El Sínodo de los Jóvenes es un proceso que continúa. Al final de la Asamblea sinodal, el Papa Francisco dijo que el Documento final debe entrar en nuestros corazones, debe ser bueno para nosotros, debe ponernos en movimiento. No es el documento lo que cuenta, sino lo que podrá producir en nuestro corazón, en nuestra mente y en nuestras manos.
La sinodalidad propuesta ha colocado a los jóvenes en el centro como protagonistas del cambio. El camino recorrido nos ha enseñado que ellos no son objetos y temas de la pastoral, sino que se camina junto a ellos. Los Padres sinodales han elegido por una gran mayoría la narración de Emaús como un punto de referencia privilegiado para lo que la Iglesia pretende hacer con los jóvenes: al comienzo de la primera, segunda y tercera parte del Documento, se comienza con una pincelada significativa de este pasaje. Allí nadie es simplemente pasivo, nadie debería recibir sin dar: los dos viajeros son activados por Jesús desde el principio, contando lo que sucede en su corazón; son tocados por las palabras del Señor en el momento en que los abrió a la inteligencia de las Escrituras y partió el pan. Finalmente, sin demora, retoman el camino de Jerusalén reactivado por el Espíritu que inflama sus corazones, dándoles fuerza y vigor para el viaje.
Otros dos textos bíblicos, que complementan nuestra mirada, parecen estratégicos para comprender cuán importante es el protagonismo juvenil en nuestro tiempo. Son dos historias de resurrección.
En primer lugar, la carrera hacia la tumba de Pedro y Juan. Hablando de la sana inquietud que caracteriza la vida de los jóvenes, en el n. 66 del Documento Final se dice que "los jóvenes, en algunos aspectos, pueden estar por delante de los pastores" y también explica cómo y por qué es necesario fortalecer esas alianzas intergeneracionales que permiten a la Iglesia renovarse a sí misma:
«En la mañana de Pascua, el joven Discípulo Amado llegó primero a la tumba, adelantando a Pedro, agobiado por su edad y por la traición (ver Jn 20: 1-10). De la misma manera, en la comunidad cristiana, el dinamismo juvenil es una energía renovadora para la Iglesia, porque ayuda a sacudir la pesadez y la lentitud y a abrirse al Resucitado. Al mismo tiempo, la actitud del Discípulo Amado indica que es importante permanecer conectado con la experiencia de los ancianos, reconocer el papel de los pastores y no avanzar por sí mismos. Así tendremos esa sinfonía de voces que es el fruto del Espíritu".
Para ir más allá en la osadía, el comienzo de la tercera parte comienza con la ida de la Magdalena hacia los apóstoles. Aquí también vemos muy bien que, usando este ícono bíblico, los Padres sinodales declararon que los apóstoles son alcanzados por un anuncio que los precede y los sorprende. Magdalena, una vez más la imagen de los jóvenes que anticipan pastores y ancianos, es el primer anuncio y la tradición de la Iglesia define a esta mujer como "apóstol de los apóstoles". Dejamos la palabra al Documento Final (nº. 115):
«En continuidad con la inspiración pascual de Emaús, el ícono de María Magdalena (véase Jn 20: 1-18) ilumina el camino que la Iglesia quiere realizar con y para los jóvenes como el fruto de este Sínodo: un camino de resurrección. Lo que lleva al anuncio y la misión. Habitada por un profundo deseo del Señor, desafiando la oscuridad de la noche, María Magdalena huye de Pedro y del otro discípulo. Su movimiento les dispara, su dedicación femenina anticipa el camino de los apóstoles y les abre el camino. Al amanecer de ese día, el primero de la semana, vino la sorpresa de la reunión: María buscó porque amaba, pero encuentra porque es amada. El Resucitado se reconoce llamándola por su nombre y le pide que no lo retenga, porque su Cuerpo Resucitado no es un tesoro para ser encarcelado, sino un Misterio para compartir. Así se convierte en la primera discípula misionera, la apóstol de los apóstoles. Sanado de sus heridas (ver Lc 8, 2) y testigo de la resurrección, es la imagen de la joven Iglesia con la que soñamos».