El amor es esa energía interior que nos permite estar del lado de los jóvenes, acogiéndolos en lo que son, en todas las dimensiones existenciales que los caracterizan, amándolos porque son jóvenes y haciendo de las acciones y las palabras de Don Bosco nuestro programa de vida: "Mis queridos, los amo con todo mi corazón, y es suficiente que sean jóvenes para que los ame mucho y les aseguro que difícilmente podrán encontrar alguien que los ame más de lo que yo los amo en Jesucristo y que más desee su felicidad". Este amor de predilección debe ser "demostrado", debe ser comprendido por los jóvenes y, por lo tanto, se convierte en un verdadero mandamiento para el educador salesiano, sin el cual, como se describe bien en la Carta de Roma de Don Bosco, todo pierde su significado, hasta el consumir la vida por ellos en un trabajo ininterrumpido. Este mandato debe hacernos conscientes del hecho de que, en un mundo donde prevalecen las relaciones funcionales o, peor, el analfabetismo relacional, debemos distanciarnos de lo que nos aleja de poder estar con los jóvenes y compartir su vida desde dentro, en primer lugar, regalándoles el don del tiempo y de la escucha fraterna, paterna y materna.
La queja más común de los jóvenes participantes en el pre-Sínodo y presente en las respuestas a los cuestionarios, es precisamente la falta de escucha profunda y sincera por parte de los adultos. En el tiempo dedicado a los jóvenes, se manifiesta un amor desinteresado y libre, capaz de hacerles percibir la estima y la confianza del adulto, sentimientos capaces de transmitir al otro la percepción de su valor, de la bondad de su existencia, aumentando en él el gusto por la vida y haciéndole comprender su significado.
Además, para amar de verdad, es necesario superar las interpretaciones parciales y reductivas del amor, purificando la amabilidad salesiana de las interpretaciones familiares y paternalistas eternas que tienen como consecuencia la centralización organizativa en manos de los adultos, la exclusión y la extinción de la creatividad y de la participación en jóvenes. Una queja recurrente, de hecho, destaca la incapacidad de los adultos para dejar espacio para los jóvenes, confiar en ellos y alentar su papel de liderazgo. El amor de predilección con el que Don Bosco amaba a sus jóvenes, como hemos visto, los empujó a ser protagonistas, a participar, a convertirse en misioneros entre sus compañeros. Dejando espacio para el modelo de reciprocidad de relaciones, hoy en día es cada vez más necesario darles a los jóvenes espacios de participación y empoderamiento, poniéndolos en condiciones para expresarse, hacer, crear e incluso asumir riesgos calculados. Esto es tanto más necesario cuanto más hablamos en este caso de jóvenes adultos, que a menudo comparten con nosotros la misión salesiana en el voluntariado, la animación y el trabajo educativo.
La razón se alía con el educador cuando mira al joven en su potencial y posibilidades, en su poder y en lo que tiene que ser, en las dimensiones que debe madurar y alcanzar para convertirse en un adulto maduro. Sigue siendo una cuestión de estar del lado de los jóvenes, pero en este caso ya no en el aspecto existencial-psicológico que nos pide amar lo que aman, sino más bien ser aceptados y comprendidos hasta convertirse, para ellos, en un modelo creíble que los aliente a salir de uno mismo para amar lo que ama el educador, que finalmente coincide con su bien.
En el Sistema Preventivo, la razón es el medio humano por el cual se apela a la racionalidad de los jóvenes para cuestionarlos y "conquistarlos" con valores morales y religiosos.
Genialmente, solo apelando a la racionalidad del joven, Don Bosco tiene éxito en la empresa al extender la espontaneidad y la alegría, elementos fundamentales en la etapa juvenil, en la vida cotidiana y en todos los momentos de la vida, incluidos los compromisos y el deber.
Además, la razonabilidad experimentada por el educador tiene la función de atenuar los aspectos afectivos de la relación, imponiéndose a la inteligencia del interlocutor, no con la presión emocional, sino con la claridad de las ideas, revelando así una fuerza persuasiva y motivadora. También es el mejor camino para capacitar a los jóvenes para que se orienten en la vida cotidiana con un espíritu crítico, con valores seguros, con puntos de referencia y criterios de juicio válidos. Con la razón, una condición para el discernimiento, uno aprende a distinguir el bien del mal y vencer a este último con la fuerza del bien que es Dios. En este sentido, la razonabilidad es la verdadera estrategia salesiana de discernimiento.
Finalmente, lo razonable también es el sentido común, lo concreto, el realismo, la capacidad de apreciar los valores humanos mediante la armonización de la sabiduría humana y la sabiduría cristiana en la práctica educativa, una acción que por su propia naturaleza "recorre el camino de la vida humana y, por lo tanto, concreta, situada, con sus tendencias y condicionamientos biológicos y ambientales, con sus aspiraciones de libertad y felicidad, con su peso de miseria moral y rendimiento al pecado". Por esta capacidad de síntesis, el método preventivo también atrae a las culturas no cristianas y puede ser aplicado efectivamente en cualquier contexto.
La razón, entendida como la capacidad de reflexionar sobre la propia experiencia y práctica educativa, también puede influir de manera beneficiosa en el rostro público de las comunidades salesianas, también llamadas a renovarse y ser más creíbles con sus elecciones evangélicas, con su capacidad de no alejarse del mundo juvenil y sus problemas, para ponerse a la vanguardia en la denuncia de lo que mortifica y frena el desarrollo y el crecimiento de las nuevas generaciones, a participar activamente en su educación con un proyecto claro y una propuesta atractiva, capaz de traducir al presente.
Recordemos las siempre provocativas palabras del Padre Duvallet, durante veinte años colaborador del Abbé Pierre en el apostolado de la educación de los jóvenes, quienes, dirigiéndose a los salesianos, dijo:
Tienen trabajos, colegios, oratorios para los jóvenes, pero solo tienen un tesoro: la pedagogía de Don Bosco. En un mundo donde los muchachos son traicionados, usados, triturados, instrumentalizados, el Señor les ha confiado una pedagogía en la que triunfa el respeto del joven, de su grandeza y de su fragilidad, de su dignidad como hijo de Dios. Rejuvenézcanlo, enriquézcanlo con todos los descubrimientos modernos, adáptenlo a estas criaturas del siglo XX y sus dramas, que Don Bosco no podría haber conocido. Pero, por favor, ¡cuídenlo! Cambien todo, pierdan sus casas, si es necesario, pero mantengan este tesoro, construyendo en miles de corazones la manera de amar y salvar a los muchachos, que es el legado de Don Bosco.
Estas son palabras que nos animan a educar a los jóvenes para que tomen decisiones, realcen, incorporen y traduzcan el sistema preventivo de Don Bosco a nuestras opciones educativas, creyendo en el potencial humanizador de su método, concentrándose en lo esencial y teniendo el coraje de dejar de lado lo que quizás, con el tiempo, fue tomando su lugar. Y, sobre todo, nos invitan a creer en los jóvenes, a amarlos con el corazón de Don Bosco, poniendo todos nuestros esfuerzos en dejarles un legado que sea un mundo acogedor que sea una buena base para que florezcan como cristianos alegres y ciudadanos solidarios.