa. Su recuerdo me da ánimos para seguir adelante.

La historia: Juan Bosco, joven estudiante en Chieri, debía encontrar recursos para pagarse los estudios. Por esto mismo se acostumbró a hacer diversos trabajos… y participó también en el juego del palo enjabonado (o engrasado) en una kermese en el pueblo. (Memorias Biográficas, volumen 1)

La jaula del mirlo

Yo era una vieja jaula olvidada en el pajar de una casa campesina. Todavía recuerdo aquella mañana de primavera. Unas manos pequeñas me sacaron del letargo en el que vivía. Un niño me limpió cuidadosamente. Arregló mis barrotes deteriorados. Afianzó la portezuela con un cordel nuevo. Y se hizo el milagro: mi silencio de jaula abandonada se llenó con la vida que revoloteaba dentro de mí. El mirlo que habitaba mi interior se habituó pronto a la estrechez de mi espacio. Yo me esforzaba para hacer agradable su cautiverio. Juanito Bosco, que así se llamaba el niño, mimaba al pájaro. Le animaba con silbidos para que su canto se elevara fuerte y melodioso. De tanto en tanto le traía pequeñas frutas silvestres, trigo y lombrices. El mirlo se acostumbró a que la vida fuera una fiesta.

La desgracia ocurrió una tarde de verano. Dormitaba la naturaleza bajo el sol. De pronto el mirlo comenzó a revolotear angustiado golpeándose con los barrotes. Abrí mis ojos. Sentí su aliento. Me paralizó el terror. El gato enorme, con gesto certero extendió su pata. Sacó las uñas. Zarandeó la jaula. Me empujó con violencia. Rodé por el suelo. Intenté hacer espesos mis barrotes, pero mis esfuerzos fueron inútiles. El gato consiguió meter su zarpa y alcanzar mortalmente al pájaro. Así fue como el mirlo se convirtió en un amasijo de plumas sanguinolentas y sin vida. Juanito comprendió enseguida lo que había pasado. No gritó, no dijo nada… Sus ojillos se llenaron de lágrimas. En su rostro de niño la impotencia se transformó en dolor. Hoy tan sólo soy una jaula vieja y oxidada. Me repito que no fue culpa mía, que son cosas que pasan, que el dolor destroza a veces las ilusiones… Y que quedo en paz. Lo que me duele todavía es que él tuviera que aprenderlo tan pronto. Era tan sólo un niño.

La historia: Cuando Juanito Bosco tenía 10 años se encariñó con un mirlo al que mimaba y enseñaba a cantar. Un gato terminó con la vida del pájaro. Juanito aprendió a no poner el corazón en las cosas. (Memorias Biográficas. Tomo I, Pág. 111).

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