“Parece que el miedo al aislamiento es la fuerza que pone en marcha la espiral del silencio pues el “correr en pelotón” constituye un estado de relativa felicidad, sin embargo, si esto no es posible, porque no se quiere compartir de manera publica un convicción que cuenta con aceptación “universal”, al menos se puede mantener en silencio como segunda mejor opción, para seguir siendo tolerado por los demás”
A veces nos preguntamos por qué hacemos, nos inclinamos, decidimos o participamos en determinadas situaciones... Jamás reconoceríamos que, en buena medida, las cosas que nos “gustan” son la consecuencia de un menú “orquestado” por quien nos dirige...
Ellos son en pleno siglo XXI los constantemente nombrados mercados y sus múltiples disfraces. Lo hacen a través medios de comunicación, especialmente los de mayor difusión e influencia. Si no “entramos por el aro” nos proporcionan (de una forma sutil y casi imperceptible) uno de los mayores males sociales: el aislamiento personal. A esto se le conoce como la “Espiral del Silencio”.
Dice el Diccionario de la Real Academia que lo imperceptible es todo lo que “no se puede percibir o que casi no se nota”. Esa definición, describe también el famoso axioma de las Ciencias de la Información que, activa o pasivamente, se traslada al lector, oyente o espectador cada día y para toda la actualidad, también deliberadamente elegida.
Si interesa que creamos que la crisis obliga a bajar el nivel de vida, acabaremos pensándolo con una mera repetición del mensaje. De hecho, está pasando. Otro ejemplo: si no te gusta el fútbol, tu círculo social se reduce ya que a casi todo el mundo le “agrada”. Si no te interesa el fútbol y estas en una cafetería con amigos que se debaten entre Messi y Cristiano Ronaldo, el que quedas fuera de juego eres tú.
Esa es la “Espiral del Silencio” en tu día a día, la sombra de una “falsa rareza” por tu parte en caso de que no te interese lo oficialmente interesante. Hablamos de lo que quieren que hablemos, opinamos en los sentidos exactos que se espera que lo hagamos, y casi nadie se da cuenta. Seguramente creerás que eres libre, pero estoy aquí para decirte a la cara que no. Actúas conforme a la norma por tu necesidad antropológica de los seres sociales: ser aceptado por la colectividad.
Lo primero es darse cuenta de su existencia. Lo segundo, abrir el abanico de tus recursos formativos e informativos. Debes acudir a fuentes especializadas para informarte de la actualidad, contenidos que desvelen la intencionalidad de los medios de comunicación masiva, incluido el porqué quieren que opines (por ejemplo) de la crisis. Quizá ni exista. Sí, parece una locura, por eso no lo decimos, no vaya a ser que nos convirtamos en inquilinos de la famosa espiral. Nadie quiere eso y es ahí donde está la llave del poder.
De esa forma (intentado encontrar qué, quién y el porqué) tendrás la capacidad descriptiva de la realidad, sin adscribirte a movimientos de conciencia colectiva “orquestados”. Sean blancos o negros, vengan desde arriba o abajo, surjan de derecha a izquierda o desde dentro a fuera. Son solo opciones, nunca el conocimiento exacto de los hechos (incluidos los no comentados) se conoce a través de una sola fuente.
“Es mucho más difícil describir que opinar. Infinitamente más. En vista de lo cual, todo el mundo opina”.
Josep Plá, filósofo español
Resultado: piensan por ti y te facilitan los argumentos, es un plan perfecto. Tú no le dedicarías tanto tiempo. Escala en la espiral y sal a la superficie. Te lo mereces.
Los medios de comunicación buscan mantener nuestra fidelidad a sus publicaciones o a sus programas. Conseguir una mayor audiencia repercute en los beneficios a obtener por la publicidad. Que aumente o disminuya la tirada de un diario, semanario o revista, o el número de usuarios de las redes sociales, significa ganancias o pérdidas seguras para quienes las dirigen y explotan.
Durante mucho tiempo la prensa escrita ha gozado de hegemonía en la difusión de ideas políticas y sociales, pero hoy los espectadores de cualquier cadena de televisión pueden ser millones, mientras que los diarios tienen tiradas cada vez más reducidas. La mezcla de noticias, opiniones y reportajes de un periódico de papel resulta menos dinámica que los contenidos de cualquier cadena de radio o televisión.
Por ello vemos que los mismos profesionales de la prensa escrita dedican una buena parte de su tiempo a estar presentes en los distintos formatos de los programas radiofónicos y televisivos, no tanto como reporteros de noticias que como orientadores de opinión.
Aunque cada medio pueda adscribirse a una tendencia determinada, la necesidad de presentarse abiertos a una realidad plural los lleva a configurar todos sus programas de opinión con políticos de todos los colores, que saben utilizar estas ocasiones para la difusión del ideario de sus partidos.
Cuando intervienen profesionales de reconocido prestigio estos programas, pueden resultar formativos e ilustrativos para los espectadores. En otras ocasiones, todo lo contrario.
Por todos lados estamos sometidos a constantes presiones para compartir o rechazar las más variadas ideas y posturas, que debidamente manipuladas podemos hacer nuestras, sin que hayamos meditado ni razonado de forma suficiente acerca de su valor, de su verdad, ni siquiera de su oportunidad.
Sigan preguntándose si lo que dicen es verdadero y además bueno, justo, posible y adecuado y a quién beneficia: si al bien común o al colectivo que representa. No compartan nunca ninguna opinión ni postura sin haberla examinado cuidadosamente con su razón, que para eso la tienen.
Es muy fácil creernos libres y estar siendo manipulados por personal especializado en convencernos de cualquier cosa. Si caemos en la trampa será difícil escapar de ella.
Nos enseñaron a callar, es parte de nuestra cultura…
“No te metas en las conversaciones de los grandes”
“No me discutas porque, yo soy tu madre”
“En boca cerrada, no entran moscas”
Cuando crecimos, seguimos callando, para ser aceptados por el grupo, porque entendimos que callarse era actuar con respeto. Y porque al que habla lo llaman “loco” o desestabilizador.
Es cierto que hay circunstancias en las que es prudente y hasta necesario callar.
Pero ante una injusticia no podemos, no debemos callar, porque si no, nos convertimos en cómplices. Cuando sentimos que están vulnerando nuestros derechos, no debemos callar.
Hay que hacer saber que no estamos conformes, que disentimos y para esto, no hace falta levantar la voz, ni agredir, ni faltar el respeto. Pero hay decir las cosas en el ámbito que corresponde, porque si no, no sirve.