La predicación de Jesús se identifica con toda su persona, tal y como podemos descubrir en los múltiples relatos desde el comienzo de su vida pública. El Reinado de Dios es el núcleo de su predicación, la experiencia profunda que ora en tu interioridad y su modo de actuar con todos y cada uno de los grupos de personas con las que se encuentra. De aquí podríamos sintetizar que el Reinado de Dios es un ejemplo radical de coherencia, misericordia, transparencia y profundidad que alcanza a todo y a todos.
Jesús ha sido la única persona de la historia que ha logrado expresar la plenitud de su humanidad. Esta completud se ha visto respaldada por su coherencia de vida, ya que su orar, su decir y su hacer tuvieron la misma raíz. Dios, la experiencia como Abbá desde la que Jesús vivía hacia dentro y hacia fuera, era el centro de todo su ser. A nosotros, creyentes y seguidores del nazareno, nos cuesta definir nuestra vida desde esta coherencia tan radical y absoluta. Con frecuencia nos sorprendemos caídos en alguna de estas tres dimensiones, sin que logremos tener la suficiente fortaleza como para conquistar un mínimo de la hipocresía que nos exilia. Tal vez por esto sea por lo que debemos abrirnos aún más si cabe a la presencia de Dios que nos habita en el corazón de nuestro corazón. Sólo cuando reconocemos nuestra dificultad y precariedad permitimos que Dios nos hable en silencio y fortalezca nuestro ser.
El Reinado de Dios no trae la felicidad sino que trae la plenitud, esa felicidad que brota de dentro del corazón y que no conoce límites. Este Reinado nos plenifica en la medida en que nos conecta con lo esencial de la vida, donde los grandes valores de la humanidad no son meros horizontes sino realidades que vividas en primera persona pueden ser conquistadas por todos.
Hemos invertido mucho tiempo en promulgar valores que no han pasado de ser meros ideales intelectuales y que, aún siendo hermosos y queridos por muchas personas, no han terminado de poder ser una realidad palpable. La razón fundamental radica en que sólo se fundamentaron en una de las múltiples dimensiones humanas: la razón. Vimos razonable la paz e intentamos alcanzarla con la guerra a costa de irracionalidades. Entendimos que la justicia era necesaria en el mundo y expoliamos y compramos tierras con la sangre derramada con otras injusticias… Sólo lo experiencial nos salva, nunca lo experimentable. Sólo aquello que vivimos en primera persona nos permite comprender la experiencia de otros.
Jesús no se limitó a hablar del Reino de Dios sino que lo mostró con sus obras y lo vivió en la desnudez de su alabanza que luego se tradujo en la oración universal del Padrenuestro. Por ello nuestra fe no tiene que ver con adorar a Alguien sino en tener experiencia del Resucitado. Cuando lo vivenciamos como Aquel que nos desborda y que colma nuestro ser más profundo habitándonos podemos comprender la comunión que conlleva este Reinado. Dios no se explicó, no se dijo a la historia como algo anecdótico sino que se narró en primera persona, llenó la historia viviéndola en Jesucristo. En lo que Jesús contó de sí podemos encontrar el sentido profundo, radical e inmediato de nuestra propia existencia. Su vida inaugura el Reinado de Dios que busca hacerse presente en la historia como una realidad que da vida, en definitiva, vital.
La propuesta de Dios para el ser humano, su Plan del Salvación, pasa necesariamente por la libertad de la propia persona para acoger radicalmente la gracia. En la medida en que nos vamos dejando llenar por su presencia estamos posibilitando que el Reinado de Dios deje de ser un sueño que alimentar para convertirlo en la única realidad que logre alcanzar las raíces más profundas de la historia.
Jose Chamorro en http://www.viviragradecidos.org