El desafío fundamental del joven es ser uno mismo. Para acompañar en su camino contamos con el mapa de la vocación humana
En este momento tomamos un lenguaje más simbólico por lo profundo y abierto que necesita ser el planteo.
Este mapa de la vocación humana fue elaborado junto al equipo de Talita Kum quienes han mirado, analizado, y discernido el camino vocacional desde la realidad de juventudes que hoy en día acompañamos.
La vocación humana implica atreverse a vivir el riesgo que nos pone en camino de obtener la única seguridad verdadera, que es el encuentro humano.
Es confiar en el sueño de Dios, único modo de confiar genuinamente en nosotros mismos.
Es tomar contacto con la profundidad de nuestra identidad, como el único modo de crecer y desarrollarnos auténticamente.
Es respetar lo propio, reconocerlo y aceptarlo, como requisito para ponerlo al servicio de una tarea, que puede expandir hasta el infinito nuestras posibilidades.
Es vivir nuestro tiempo humano, cotidiano y ordinario, en profundo contacto con el tiempo de Dios, milagroso y extraordinario.
Una lectura creyente sobre la vocación humana reconoce en ella la invitación que Dios nos hace a “conspirar” con Él, vale decir, a respirar juntos, a esperar y construir con Él.
Dios Padre convoca a cada uno de nosotros a la vida para hacernos cómplices de su sueño.
Una respuesta vocacional de calidad es aquella que vuelve a nutrirse de los sueños que inspiraron el inicio del camino, porque en ello reconocemos el soplo divino que nos sostiene en la vida.
El proceso del ciclo vocacional que se inicia cuando nos sumergimos en una pregunta fundante acerca de nuestra vida, culmina en el momento en que sentimos que nuestra vida ha encontrado la armonía, el sentido y la paz que le faltaba.
La vida es así proceso, en el que progresivamente se va avanzando hacia el bien pleno como persona.
El proyecto vital, por tanto, se desarrolla, lo cual quiere decir, literal y existencialmente, que el proyecto vital está "arrollado" en nosotros, desde el nacimiento, y que se va desplegando a lo largo del tiempo y profundizando a medida que se despliega.
Presentamos en especial, por su relevancia actual, dos ejes de ese proceso de desarrollo de las personas: la sexualidad y la ciudadanía.
Un hecho crucial que atraviesa y tiñe nuestra vida es el hecho de ser varones y mujeres. La sexualidad es una dimensión de enormes connotaciones vocacionales, vale decir, nos llama, nos convoca, nos urge a vivir de un determinado modo.
Siendo así, nos vemos obligados a reflexionar y a tomar posición con relación a cómo entender la sexualidad. Sin embargo, no es fácil dar una respuesta a la apasionante pregunta: ¿qué es ser varón o qué es ser mujer?
Ser varón o mujer consiste en participar de la vida con una identidad biológica diferenciada. Ser varón o mujer es también una experiencia psicocultural, puesto que se expresa, individual y colectivamente, en participar de un talante psíquico diferenciado.
Finalmente, ser varón o mujer es una experiencia ético espiritual. Esta dimensión quiere hacerse cargo de que, no sólo se nace varón o mujer (bionatural), ni sólo se aprende a serlo (sicocultural), también es una opción fruto de una inspiración divina. Vale decir es un proyecto de vida que podemos vivir consciente, responsable y gozosamente.
La experiencia que tiene el hombre de sí mismo, como espíritu encarnado, implica la conciencia siempre presente de ser un ser histórico. Esto llega a su grado culminante en la vivencia de la interrelacionalidad humana.
En una forma intransferible e incomunicable cada hombre existe como un individuo, pero ello no elimina la referencia clara a un fundamental "ser-gracias-a-otros", y a la influencia del comportamiento y las decisiones de otros.
El hombre, que es puesto en el ser sin que se le consulte, no puede sobrevivir o realizarse sin la ayuda de otros.
Como ciudadanos estamos llamados a participar en primera persona en la vida pública a través de la diversa y plural acción económica, social, legislativa, administrativa y cultural, destinada a promover orgánica e institucionalmente el bien común.
Pensamos en la vocación humana como una experiencia que expande nuestras posibilidades, que nos acrecienta hasta el infinito.
Pero no desconocemos la otra cara de la realidad. Lo verdaderamente significativo de la vocación humana es ese algo que da consistencia e identidad, que define, que demarca y delimita en las únicas posibilidades que son verdaderamente propias.
¿Cómo es ese proceso de desplegar el que uno mismo es?
Hemos hallado en los simbolismos que acompañan las imágenes del PEREGRINO, EL DISCÍPULO, EL TESTIGO, EL ARTESANO, los rasgos más acentuados de ese proceso personal.
El desarrollo de un fuerte “sentido de vida” implica dar respuesta personal y autónoma a las preguntas fundamentales de la vida:
- ¿quién soy?
- ¿cuál es mi misión?
- ¿hacia dónde voy?
- ¿con quiénes?
Estas preguntas pueden formularse de modos diversos según sea el marco sociocultural de cada persona.
No obstante, esa variedad de formulaciones, e incluso que se dé el hecho de que no estén tematizadas por la persona, las preguntas siempre existen en cada ser humano y deben responderse en ese orden. Es decir, no puede la persona definir quién es por el hecho de vivir con tales o cuales personas, y así con todas las preguntas.
La construcción de un proyecto de vida supone el intento consciente y deliberado de procurar la mayor coherencia personal posible como camino de realización, definiendo las opciones históricas que hagan posible la concreción de los propios ideales.
Asimismo, el crecimiento en la vida espiritual se va dando en la persona como apropiaciones de la infinitud, de lo absoluto y de la eternidad que todos los hombres hemos recibido en herencia, desde que unas manos creadoras dejaron sus huellas divinas en el barro, y su importancia radica en la certeza de estar invitados a un banquete universal, el Reino de Dios.
En nuestra experiencia de fe, entendemos que la vocación fundamental y única es la vocación cristiana, es decir, la llamada de Dios a seguir a Jesús y a proseguir su misión de anunciar, manifestar y extender el Reino de Dios.
Al servicio de ese Reino ha nacido la Iglesia, y las diversas vocaciones que hay en la Iglesia no son más que modos diferentes de realizar la única vocación cristiana.
En el origen de la diversidad de vocaciones están ante todo los dones de Dios, tanto los que llamamos “Gracia” y “Carismas”, como los dones naturales.
Si bien es cierto que hay una sola vocación cristiana, esta adquiere perfiles diferentes en cada persona. Sin embargo, la común vocación cristiana hace que vivamos la experiencia de la Iglesia como un compartir la vocación y la misión.
Tenemos necesidad de intimidad y necesidad de disponibilidad. Llega un momento en la vida en que cada uno se ve enfrentado a optar. De ahí en adelante vivimos honrando una de estas dos necesidades.
Sin embargo, es preciso darse cuenta que la opción no anula la necesidad, por tanto tenemos que saber que la fidelidad a la opción implica la presencia permanente de la otra necesidad que solicita también aportar su riqueza a la existencia.
De modo que la vocación humana tiene esta doble vertiente de la forma de vida en la que ambas posibilidades obedecen a llamadas muy hondas de nuestra realidad humana, la necesidad de compartir la vida, de caminar junto a otro, amando y siendo amado con exclusividad, y la necesidad de estar disponible para entregar la vida, sin nada que ate la disponibilidad, a un sueño que bien vale toda una vida.
Dentro del complejo mundo del trabajo tenemos inclinaciones, preferencias, aptitudes y sensibilidades diferentes.
Pero todos trabajamos, todos tenemos un oficio, una profesión, una tarea, una actividad, como sea que la llamemos, todos desarrollamos una ocupación que tiene una vinculación especial con el proyecto vital, porque es el modo concreto de llevarlo a la práctica.
Con frecuencia se restringe el ámbito de la vocación a una ocupación, al estrecho mundo de las profesiones. Es mucho más que eso.
Sin embargo, todos somos llamados a dejar nuestra huella en el mundo, trabajando, ocupándonos de agregar bien, belleza, bienestar, conocimiento, y sentidos al mundo en que vivimos.
En esto consiste la vocación como ocupación.
El esquema es creación de la fundación Talita Kum, presentado en la I Consulta de Pastoral Juvenil, mayo 2014.
La explicación de los elementos del esquema está inspirada en Ana María Díaz, Antonio Santillán C.M.F., Carlos Saracini C.P., Sabina D’Urbano, LA FUERZA DE LA BELLOTA: orientaciones para una pastoral juvenil en clave vocacional.