Y vamos buscando en las cosas, en las personas y en las situaciones la parte que nos hace falta.
¿Cuál es la parte que falta? Esta es la pregunta del momento. Una reflexión muy bienvenida y apropiada. Esta sensación constante de que falta algo, esa sombra de tantos deseos que crece en nuestra alma, literalmente, tiene manía de asombrarnos. Si por un lado lo que falta nos mueve en busca, también nos hace entrar en un ritmo constante de siempre querer algo más. Nos quita de la inercia, pero nos lanza en el abismo del insaciable.
Y vamos buscando en las cosas, en las personas y en situaciones la parte que falta. Y vamos buscando las afinidades, los gustos, las emociones. Y buscamos en el trabajo de los sueños, en las relaciones perfectas y en la familia que decidimos que queremos tener. Y esa sensación de incompletud todavía insiste en permanecer.
La impaciencia de no conseguir encontrar lo que falta, parece hasta ofuscar lo que ya se ha encontrado. Una visión un poco injusta con respecto a todo lo que va tomando forma en nosotros. La falta parece ahuyentar la gratitud. ¿Vivimos por lo que nos falta o por lo que ya tenemos? La manía de buscar demasiado lo que falta puede quitarle valor a la riqueza de lo que Dios nos ha dado, de lo que la vida nos ha traído y de lo que conquistamos. ¿Y si intentamos amar más lo que tenemos y no lo que no tenemos, faltaría menos? Creo que sí.
Pero lo esencial es que olvidamos, muchas veces, que buena parte de lo que nos falta, nos trasciende. No es tangible, no es visible, no tiene forma perfecta. Insistimos en una independencia máxima de quien nos creó, de quien nos conoce. Como si supiéramos, de hecho y todo el tiempo, lo que realmente falta. ¿Sabemos? Y vamos tratando de encontrar, arriesgando perder más que encontrar, en una búsqueda sin dirección, entregando nuestra vida para quien dé más respuestas sobre lo que hacer ... Vamos siendo arrastrados por las tendencias de cada momento y así es que aparece cada locura...
Hay un relato bíblico de un poderoso jefe militar que tenía lepra y que para ser curado (era la parte que le faltaba) sólo necesitaba sumergirse en el río siete veces. Él se rehusó a hacer eso, hasta que uno de sus siervos le advirtió: para ser curado, ¿usted no haría si algo difícil de haber sido ordenado? ¿Por qué no hace lo que ha dicho el profeta? ¿Es demasiado simple? (2 Reyes 5)
Pues entonces, la respuesta también es simple en esa reflexión. Simple, accesible y directa. Pero necesita de humildad y decisión para ser acogida. ¿La parte que falta? ¡Me falta Dios! ¡Te falta Dios! ¡Nos falta Dios!