La relación educativa es a la vez una relación de poder. Entendiendo el poder como lo definía Michel Foucault, el poder es una relación que puede asumir diferentes formas y características. Por ejemplo, el ejercicio del poder puede ser asimétrico (como en el caso del uso de la fuerza y la manipulación), o pueden requerir un vínculo recíproco (como la persuasión y la autoridad). (Arrién, 2004: 60)
Tanto en la educación popular como en la pedagogía salesiana hay preferencia por el poder persuasivo. La persuasión es “aquella forma de poder que intenta convencer mediante argumentos que se aceptan sólo después de ser evaluados independientemente e integrados como base del comportamiento propio.” (ITAM, 1993)
Una de las características de la pedagogía Salesiana es la “centralidad de la razón, hecha racionalidad de las solicitudes y de las normas, flexibilidad y persuasión en las propuestas” (Dicasterio para la Pastoral Juvenil, 2000: 11) Al mismo tiempo, Paulo Freire hablaba de la necesidad de fundamentar las decisiones del educador o educadora en la ciencia, la política, o la ética, porque en ningún caso las decisiones deben ser arbitrarias.
Dar razones, justificar las acciones, no ser arbitrario a la hora de establecer límites, normas y sanciones supone la valoración de los educandos como sujetos y no objetos de la educación, capaces de dialogar y construir en el intercambio su realidad.
En la relación educativa que busca ser dialógica, horizontal y cercana, el poder de la palabra no es monopolio de unos, sino derecho de todos. Donde las personas se reconocen mutuamente como sujetos el poder circula horizontalmente, es un poder que posibilita y no limita, que promueve más que oprime. Es importante tener en cuenta que la horizontalidad del vínculo no elimina la distinción de roles, sino todo lo contrario. Si bien en estas pedagogías el educador nunca es el centro del proceso educativo, sí tiene el rol de liderarlo. Para Don Bosco los educadores deben ser ejemplo de moralidad para los alumnos, permanecer cerca de ellos y orientarlos con consejos y avisos sobre lo que deben hacer o evitar. Los jóvenes, por su parte, deben confiar en sus superiores como si fueran sus padres, escuchando sus consejos y obedeciendo las normas. (Bosco, 1877)
El educador en la Educación Popular “[…] está ahí para estimular, para facilitar el proceso de búsqueda, para problematizar, para hacer preguntas, para escuchar, para ayudar al grupo a que se exprese y aportarle la información que necesita para que avance en el proceso.” (Kaplún, 1998: 52)
¿Qué ejemplos de poder que promueve e impulsa procesos tenemos en los espacios educativos?
La participación es un concepto que se comenzó a utilizar en la modernidad “ligada al surgimiento y consolidación de la noción de individuo” (Ferrullo de Parajón, 2006:31). Según la autora, la noción de participación ha cambiado a lo largo del tiempo, desde una concepción de participación como “emisión de información (sobre las propias necesidades, opiniones, etc.) a relacionarla directamente con un mayor control del sujeto en la toma de decisiones.” En la actualidad coexisten ambas nociones, en las cuales la participación se encuentra relacionada con el ejercicio de poder.
Para la Educación Popular, la participación está fuertemente enmarcada dentro de los procesos micro sociales, valorando especialmente los escenarios de participación comunitaria, local y territorial:
“El espacio territorial posee un alcance estratégico importante, ya que permite efectivizar logros concretos y visibles para la población. Se convierte el lugar donde se establecen redes de poder, de organización, de información y de solidaridad. El espacio territorial, la ciudad, los barrios se convierten en espacios políticos”
(Rebellato, 1999:164)
Es importante reconocer las formas de participación ya existentes, recuperar la historia de las luchas barriales y sus conflictos, así como los aprendizajes adquiridos. Estos procesos de construcción de poder local son “instancias privilegiadas de educación”, funcionando los procesos de participación como una pedagogía del poder.
El énfasis en la Pedagogía Salesiana está centrado en la formación de ciudadanía por lo que las comunidades educativas se encuentran con el desafío de “repensarse a sí mismas como escuelas de ciudadanía, en las cuales se incluya una nueva agenda de derechos: incorporando el enfoque de género, reconociendo la diversidad como una oportunidad de integración, dejando atrás las estructuras adultocéntricas, promoviendo la inserción de los proyectos educativos en la comunidad, valorizando experiencias de voluntariado, y no olvidándose de la pregunta por las causas.” (Pereira, 2013).
Encontramos que las dos pedagogías se encuentran en el mismo camino en cuanto al re-pensar los procesos de participación actuales, y la relación de la participación con el poder. Tal vez las diferencias están marcadas en los énfasis; en un caso el espacio territorial como escenario de poder y el necesario involucramiento de todos los actores, y en el otro la formación de ciudadanía desde una mirada sobre los jóvenes como sujetos de derecho.
¿Cómo es la participación que queremos en las propuestas educativas que impulsamos?
Tanto la Educación Popular como la Pedagogía Salesiana realizan una opción por sujetos en situación de vulnerabilidad y exclusión social, o en palabras de José Luis Rebellato (1995), una apuesta al sujeto popular. “...es una opción en cuanto ellos representan la esperanza, la posibilidad de un mundo diferente, de una sociedad estructurada de otra manera. Es una opción que responde también a la confianza en que los ideales éticos podrán realizarse en la historia” (Rebellato, 1995: 171)
Se trata de una esperanza que no es ingenua ni produce consuelo en tanto resignación frente a la adversidad; tampoco se edifica sobre una falsa seguridad apoyada en la certeza de un determinado sentido de la historia. En la perspectiva de la educación popular, los procesos y los vínculos se sustentan en una esperanza que cree que el sentido de la historia debe construirse, cree en la vida y confía en los valores éticos, y sabe que es necesario luchar para defenderlos e imponerlos históricamente.
Esperanza y confianza también se constituye en binomio central de la pedagogía salesiana, en tanto “[…] el educador, lejos de dejarse desconcertar por el fracaso del joven o de la relación educativa, abre un túnel en la montaña de dificultades para lanzar un puente donde los otros no ven más que un barranco.” (Reyes, 2013: 116).
La esperanza es consciente de los límites que impone la realidad histórica, con sus estructuras injustas y desiguales. En este sentido, el poder como imposición se vuelve un concepto y una acción que se ejerce en el seno de las relaciones sociales, y que en sus distintas manifestaciones tiende a consolidar el orden instituido. Al mismo tiempo, como bien señala Inés Dussel, Foucault advierte sobre otros horizontes que pueden ser abiertos por un poder instituyente:
“Todos tenemos algún poder, no equiparable, no conmensurable, pero poder al fin. Y, sobre todo, Foucault nos enseñó que el poder es represivo a la par que productivo, que el poder obliga, pero también incita, moviliza, encarna en cuerpos saberes y pasiones”
(Dussel,2010: 184).
¿Qué consecuencias tiene educar desde la resignación, y qué consecuencias tiene educar desde la esperanza?
Elaborado a partir de una serie de producciones teóricas y reflexivas en ocasión del SEMINARIO-TALLER: Pedagogía salesiana y Educación popular. Claves conceptuales y metodológicas para la intervención social y educativa que se realizara en el Instituto Salesiano de Formación (ISF) en 2015, el presente material pretende acercar parte de su contenido a educadores y animadores, así como motivar el debate y la búsqueda de nuevas preguntas.
En este caso se ha tomado como referencia el texto elaborado por, Mg. Álvaro Silva, Lic. Andrés Fernández, Adriana Silva (HMA) y Lic. Camila Gil, con los aportes de Blanca Acosta y Pilar Ubilla.