Mi vivencia de la Pascua en este año estuvo marcada por muchos encuentros. Uno de ellos, quizá el más significativo, se dio con uno de los jóvenes que concurre diariamente al Proyecto Social Caqueiro. Yo lo conocí jugando al fútbol, compartiendo algún que otro mate, conversando y riendo por cualquier cosa. Si bien siempre tuve un buen vínculo con él, reconozco que lo consideraba “un joven más”. No veía en él nada que se destacara, su manera de actuar era similar a la del resto, y a veces hasta se mostraba con cierta timidez.
Se acercaba la Semana Santa, y con ello una propuesta para los jóvenes del Proyecto: la de participar en una experiencia de “Pascua Juvenil”, con momentos de retiro y de misión. La primera sorpresa que me llevé es que este joven decidió participar de dicha experiencia. A partir de ahí la imagen que yo tenía de él empezó a cambiar, y fui derribando uno por uno los juicios que en mi mente había elaborado.
A lo largo de la Pascua Juvenil, llevamos adelante un Oratorio festivo en el barrio Pueblo Nuevo de Rivera. Se acercaron muchos niños y jóvenes a disfrutar de las propuestas del grupo misionero. Una de las tardes, mientras acompañábamos a los niños a sus casas, vi cómo el joven de Caqueiro con una alegría inmensa y una ternura incomparable jugaba con un niño en el camino. “Eso que vi en vos nunca me lo hubiera esperado. Estoy muy contento y sorprendido por cómo sos con los niños.” le dije al día siguiente. A lo que él me respondió: “yo tampoco sabía de lo que era capaz”, y agregó “me doy cuenta que me encanta estar con ellos”.
Para mí no hay vuelta que darle, esto es experiencia del Resucitado. Jesús vive y obra en cada una de las personas, ¡y no podemos olvidarnos de eso! A veces uno se pone límites a sí mismo, o ve a las otras personas como limitadas, sin posibilidad de cambiar. Pero Dios vino a salvarnos a todos, ¡sin excepciones!
Esta Semana Santa me permitió reconocer una vez más que Él hace nuevas todas las cosas. Su amor es tan inmenso que venció a la muerte, y triunfó sobre el mal del mundo. Así también triunfa en cada uno de nosotros, si lo dejamos entrar, tal como lo hizo el joven de Caqueiro. Descubrió algo nuevo en él, se sintió capaz de amar a otros, y quizá sin saberlo, se dejó transformar por el amor de Dios.
Me propongo, a raíz de esta experiencia, dejarme sorprender cada vez más por Dios. No puedo leer la acción de Dios en mi vida como algo rutinario y monótono. No puedo permanecer siempre igual. Porque Él, que me libera y me transforma, y por sobre todo me ama ilimitadamente, ¡quiere seguir dando “pasos” junto a mí!