El sínodo de los obispos dedicado a "Juventud, fe y discernimiento vocacional" ha terminado y ahora esperamos la repercusión en las iglesias y realidades locales de aquellos días de oración, trabajo, diálogo y discernimiento comunitario.
Al regresar, encuentro los rostros tan diferentes de tantos jóvenes que las palabras de los padres sinodales han podido dibujar, a menudo también a través de tonos de luz contrastantes.
A ellos, como un anciano que los mira con simpatía y trata de escucharlos todos los días, les pido que mediten una verdad simple: nadie vive para sí mismo y solo para sí mismo. Su felicidad, su bien siempre dependen también del tejido de las relaciones que cada uno crea, mantiene y desarrolla todos los días. Y en este tejido, un joven puede descubrir todo lo que debe a muchos otros que han hecho posible su presente: otros han luchado, han hecho sacrificios, algunas veces han dado sus vidas o, al menos, el gastaron tanto para que su mundo fuera más humano. Muchos han trabajado para humanizar la sociedad y la vida, han sacrificado algo de su presente para que el futuro sea más habitable, más humano. Y esta deuda es aún mayor para con los jóvenes que viven en una condición aun desconocida para muchos, demasiado ignorada por mucos de sus coetáneos, inmersos en un presente marcado por la pobreza, el hambre, la guerra, la migración forzada...
Es importante ser consciente de ello, porque si los jóvenes olvidan su pasado o los sufrimientos de muchos de sus compañeros, entonces están tentados a estirar su presente solo con el propósito de disfrutarlo; no se sienten movidos a crecer sino a darse un comportamiento egoísta e individualista, en el que piensan solo en sí mismos sin los demás, tal vez a costa de ponerse en contra de los demás. Un joven que entiende que está en deuda con los demás, que ha recibido de los demás, siente que tiene una responsabilidad hacia los demás y hacia el futuro colectivo de la sociedad y de toda la humanidad: así es como uno descubre, asume la ética, que siempre es una mirada a la convivencia, en las comunidades, para vivir con los demás en el respeto, en la justicia, en la colaboración, en la solidaridad, para disfrutar juntos la vida plena, la paz, la esperanza juntos ...
Y así, un joven descubre la necesidad de autodominio, de autocontrol, aprende a discernir en sus propios deseos lo que es posible, lo que es bueno, lo que construye la vida junto con los demás. Se trata de asumir la disciplina que no cede a concesiones continuas a lo que uno quiere, siente, desea, a lo que satisface.
Ser inteligente, ejercer juicio, implementar todas las facultades intelectuales de uno es un don y una responsabilidad. La vida es de hecho compleja, siempre expuesta al mal y al bien, tentada por el diablo y al mismo tiempo atraída por las energías del Espíritu Santo. Inmerso en este contexto, el cristiano está llamado, independientemente de su edad, a leer el futuro, a elegir una acción en lugar de a otra, a aceptar o rechazar una llamada.
Precisamente aquí radica la necesidad de discernimiento, un carisma que debe ser invocado, resguardado y refinado constantemente; poseer, si Dios lo otorga, esa clarividencia espiritual que es la verdadera participación en la mirada de Dios en los hombres, en las cosas y en los acontecimientos, a través de una progresiva incorporación a su gracia.
La tarea de discernimiento diario no es una tarea fácil, especialmente para una persona joven, muchas veces expuesta a aquellos que tienen interés en dirigir las elecciones en un cierto sentido, para beneficiarse de ellas a corto o largo plazo. Sin embargo es una tarea inevitable: de hecho, no hay elecciones individuales que no tengan efecto del bien o del mal en la vida social, ¡en el futuro de todos! Los jóvenes también deben saber cómo vivir también la renuncia, incluso el sacrificio; de este modo es cómo se conoce la bienaventuranza de la comunión, de la amistad, del amor: y entonces podemos vivir esperando; sí, con esperanza...
San Agustín escribió: "En todas las cosas humanas, nada es bueno para el hombre, si el hombre no tiene amigos". Solo vivimos humanamente bien si somos responsables de los demás, si conocemos la dulzura de socializar y la bondad de la comunidad.