Había muchos pastores en aquel pueblo. Cada uno tenía 100 ovejas. Todos los días las cuidaban lo mejor que podían. Por eso eran la envidia de los otros pastores de la comarca. Aquellos pastores tenían fama de ser muy competentes, conocedores del regreso, del lugar de pastos, aguas y atenciones requeridas en cada época del año.
Poco a poco se fue apagando su entusiasmo y se entretenían en hablar de sus cosas.
Un día llegó a tanto su desgana, irresponsabilidad o despiste que, entretenidos en hablar y jugar en el campo donde pastaban sus rebaños, al atardecer, a la hora de volver, no vieron más que doce ovejas. Todas las demás, habían desaparecido.
Pero no se propusieron ir a buscar a todas las que se habían perdido. Pensaron que era muy tarde y que ya volverían si querían. Ellos las habían amado, las habían cuidado bien, así que… ¿de qué se podían quejar? ¡Peor para ellas! Vamos a cuidar bien a las que nos han quedado, se dijeron. Y las orientaron entre todos, las llenaron de mimos. A veces había celos entre ellos, tanto las querían.
Algún pastor quiso separarse de los otros e intentar ir a buscar a las otras, pero por poco le pegan.
Pasaban muchas horas recordando a cada una de las que se habían perdido y procurando descubrir las razones por las que se perdieron. Hicieron poesías, artículos, estudios, estadísticas, libros… sobre ellas.
Al fin se acostumbraron a esas poquitas y las rodearon con cariño, las conocían al detalle y se turnaban para darles de comer. Les buscaron un lugar muy tranquilo, defendido de los vientos y con agua, y un buen cobijo.
Todo parecía ir muy bien, hasta que comenzaron a faltar pastos y hubo que ir monte arriba a buscar hierbas. Entonces vino la tragedia. Unas no podían subir, no estaban acostumbradas; otras se quedaban prendidas en las zarzas; algunas resbalaban en las rocas. Al final, comprendieron que tenían que turnarse llevándolas a hombros. De lo contrario, no llegarían y morirían sus ovejas en el camino.
Los pastores estaban allá arriba, cada vez más tristes porque envejecían con tan poquitas ovejas, y estas estaban cada vez más flacas, viejas, incapaces… ¡estériles!
Lejos, muy lejos, se veían muchas ovejas que corrían y jugaban con sus corderillos. Los pastores siempre comentaban a quienes veían que, aunque pareciese que aquellas ovejas estaban mejor, era pura apariencia.
Ninguna está tan bien guardada y es tan querida como estas. No tienen corderitos que estropeen la intimidad y la unidad; y, al final, morirán rodeadas de cariño. ¿Cuándo una oveja ha muerto tan querida?
Y, entre tanto, se pusieron a redactar un precioso documento sobre la vida y la muerte, la fecundidad, la alegría, sobre el pastor, sobre la libertad, sobre las ovejas dóciles y las descarriadas.
Alfonso Francia
(Educar con parábolas, Madrid, 2006)